En el vasto mosaico de la historia colonial, pocas figuras destacan tanto como Doña Aldonza Manrique. Nacida en Santo Domingo en 1520, esta visionaria se convirtió en la primera mujer americana en gobernar un territorio del Imperio Español: la estratégica isla Margarita. Durante los reinados de Carlos V y Felipe II, su legado no solo marcó un hito en el liderazgo femenino, sino que también impulsó el desarrollo económico y político de una región clave en el Caribe. Su historia merece ser recordada.
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Doña Aldonza Manrique: Pionera del Gobierno Femenino en la América Colonial
En el vasto panorama de la historia colonial española, emerge una figura frecuentemente relegada a los márgenes de las narrativas tradicionales: Doña Aldonza Manrique, quien ostenta la distinción de ser la primera mujer nacida en América que llegó a gobernar un territorio del imperio español durante el reinado del emperador Carlos V y posteriormente bajo su hijo Felipe II. Este acontecimiento singular representa una ruptura significativa en el paradigma de la administración colonial, típicamente dominada por figuras masculinas enviadas desde la metrópoli española, y constituye un fascinante caso de estudio para comprender las complejas dinámicas de género y poder que operaban en los albores de la América colonial.
Nacida aproximadamente en 1510 en la isla de La Española, actual República Dominicana, Aldonza Manrique era hija de un conquistador español de linaje noble y una mujer indígena taína, lo que la situaba en la emergente categoría social de los mestizos. Esta condición dual le proporcionó una perspectiva única que posteriormente influiría en su estilo de gobernanza. Su padre, reconociendo su extraordinaria inteligencia y carácter decidido, insistió en proporcionarle una educación esmerada, inusual para las mujeres de su época, que incluía conocimientos de administración, leyes castellanas y economía colonial, preparándola inadvertidamente para sus futuras responsabilidades.
El ascenso de Aldonza Manrique a posiciones de poder comenzó tras su matrimonio con Don Francisco de Montejo, quien había recibido del emperador Carlos V la encomienda de la región que actualmente comprende partes de Yucatán. Cuando su esposo fue llamado a España para defender su gestión ante el Consejo de Indias en 1532, Aldonza asumió de facto la administración territorial, aunque inicialmente sin reconocimiento oficial. La eficacia de su gestión, particularmente en la mediación entre los intereses de los colonizadores españoles y las necesidades de la población indígena, llamó la atención de las autoridades virreinales.
La verdadera prueba de sus capacidades llegó con la muerte imprevista de su esposo en 1535, durante su estancia en la península ibérica. En un movimiento sin precedentes y contrario a las prácticas habituales, el emperador Carlos V, impresionado por los informes favorables sobre su administración y quizás influenciado por su creciente apertura hacia nuevas formas de gobierno en los territorios ultramarinos, confirmó a Doña Aldonza como gobernadora interina del territorio. Esta designación oficial rompió múltiples barreras: la de género, la de origen americano y la de su condición mestiza.
El período de gobierno de Aldonza Manrique, que se extendió aproximadamente una década bajo Carlos V y continuó brevemente durante los primeros años del reinado de Felipe II, se caracterizó por innovaciones administrativas significativas. Implementó un sistema de consulta directa con los caciques locales, estableció mecanismos para la protección de tierras comunales indígenas y promovió la formación de un cuerpo de funcionarios mestizos que pudieran servir como puente cultural entre ambos mundos. Estos enfoques, aunque controversiales para muchos colonos españoles, resultaron eficaces para mantener la estabilidad en la región en un período marcado por conflictos en otros territorios americanos.
Los archivos coloniales conservados en el Archivo General de Indias en Sevilla contienen correspondencia que evidencia cómo Doña Aldonza manejaba hábilmente las tensiones con los encomenderos que cuestionaban su autoridad. Su estrategia consistía en invocar simultáneamente la lealtad a la corona y los principios de las recién promulgadas Leyes Nuevas de 1542, que buscaban proteger a los indígenas. Esta dualidad en su discurso, aunada a resultados económicos favorables para la Real Hacienda, le permitió consolidar su posición a pesar de la resistencia inicial.
Un aspecto particularmente notable de su gestión fue su enfoque hacia la evangelización de los pueblos indígenas, que difería significativamente del modelo impositivo predominante. Doña Aldonza fomentó un proceso más gradual que respetaba ciertos aspectos de las culturas nativas, mientras introducía los elementos fundamentales de la fe católica. Esta aproximación, aunque criticada por algunos religiosos más ortodoxos, recibió el respaldo de miembros progresistas de órdenes como los dominicos, quienes veían en ella una defensora de los principios humanistas que inspiraron a figuras como Fray Bartolomé de las Casas.
La influencia de Doña Aldonza trascendió el ámbito puramente administrativo para adentrarse en el desarrollo urbano y la planificación territorial. Bajo su dirección se establecieron varios asentamientos que seguían una estructura que integraba elementos de la tradición urbana española con consideraciones prácticas derivadas del conocimiento indígena sobre el territorio, particularmente en lo relacionado con el manejo del agua y la adaptación a las condiciones climáticas locales. Algunos de estos asentamientos evolucionaron posteriormente en importantes centros regionales que mantienen hasta hoy características de su planificación original.
El ocaso del gobierno de Aldonza Manrique llegó con los cambios políticos implementados por Felipe II, quien tras asumir el trono en 1556, inició una reestructuración administrativa del imperio colonial. En 1558, fue sustituida por un gobernador enviado directamente desde España, aunque se le permitió mantener propiedades y cierta influencia como asesora en asuntos indígenas. Los años finales de su vida los dedicó a la gestión de sus propiedades y a la escritura de un manuscrito, parcialmente conservado, que constituye uno de los primeros testimonios de una mujer sobre la experiencia de gobierno en la América española.
La significación histórica de Doña Aldonza Manrique debe comprenderse en el contexto de las complejas dinámicas sociales y políticas del siglo XVI americano. Su caso representa una anomalía fascinante en un sistema que generalmente excluía a las mujeres, y especialmente a las mujeres nacidas en América, de posiciones formales de poder político. No obstante, su existencia pone de manifiesto que las realidades de la frontera colonial a veces permitían fisuras en estructuras sociales aparentemente rígidas, creando oportunidades para trayectorias personales excepcionales como la suya.
La recuperación histórica de figuras como Doña Aldonza Manrique constituye un ejercicio necesario de revisión de la historia colonial desde perspectivas que incorporen variables de género e identidad étnica. Su gobierno, aunque breve en la escala de la presencia española en América, ofrece un contrapunto significativo a las narrativas tradicionales de la colonización, demostrando que las mujeres, incluidas aquellas nacidas en suelo americano, desempeñaron roles activos en la configuración política, social y cultural del Nuevo Mundo durante sus primeras décadas de existencia bajo el dominio europeo.
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