Si Antoine Lavoisier es considerado el fundador de la química moderna, es precisamente por haber emprendido y coronado con éxito la labor de interpretación y sistematización de los dispersos conocimientos existentes; de hecho, buena parte de las aportaciones y descubrimientos de Lavoisier habían sido ya intuidos por sus predecesores.



CIENTÍFICO HASTA POSTMORTEM


Antoine-Laurent de Lavoisier (París, 1743 – id., 1794) Químico francés, considerado el padre de la química moderna.
Recibió una excelente educación en el Collège Mazarin, dónde adquirió un perfil humanístico y científico.

Se recibió de abogado para complacer a su familia, pero su vocación estaba en el campo de la ciencia y allí descolló con enunciados y teorías que erradicaron las ideas de la alquimia. Admirado por colegas y compatriotas se ganó el título de ‘Padre de la Química’.

Lamentablemente le tocó vivir en un París convulsionado por la revolución francesa y si bien no era rico, era aristócrata. Esto más una controversia contra Jean-Paul Marat también perteneciente a la Academia de Ciencias de Francia y feroz líder revolucionario, lo llevaron a recibir una acusación de ‘Enemigo de la Revolución’, lo cual tenía un sólo resultado, la guillotina.

Se había casado con Marie-Anne Pierrette Paulze, hija de uno de los dueños de Ferme Générale, la compañía encargada de la recaudación de impuestos. Esto sólo fue suficiente para la acusación.

Muchos abogados y científicos trataron de defender a Lavoisier alegando su cultura científica y el importante trabajo que había hecho para la ciencia francesa, pero el juez fue terminante: ‘La revolución no necesita químicos’.

Entre todas sus teorías, Lavoisier tenía una en la que creía que la cabeza guillotinada no moría instantáneamente, por el contrario, quedaba consciente durante algunos segundos, esto basado en algunos gestos que creía haber visto cuando el verdugo mostraba las cabezas de los decapitados al público.

Por ello instruyó a sus amigos científicos para realizar su último experimento que consistía en que miraran atentamente su rostro cuando Charles-Henri Sanson mostrara su cabeza a la multitud, él iba a tratar de parpadear para confirmar su presunción.

Algunos de sus colegas y amigos que llegaron a ver el rostro dijeron que había parpadeado unas cuantas veces… pero no estaban del todo seguros.

En definitiva, no se pudo establecer si efectivamente Lavoisier estaba en lo cierto, pero qué espíritu científico e indiferencia ante la muerte.

Luego de un año, el gobierno revolucionario reconoció su error y envió una carta a la viuda pidiendo perdón y reivindicándolo.
Joseph-Louis Lagrange, su amigo y colega dijo:

“Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar”.



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