El castillo de Bran, situado en Rumania, es una fortaleza medieval famosa por su vinculación con la figura de Vlad Țepeș, el Empalador, aunque no hay evidencia histórica que confirme que fue su residencia. Popularmente asociado con el personaje de Drácula, inspirado por la novela de Bram Stoker, el castillo atrae a turistas interesados en la historia de Vlad y el mito del vampiro. Hoy en día, es un importante destino turístico que mezcla historia, leyenda y misterio.


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EL CASTILLO DE DRÁCULA


El Castillo de Bran: Historia, Arquitectura y Leyenda en el Corazón de Transilvania


El Castillo de Bran, ubicado en la región de Transilvania, Rumania, es una de las fortalezas medievales más emblemáticas del mundo. Situado a 25 kilómetros al suroeste de Brașov, en la frontera histórica entre Transilvania y Valaquia, este castillo se alza majestuoso sobre un peñón rocoso, dominando el paisaje con su imponente arquitectura gótica. Construido en 1377 por los sajones bajo el privilegio otorgado por Luis I de Hungría, su propósito original fue defensivo y comercial, protegiendo las rutas comerciales que atravesaban el paso de Rucăr-Bran. Sin embargo, su fama trasciende su función histórica, vinculándose de manera indeleble con la leyenda de Drácula, el icónico vampiro creado por Bram Stoker, y con la figura histórica de Vlad Țepeș, el voivoda de Valaquia. Este ensayo explora de manera detallada la historia del Castillo de Bran, su evolución arquitectónica, su relevancia cultural y el mito que lo ha convertido en un monumento nacional y un destino turístico de renombre mundial.

La génesis del Castillo de Bran se remonta al siglo XIII, cuando los Caballeros Teutónicos establecieron una fortificación de madera conocida como Dietrichstein en 1212, en el marco de su misión de proteger Transilvania de las invasiones cumanas y pechenegas. Esta estructura, destruida por los mongoles en 1242, dio paso a la construcción de una fortaleza de piedra en 1377, autorizada por un documento emitido por Luis I de Hungría. Los sajones de Brașov, una comunidad de colonos alemanes, asumieron la tarea de erigir el castillo a cambio de privilegios comerciales, consolidando su rol como un bastión estratégico en el paso montañoso. A lo largo de los siglos, el Castillo de Bran desempeñó funciones diversas, desde puesto de defensa contra el Imperio Otomano entre 1438 y 1442 hasta aduana en la frontera entre Transilvania y Valaquia, reflejando su importancia en un contexto geopolítico turbulento.

Arquitectónicamente, el Castillo de Bran es un ejemplo sobresaliente de la fortaleza medieval de estilo gótico. Sus muros de piedra, torres cilíndricas y tejados puntiagudos evocan una estética robusta y funcional, diseñada para resistir asedios. El castillo se organiza en torno a un patio central, rodeado por un laberinto de pasillos estrechos, escaleras empinadas y estancias que combinan austeridad militar con detalles decorativos posteriores. Durante el reinado de Segismundo de Luxemburgo, en el siglo XV, el castillo sirvió como base militar, aunque su relevancia estratégica disminuyó con el tiempo. En 1533, tras las deudas del rey húngaro Vladislas II, la ciudad de Brașov recuperó su posesión, marcando un cambio en su administración que perduró hasta el siglo XX.

Un punto de inflexión en la historia del Castillo de Bran ocurrió tras la Primera Guerra Mundial, con la firma del Tratado de Trianon en 1920, que cedió Transilvania al Reino de Rumania. En ese contexto, el castillo fue donado por la municipalidad de Brașov a la reina María de Rumania, quien lo transformó en su residencia de verano. Apasionada por la historia y la decoración, la reina encargó al arquitecto checo Karel Zdeněk Líman una restauración que modernizó el castillo sin comprometer su esencia medieval. Se instalaron sistemas de electricidad, agua corriente y un ascensor que conectaba el interior con el jardín, además de nuevas escaleras y estancias para el servicio. Este período, entre las décadas de 1920 y 1930, representa la única etapa en que el Castillo de Bran fue habitado de manera permanente, adquiriendo un carácter residencial que contrasta con su pasado militar.

La conexión del Castillo de Bran con Vlad Țepeș, conocido como Vlad el Empalador, es uno de los aspectos más debatidos de su historia. Este gobernante de Valaquia en el siglo XV, célebre por su crueldad contra los otomanos, no tuvo una relación significativa con el castillo. Aunque pudo haber pasado por el paso de Bran durante sus campañas, no hay evidencia documental de que lo poseyera o residiera en él. Algunos historiadores sugieren que fue prisionero brevemente en 1462, tras su captura por el rey húngaro Mateo Corvino, pero esta hipótesis carece de sustento sólido. En contraste, el castillo de Poenari, en ruinas hoy día, es considerado el verdadero bastión de Vlad Țepeș, lo que pone en duda la asociación histórica del Castillo de Bran con este personaje.

Sin embargo, la imaginación literaria de Bram Stoker elevó al Castillo de Bran a la categoría de ícono cultural. En su novela Drácula, publicada en 1897, Stoker describe un castillo aislado en las montañas de Transilvania, una imagen que encaja con la silueta del Castillo de Bran. Aunque no hay pruebas de que Stoker visitara Rumania o conociera específicamente esta fortaleza, su descripción pudo haberse inspirado en litografías o relatos de viajeros como los de Charles Boner, quien documentó el castillo bajo su nombre alemán, Törzburg. Esta conexión, aunque ficticia, fue explotada por el régimen comunista rumano bajo Nicolae Ceaușescu, quien promovió el Castillo de Bran como el “Castillo de Drácula” para atraer turismo, consolidando su estatus como un símbolo global de misterio y terror.

Tras la caída de la monarquía rumana en 1948, el Castillo de Bran fue confiscado por el gobierno comunista y abandonado durante años, sufriendo un deterioro notable. En 1956, se reabrió como museo, exhibiendo arte y mobiliario recopilados por la reina María. Las restauraciones de 1987 a 1993 revitalizaron su estructura, y en 2006, tras un proceso de restitución, fue devuelto a los herederos de la princesa Ileana, hija de la reina María, específicamente al archiduque Dominic de Austria. Este cambio de propiedad generó controversias legales, pero el castillo mantuvo su función como museo, administrado parcialmente por el estado rumano durante un período transitorio.

En la actualidad, el Castillo de Bran es un monumento nacional y uno de los destinos turísticos más visitados de Rumania. Los visitantes pueden recorrer sus interiores, que incluyen exposiciones sobre la reina María, la historia medieval y la leyenda de Drácula, así como un museo al aire libre con estructuras campesinas tradicionales de la región de Bran. La arquitectura del Castillo de Bran, con sus torres imponentes y su ubicación entre los montes Bucegi y Piatra Craiului, ofrece un espectáculo visual que combina historia y naturaleza. Aunque su vínculo con Vlad Țepeș es tenue, la fortaleza encarna un cruce entre realidad y ficción que fascina a millones.

La economía local ha capitalizado esta fama, con souvenirs como postales y camisetas que refuerzan la imagen del “Castillo de Drácula”. Sin embargo, las autoridades y los propietarios actuales buscan desmitificar esta narrativa, destacando su valor histórico y arquitectónico sobre la leyenda vampírica. Esta dualidad entre mito y realidad enriquece la identidad del Castillo de Bran, convirtiéndolo en un caso de estudio sobre cómo la cultura popular puede transformar un sitio histórico en un fenómeno global.

En conclusión, el Castillo de Bran trasciende su función original como fortaleza medieval para convertirse en un emblema de la historia de Transilvania y la imaginación humana. Su evolución desde un bastión sajón hasta una residencia real y, finalmente, un museo refleja los cambios políticos y culturales de Rumania. Aunque su asociación con Drácula es una construcción literaria, esta narrativa ha asegurado su lugar en el imaginario colectivo, haciendo del Castillo de Bran un testimonio vivo de cómo la historia y la leyenda pueden converger en un solo lugar. Su belleza arquitectónica, su pasado multifacético y su aura misteriosa lo convierten en un destino imprescindible para quienes buscan explorar las profundidades de Transilvania.


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