Los romanos acudían a la barbería para afeitarse, a pesar de que algunos sectores de la sociedad lo consideraban práctica propia de griegos y hombres afeminados. Pero cuando Escipión el Africano decidió hacerlo todos los días, el acto de afeitarse se vistió de gran prestigio social.

A pesar de que normalmente los romanos a las termas iban por las tardes, obviamente, su aseo no empezaba entonces, sino cuando se despertaban, habitualmente al amanecer. Si se despertaban antes del amanecer, lo normal era que se quedaran en la cama un rato, leyendo repasando documentos a la luz de una lámpara o una vela.
Esa lectura a media luz se llamaba “lucubrare”, de dónde viene nuestro “elucubrar”, que significa, averiguar lo que no está muy claro, como podían estar las letras a la luz de una lucerna a esas horas.
Por fin, a la salida del sol, el romano lavaba sus manos, boca y cara y se vestía, no sin antes pasar por manos del “tonsor”, barbero, si contaba con este siervo en su propia casa.
Si no, se marchaba a la barbería más cercana a que le brindaran este servicio fundamental durante los dos siglos en que la barba no estuvo de moda, sino que era una señal de luto (el I a.C y el I d.C). El ” tonsor” no solo afeitaba, también peinaba y ungía la cabellera de su amo.
Los romanos, al principio de su historia, solían llevar barba, pero desde mediados del siglo I a.C y hasta el mandato de Adriano, emperador de los años 117 al 138 d.C y nacido en Itálica (Sevilla),de quien se sospecha la lucía para tapar una cicatriz, la barba pasó a estar demodé, lo que dio un gran empuje a los locales públicos donde, mediante el afeitado (con medios bastante rústicos) o incluso la depilación, los ciudadanos conseguían estar a la moda.
Los peluqueros y barberos de la época, los buenos, obviamente, llegaron a alcanzar gran fama, con colas interminables a las puertas de sus establecimientos donde lo mismo te cortaban el pelo con unas tijeras de hierro que te lo rizaban y perfumaban, además de, como dijimos, librarte del vello facial o incluso corporal.
Nos referimos a la depilación, acto que ya se realizaba en Roma, porque también estuvo de moda por supuesto entre las mujeres y también para los hombres que se atrevían a pasar por ello (Julio César parece ser que era un adepto a la depilación)
El poeta Marcial se reía del cliente que, a medias depilado, a medias afeitado a navaja y a medias a tijera, salía de la peluquería. Dice Marcial:
”Una parte de tu cara está esquilada, otra afeitada y otra depilada. Dime, pues, ¿quién podría decir al verte que tienes un solo rostro?”.
En cierta ocasión riéndose de la calvicie de Marinus, un asiduo a las peluquerías de entonces y que tapaba su calva con los cabellos que todavía le salían por los laterales, le espetó:
”Cubres tu cráneo reluciente con los bucles que marca la moda; pero he aquí que, agitados por el viento, huyen de su sitio y pasan a orlar tu cabeza dos enormes volutas. Marinus, ¿por qué no afrontas tu edad con franqueza? No hay nada más feo que un calvo con rizos”.
El mismísimo Galeno, el doctor por antonomasia, que vivió entre los siglos II y III d.C y que por lo visto era medio calvo, se quejaba porque, acaso para burlarse de él, los “peluqueros” le cobraban la mitad del precio normal.
Cuando sus conciudadanos se reían de su calvicie, parece que el insigne médico contestaba: “Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza y no afuera”.

El Candelabro. Iluminando Mentes