Perseo crece y se convierte en un héroe, cortando la cabeza de la górgona Medusa y salvando de la muerte a la que sería su mujer Andrómeda. … En la prueba de lanzamiento de disco un golpe de viento desvía el lanzamiento de Perseo y el disco cae en la cabeza de Acrisio quitándole la vida. El oráculo se había cumplido.



PERSEO, EL VENCEDOR DE MEDUSA


La extraordinaria historia de Perseo comenzó incluso antes de su nacimiento. Su abuelo, el Torrey Acrisio, vivía aterrorizado con la posibilidad de tener un nieto porque un oráculo había predicho que ese niño lo mataría algún día. ¿Qué hacer para evitar que su hija única, la bella Dánae, no le diera un nieto? Acrisio escogió una solución radical: encerró a su hija con una criada en una prisión con paredes de bronce.

Pero Zeus, el más poderoso de los dioses, vio a la encantadora Dánae y se enamoró de ella. Este dios, un gran seductor, inventó una treta para introducirse en la habitación de la joven. Una noche, Dánae sintió en su seno una dulce lluvia de oro brillante, que se filtró por una estrecha ventana que daba al cielo… Era Zeus que se había metamorfoseado en finas gotas del metal precioso para acercarse a la bella.

Nueve meses más tarde, Dánae dio a luz un hijo al que nombró Perseo. El recién nacido creció en la prisión sin que nadie lo supiera, hasta que un día el rey Acrisio pasó cerca y oyó unos curiosos chillidos. Interrogó a la criada, que confesó que Dánae había tenido un niño. “¿Quién es el padre de este niño?”, preguntó a su hija. “Zeus”.

Furioso de que se burlaran de él, Acrisio mandó matar a la criada porque sospechaba que ella le había llevado un hombre a Dánae. Luego mandó encerrar a Dánae y a Perseo en un gran baúl de madera y lo tiró al mar… Las olas y las tempestades lo ayudarían a deshacerse de su culpable hija y de su peligroso nieto.

Pero el baúl no se hundió. Al otro día encalló en la isla de Sérifos, donde un pescador recibió a la madre y al hijo. Pasaron los años y Perseo creció en inteligencia y fuerza. Era un muchacho cuando el rey de la isla, Polidectes, un cruel tirano, fue seducido por la belleza de su madre y se enamoró locamente de ella. Dánae rechazó sus cortejos y contaba con que su hijo la protegería. “Cambiará de opinión si logro alejar a su hijo’, pensó Polidectes. Entonces el tirano invitó a Perseo a un banquete y le dio a entender que renunciaría a casarse con su madre si le llevaba un regalo extraordinario. “Asunto arreglado! Te traeré la cabeza de Medusa la Gorgona”, dijo el joven sin medir sus palabras.

¿Quiénes eran las Gorgonas? Tres espantosas hermanas, tres monstruos horrorosos dotados de inmensas alas de oro, largos colmillos de jabalí y una cabeza erizada de aterradoras serpientes. Peor aún: bastaba cruzar su mirada para ser transformado de inmediato en estatua de piedra. Dos de ellas eran inmortales, salvo Medusa.

Perseo había hablado sin pensar, sólo para impresionar al rey. Al día siguiente, cambió de opinión y propuso regalarle un caballo. Pero el tirano dijo: “No, me prometiste la cabeza de la Gorgona. ¡No quiero otra cosa!” Para Perseo era imposible desistir sin caer en desgracia…


La cabeza de Medusa



Polidectes había ganado: muchos hombres habían tratado de matar a Medusa y ninguno de ellos había regresado. Perseo estaba desesperado…

Pero no olvidemos que era hijo de Zeus. Otros dioses lo ayudarían, en especial la sabia Atenea y el astuto Hermes. Ellos le susurraron al oído las etapas que debía cumplir y la manera de superar las pruebas.

En primer lugar, Perseo tuvo que enfrentar a las Grayas para que le revelaran dónde se escondían las ninfas. Hermanas de las Gorgonas, las Grayas formaban un trío monstruoso: eran tres hermanas viejas y arrugadas de nacimiento. Su piel era amarilla y llena de arrugas y, sobre todo… sólo poseían un ojo y un diente para las tres. “Dame el ojo y el diente”, graznaba una. “Devuélvemelos”, eructaba la otra. ¡Tenían que esperar su turno para ver y para comer!

Perseo se escondió muy bien, pues, incluso con un solo diente, estos monstruos lo hubieran devorado. Luego, aprovechando el instante en que el ojo y el diente pasaban de mano en mano, se lanzó como una flecha para robarlos. Las Grayas se pusieron rabiosas, pero el joven no aceptó devolvérselos hasta que le indicaran el camino: tuvieron que aceptar

Así, Perseo encontró a las ninfas, tres jóvenes tan encantadoras como horrorosas eran las Grayas. Luego de haberle explicado dónde encontrar a las Gorgonas, le regalaron tres objetos mágicos para ayudarle a vencerlas: sandalias aladas, como las de Hermes, para que pudiera volar; el casco de Hades, el dios de los infiernos, que hacía invisible al que se lo ponía; y una alforja para poner en ella la cabeza de Medusa cuando la hubiera cortado. Hermes, que velaba por su protegido, agregó un último regalo: una espada con una hoz capaz de cortar cualquier cosa.

Con ese equipo, Perseo voló a través de los mares para llegar a la isla habitada por las terribles hermanas. El espectáculo era pavoroso: alrededor de la gruta donde vivían las Gorgonas se levantaban estatuas de hombres valientes, transformados en piedra por haber cruzado su mirada con los monstruos.

y Aterrado, Perseo sintió un escalofrío, pero se repuso al notar la presencia de Atenea a su lado. Aprovechando el momento en que las dos Gorgonas inmortales estaban dormidas, la diosa blandió encima de Medusa su escudo pulido como un espejo. Perseo pudo así ver el reflejo del monstruo sin cruzar su mirada con ella. La visión heló la sangre en sus venas, pero caminando de espaldas, con la ayuda del espejo, vio la garganta de Medusa y de un solo golpe, le cortó la cabeza. Un chorro de sangre brotó, y de él surgió Pegaso, un maravilloso caballo alado. Con los ojos fijos siempre en el escudo, Perseo recogió la cabeza de Medusa. En un dos por tres la puso en su alforja mágica sin mirarla y huyó. Con los gritos estridentes de su hermana, las otras dos Gorgonas se despertaron y se lanzaron a la persecución de Perseo. A pesar que volaban, como él, el joven pudo escapar porque su casco lo hacía invisible.


La bella Andrómeda



Cuando volaba de regreso, Perseo vio a una joven atada a una roca que azotaban las aguas. Conmovido por su belleza y sus lamentos, bajó hacia ella y le preguntó las razones de su triste situación. “Es una larga historia”, le respondió la joven, llamada Andrómeda, con la voz entrecortada por el llanto. “Mi madre, Casiopea, tuvo el atrevimiento de declarar que ella era más bella que las Nereidas, las divinidades marinas. Como castigo, Poseidón, el dios del mar, envió un monstruo que está asolando nuestro reino. Para que cese este flagelo, un oráculo sugirió a mi padre, el rey Cefeo, que me sacrificara a este monstruo…”

En cuanto pronunció esa palabra, Perseo avistó el pecho inmenso del monstruo que surgía de las aguas… Con el hocico abierto, se aproximaba a la bella Andrómeda; la joven grito. En la orilla, sus padres lloraban, pues no podían hacer nada por ella. “Si mato a ese monstruo, ¿me darán la mano de su hija en matrimonio?”, preguntó Perseo con premura. “Mil veces sí”, respondieron al unísono. “Incluso te ofrezco mi reino”, agregó Cefeo.

Perseo voló por los aires y se colocó entre el sol y el mar de manera tal que su sombra apareciera sobre el agua ante los ojos del monstruo. Creyendo ver una presa, la terrible bestia se lanzó furiosa contra la sombra. Entonces Perseo se montó en su espalda y le asestó un espadazo. Cruelmente herido, el monstruo se incorporó; sus ojos desprendían chispas de rabia. Perseo se apartó a tiro de ala y luego reanudó el ataque. Hundió de nuevo su arma en los flancos y en la garganta de la bestia sin darle tregua, hasta que desapareció en un gran mar de sangre. Aplausos y gritos de alegría retumbaron en la orilla. El rey y la reina saludaron al héroe y lo proclamaron su yerno. Andrómeda, liberada de sus cadenas, se lanzó en sus brazos…


La profecía



Llevando su alforja bien cerrada sobre el hombro, Perseo regresó a Sérifos para presentar Andrómeda a su madre. Después del alegre encuentro, esta última le contó su infortunio: “En tu ausencia, el rey Polidectes me obligó a aceptar que lo desposara. La boda se efectuará mañana”.

Furioso, Perseo se precipitó al palacio para acabar con el malvado rey. Sin previo aviso, entró en la sala de banquetes donde Polidectes festejaba con sus invitados. “Mira, te traje lo que me pediste. ¡Aquí está la cabeza de Medusa!”

Al pronunciar estas palabras, miró para otro lado, sacó la cabeza de Medusa de su alforja y la blandió frente del rey y los asistentes. Al instante, todos se transformaron en estatuas de piedra.

Liberado de Polidectes, el héroe ofreció la cabeza de Medusa como homenaje a Atenea, quien la puso en su escudo; luego devolvió las sandalias aladas, la espada, el casco de invisibilidad y la alforja mágica a Hermes, a Hades y a las ninfas.

Acompañado por su madre y Andrómeda, Perseo fue a buscar a Acrisio, su abuelo, con la esperanza de reconciliarse con él.

Pero en cuanto se enteró de la llegada de su nieto, el anciano, aterrado por el augurio del oráculo, huyó a una ciudad vecina en la que se llevaban a cabo grandes fiestas deportivas, en especial, el concurso de lanzamiento de disco.

Al pasar por esa ciudad, el joven y vigoroso Perseo fue invitado a participar. Cuando tocó su turno, tomó impulso y lanzó el disco con todas sus fuerzas. Hizo un movimiento en falso y el proyectil aterrizó entre la multitud… justo en el cráneo de Acrisio, que había ido a ver los juegos.

Perseo mató entonces a su abuelo, pero involuntariamente… y la profecía se cumplió. Así lo quiso el destino.

Después de la muerte de Acrisio, Perseo dudó en ocupar el trono que le pertenecía. No quería ser el sucesor del que había matado, así que cambió su reino por el de su primo. Su reinado fue feliz y su mujer le dio varios hijos. Una de sus nietas, Alcmena, sería en el futuro la madre de Hércules.

Cuando Perseo murió, Zeus quiso honrar la memoria de este héroe que siempre fue valiente y respetuoso de los dioses; lo fijó en el cielo como una constelación de estrellas que desde entonces lleva su nombre.



El Candelabro. Iluminando Mentes