José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, fue un político, militar y dictador mexicano. El tiempo que acumuló ejerciendo el cargo de presidente de México tuvo una extensión sin precedentes, llegando a los treinta años con ciento cinco días, y este lapso en la historiografía mexicana se denomina Porfiriato.
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Imágenes realizadas con IA, por ChatGPT para el Candelabro.
PORFIRIO DÍAZ.
Mientras el Ypiranga tomaba curso rumbo a Europa el 1o. de junio de 1911, un viejo y derrotado Porfirio Díaz pudo escuchar por última vez algunos compases de Dios nunca muere al tiempo que en su memoria se dibujaba la vieja Oaxaca y la costa de México desaparecía ante sus ojos: atrás quedaba la patria y su vida entera; entrelazadas ambas, habían escrito en mayor o menor medida los últimos cincuenta años de la historia nacional.
El trayecto rumbo al viejo continente no tuvo mayores contratiempos. Sólo en la Coruña, España fue recibido por una manifestación de comunistas organizada en su contra. Nada de importancia. Don Porfirio seguía muy molesto por la infección bucal que lo había acompañado en los momentos más amargos de su vida. Decidido a sanar viajó a Interlaken, Suiza donde un especialista le devolvió la salud.
A mediados de julio de 1911, don Porfirio y doña Carmelita llegaron a París. Casi de inmediato visitó Los Inválidos y la tumba de Napoleón Bonaparte. Fue uno de los momentos más emotivos de su exilio. Con los veteranos franceses pudo evocar los viejos hechos de armas de la guerra de intervención. Si antes habían sido enemigos, en ese momento los unía un pasado común: la carrera de las armas y los años de la guerra.
La apoteosis de la visita sucedió cuando el general Niox, lo escoltó hacia la tumba de Napoleón y puso en sus manos la espada que el emperador de los franceses blandió en Austerlitz. “Soy indigno de ella” -comentó don Porfirio, a lo que respondió el general: “Nunca ha estado en mejores manos”.
Durante los años de exilio, recorrió las principales capitales de Europa. En abril de 1912, acompañado por Carmelita visitó San Sebastián y Madrid. El rey Alfonso XIII lo recibió en el palacio de la Zarzuela. También visitó Alemania para presenciar las maniobras militares de su impresionante ejército en vísperas de la primera guerra mundial.
Cuando el invernal frío llegaba a París, los Díaz se trasladaban al sur en busca de un clima más propicio: Biarritz, San Juan de la Luz albergaron por algunas temporadas al viejo General y a su esposa. En sus largos recorridos, llegaron hasta África , gozaron con El Cairo y Keneth, admiraron las milenarias construcciones y fue retratado frente a la famosa Esfinge. En el viaje de regreso a París, los Díaz también se detuvieron algunos días en Nápoles y Roma.
A mediados de 1913 volvió a ver a la más querida de sus hijas: Amada. Permanecieron juntos por algunos meses y realizaron un viaje a los Alpes suizos y a San Juan de la Luz. París lo acogió durante los últimos meses de vida. Entre 1914 y 1915 su salud se fue deteriorando considerablemente, aunque siempre mostraba una actitud de enorme vitalidad frente a la gente.
Sus pensamientos iban y venían. Los sueños se mezclaban difusamente con la realidad. Recordaba los años en el mesón de la Soledad, el solar del Toronjo, La Noria. Veía los rostros de su madre, de su hermano Félix, de su adorada Delfina.
El día 29 de junio recibió la extremaunción y el 2 de julio de 1915, “la palabra se le fue acabando -escribió Martín Luis Guzmán. Parecía decir algo de La Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: Mi madre me espera… A las dos de la tarde ya no pudo hablar. A señas… procuraba hacerse entender.
Se dirigía casi exclusivamente a Carmelita… ¡Ah, sí, La Noria! ¿Oaxaca? Si, si. Oaxaca, en Oaxaca. Allá quería ir a morir y a descansar. A las seis y media expiró, mientras a su lado el sol lo inundaba todo en luz”
Porfirio fue sepultado en la iglesia de Saint Honoré l¨/Eylau, un lugar del todo ajeno a su historia. Al dejar el país en 1911, sabía que llegaría el momento de rendirle cuentas a la historia y a su patria, quizá por eso, en el último párrafo de su renuncia pidió un trato justo: “Espero que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado a mis compatriotas”.
La colonia mexicana presentó sus condolencias, así como de otras naciones europeas y temporalmente el féretro quedó en Saint Honoré l’Eylan; meses después se le trasladó al cementerio de Montparnasse, donde permanecen sus restos hasta nuestros días.
En México se conoció la noticia horas después, y la prensa al día siguiente la dio a conocer; de momento causó impacto y tristeza, pero ante la inestabilidad del gobierno y por los acontecimientos internos que se registraban pronto, pasó al olvido.
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