El poder no siempre reside en ejércitos o armas; a veces, un simple puñado de sal puede sacudir un imperio. En 1930, Mahatma Gandhi, con su andar sereno y un bastón como única arma, desafió al coloso británico con un acto tan humilde como revolucionario: recoger sal del mar. Lo que parecía un gesto insignificante se convirtió en una tormenta de desobediencia civil que arrastró a millones y puso en jaque al dominio colonial. Así nació la Marcha de la Sal, donde la historia cambió al ritmo de los pasos de un pueblo decidido.
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La perla y la corona, a 75 años.
La Marcha de la Sal: Resistencia No Violenta y Desafío al Imperialismo Británico
La resistencia civil no violenta, como método de lucha política, encontró en la Marcha de la Sal uno de sus ejemplos paradigmáticos y más influyentes del siglo XX. Entre el 12 de marzo y el 6 de abril de 1930, Mohandas Karamchand Gandhi, conocido por su pueblo como Mahatma (“gran alma”), lideró esta acción de desobediencia civil que desafió directamente al monopolio británico sobre la producción y distribución de sal en la India colonial. Lo que comenzó como una caminata de 388 kilómetros desde el Ashram Sabarmati hasta las costas de Dandi, con un grupo inicial de setenta y ocho seguidores cuidadosamente seleccionados, se transformó en un movimiento nacional que catalizó la lucha por la independencia india y provocó una crisis de legitimidad para el gobierno colonial británico sin precedentes.
El contexto histórico en que se gestó esta acción de resistencia resulta fundamental para comprender su significado profundo. Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio británico había consolidado su dominio sobre el subcontinente indio, pero enfrentaba crecientes tensiones sociales y políticas. La promulgación de las Leyes Rowlatt en 1919, que permitían al gobierno colonial encarcelar sin juicio a sospechosos de sedición, y la subsiguiente masacre de Amritsar, donde las tropas británicas dispararon contra una multitud desarmada matando a 379 personas, habían intensificado el sentimiento anticolonial. El Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, se había transformado gradualmente de una organización de élites educadas a un movimiento de masas, especialmente tras la incorporación de Gandhi en 1920 y su implementación del principio de satyagraha o “fuerza de la verdad”, un método de resistencia no violenta basado en la desobediencia civil.
La elección de la sal como símbolo de resistencia constituyó un acto de brillante estrategia política. La Ley de la Sal británica prohibía a los indios recolectar o vender sal, un elemento esencial para la vida humana, imponiendo un impuesto sobre este bien básico y estableciendo un monopolio imperial. Gandhi comprendió que este impuesto afectaba directamente a todos los sectores de la sociedad india, particularmente a los más empobrecidos, convirtiéndolo en un símbolo perfecto de la opresión colonial. Como expresó en su carta al virrey Lord Irwin: “La sal es para el campesino indio lo que el aire es para los pulmones”. Al seleccionar un elemento tan cotidiano y vital, Gandhi logró traducir complejas cuestiones políticas y económicas a un lenguaje universalmente comprensible, galvanizando el apoyo popular y demostrando la irracionalidad del sistema colonial.
La propia marcha constituye un ejercicio magistral de simbolismo político. Gandhi, entonces de 61 años, caminó aproximadamente 16 kilómetros diarios durante 24 días, atravesando numerosos poblados donde miles de personas acudían a verlo y escuchar sus discursos sobre la necesidad de independencia y no violencia. El impacto visual de esta figura ascética, vestida con un simple dhoti y apoyada en un bastón, desafiando al mayor imperio del mundo, generó una poderosa narrativa que resonó tanto en la India como internacionalmente. La planificación meticulosa incluyó invitar a la prensa internacional, particularmente al periodista estadounidense Webb Miller, cuyas crónicas detalladas sobre la marcha y la subsiguiente represión británica contribuyeron a internacionalizar la causa india y socavar la legitimidad moral del imperialismo británico.
El momento culminante llegó el 6 de abril de 1930, cuando Gandhi recogió agua del Mar Arábigo y produjo sal evaporando el agua marina, violando deliberadamente la ley colonial. Este acto aparentemente simple desencadenó una ola de desobediencia civil por todo el subcontinente. Millones de indios comenzaron a producir sal ilegalmente; se organizaron protestas masivas y boicots contra productos británicos. La respuesta del gobierno colonial fue contundente: aproximadamente 60.000 indios, incluido el propio Gandhi, fueron arrestados en los meses posteriores. Las imágenes de policías británicos golpeando brutalmente a manifestantes pacíficos en Dharasana, especialmente documentadas por Webb Miller, conmocionaron a la opinión pública internacional y evidenciaron la contradicción fundamental entre los valores democráticos que Gran Bretaña proclamaba defender y sus acciones represivas en la India.
La importancia histórica de la Marcha de la Sal trasciende sus efectos inmediatos. Aunque no consiguió la independencia inmediata —que llegaría finalmente en 1947—, transformó fundamentalmente la dinámica del movimiento independentista indio y la percepción internacional del colonialismo británico. El historiador Judith Brown señala que la campaña logró tres objetivos cruciales: primero, movilizó a sectores previamente marginados de la sociedad india, particularmente mujeres y castas inferiores, incorporándolos activamente a la lucha nacionalista; segundo, demostró la viabilidad de la resistencia no violenta como método efectivo contra un poder colonial tecnológicamente superior; y tercero, estableció al Congreso Nacional Indio como la principal fuerza política nacionalista, legitimándolo como representante del pueblo indio.
La dimensión mediática y comunicativa de la Marcha de la Sal revela otro aspecto de su significación histórica. Gandhi comprendió tempranamente la importancia de las percepciones públicas en la era de la comunicación de masas. Mediante una cuidadosa orquestación de símbolos visuales, declaraciones públicas y actos ritualizados, transformó una protesta local en un drama moral universalmente comprensible que cuestionaba los fundamentos éticos del imperialismo. El historiador Thomas Weber observa que Gandhi “teatralizó” deliberadamente la protesta para maximizar su impacto emocional y didáctico, creando lo que el sociólogo Jeffrey Alexander denominaría posteriormente un “performance de resistencia civil” con resonancias tanto rituales como políticas.
El legado metodológico de la Marcha de la Sal se extendió mucho más allá de las fronteras indias. Martin Luther King Jr. adaptó explícitamente los principios gandhianos de satyagraha al movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos; Nelson Mandela reconoció su influencia en la lucha contra el apartheid sudafricano; y más recientemente, movimientos como la Primavera Árabe y diversas protestas antiglobalización han incorporado elementos de resistencia no violenta directamente inspirados en el modelo gandhiano. El politólogo Gene Sharp, en su influyente estudio sobre resistencia no violenta, identifica la Marcha de la Sal como un caso ejemplar de lo que denomina “jiu-jitsu político”, donde el poder aparentemente superior del opresor se utiliza contra él mismo mediante acciones que exponen la ilegitimidad moral de la represión.
La Marcha de la Sal ilustra también la compleja interrelación entre resistencia simbólica y praxis económica. El boicot a los productos británicos, particularmente textiles, que acompañó la campaña, no solo constituía un acto de protesta política sino que promovía simultáneamente la autosuficiencia económica (swadeshi) como componente integral de la liberación nacional. La producción doméstica de khadi (tela hilada a mano), otra iniciativa gandhiana que se intensificó durante este período, ejemplifica cómo la resistencia anticolonial no se limitaba a confrontar el poder político extranjero sino que buscaba reconstruir activamente alternativas económicas y culturales autóctonas. Esta dimensión económica de la resistencia gandiana ha sido reinterpretada contemporáneamente por movimientos altermundistas y ecologistas como un precedente histórico de modelos económicos localizados y sostenibles frente a la globalización neoliberal.
La Marcha de la Sal representa, en síntesis, un momento crucial en la historia de los movimientos anticoloniales y en la evolución de estrategias de resistencia política no violenta. Su significación trasciende el contexto específico de la lucha independentista india para constituirse en un paradigma de acción política basada en principios éticos universales. Al desafiar el monopolio británico sobre un elemento tan básico como la sal, Gandhi no solo confrontó un sistema tributario injusto sino que cuestionó simbólicamente la legitimidad moral del dominio colonial en su totalidad.
La imagen del Mahatma recogiendo un puñado de sal marina en las playas de Dandi permanece como testimonio visual de cómo actos aparentemente simples, ejecutados con convicción moral y estrategia política, pueden catalizar transformaciones históricas profundas y duraderas.
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