La guerra de la Independencia Española fue un conflicto bélico que se dio entre 1808 y 1814 dentro del contexto de las guerras napoleónicas, que enfrentó a las potencias aliadas de España, Reino Unido y contra el Primer Imperio Francés.



COMIENZA LA INVASION NAPOLEONICA DE ESPAÑA. EL GENERAL JUNOT CRUZA EL BIDASOA AL MANDO DE LA PRIMERA DIVISIÓN DE INFANTERÍA


En 1807, con el pretexto de ayudar a España en la conquista de Portugal, que continúa oponiéndose a abandonar su alianza con el Reino Unido, entran en suelo español las tropas napoleónicas comandadas por el general Junot. La presencia de estas tropas terminará por alarmar a Godoy, primer ministro de Carlos IV, que recelará de las verdaderas intenciones de Napoleón. Incomprendido, el pueblo español se manifestará en contra de la política de Godoy que culminará con el Levantamiento del 2 de mayo de 1808, inicio de la Guerra de Independencia Española, hasta que en 1813 el ejército francés derrotado, se retire definitivamente y pierda el territorio.

Fue precisamente Junot el primero en entrar al cruzar el Bidasoa. Todavía no estaban concluidas las negociaciones entre España. Francia y Portugal cuando Napoleón, impaciente y deseoso de comenzar su proyectada empresa, dio orden a Junot para que entrase en España, y asíel 18 de Octubre de 1,807 cruzó el Bidasoa la primera división francesa, a las órdenes del general Delaborde. Pasada la primera division, la siguieron la segunda y la tercera, mandadas por los generales Loison y Travot, con la caballería, cuyo jefe era el general Kellermann

En Irún tuvo orden de recibir y obsequiar á Junot Don Pedro Rodriguez de la Buria; encargo que ya había desempeñado en la otra guerra con Portugal. Las tropas francesas se encaminaron por Burgos y Valladolid hacia Salamanca, a cuya ciudad llegaron veinte y cinco días después de haber entrado en España. Por todas partes fueron festejadas y bien recibidas, ignorantes de lo que se les venía encima

Napoleón que pensaba al principio que los españoles vivían tiranizados por el clero y unos gobernantes deleznables y que abrazarían su causa ilustrada (“una chusma de aldeanos guiada por una chusma de curas”), no previó ni el levantamiento en masa, ni su virulencia. En la falsa idea de que se trata de simples disturbios, ordena enviar expediciones que resultan de ida con vueltas fallidas. Dupont, que llega a Córdoba, pero que ha de retroceder hasta Andújar; Moncey, a Valencia, para retirarse a San Clemente; Duhesme que, obligado a desistir ante Gerona, se reintegra a Barcelona; Lefebvre, que resulta frenado en Eras del Rey; Schwartz, primero sólo y luego con Chabran, son derrotados en los Bruch.

Ciertamente que Lasalle con Merle, triunfa en Cabezón y ocupa Santander, cerrando con ello una óptima entrada a la posible ayuda inglesa, y que Bessieres lo hace en Medina de Río Seco. Pero también lo que es que seis días más tarde las tropas españolas vencen asombrosamente en Bailén. Se levanta el sitio de Zaragoza y Gerona fuerza que levanten el suyo. Europa, sorprendida, aprende que las Águilas imperiales pueden ser batidas. Y Napoleón, “una mancha sobre su vestido”, proyecta raudamente el desquite de la “infame capitulación”. No logra reunir los 250.000 que pretende, pero sí 180.000 hombres, aunque ya es tarde; su suerte en España y por ende la de todo su imperio, ya estaba echada.



Tras el posterior desastre, Napoleón dejaría para la posteridad un par de famosas frases lapidarias:

“A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros.”


En Santa Elena escribió sobre el 2 de mayo:


“Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza corriendo a las armas. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor”, y aunque en general en la Historia – y en particular en Napoleón – este tipo de frases lapidarias suelen ser apócrifas y poco verosímiles, lo cierto es que por una vez no le hubiera faltado razón al corso revolucionario.



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