El Cristo Crucificado de Velázquez y el soneto Anónimo del S. XVI son dos obras cumbre de la literatura y el arte español que abordan la figura de Cristo crucificado desde perspectivas distintas, pero complementarias. Por un lado, la pintura de Velázquez se presenta como una obra maestra que se acerca a la fotografía en su búsqueda de la verdad en la representación del cuerpo humano y de las emociones. Por otro lado, el soneto es una expresión poética de una intensidad y pureza únicas, que muestra el amor y el temor a Dios en un lenguaje sublime y sencillo a la vez. Ambas obras destacan por su capacidad para emocionar al espectador y al lector, respectivamente, y por su influencia en la cultura y la historia de España y del mundo.




Anónimo del S. XVI


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.***
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


Poesía y Arte


El siguiente texto aborda dos obras de arte que han trascendido a lo largo de los siglos por su excepcional calidad y conmoción emocional en el espectador.

El soneto “No me mueve, mi Dios” es una joya literaria de origen anónimo, cuya autoría sigue siendo objeto de debate. No obstante, lo que no admite discusión es su calidad poética, que lo ha llevado a ser considerado como uno de los más hermosos poemas en lengua castellana. El autor, con una profunda devoción a Dios, expresa en sus versos que no es el miedo al infierno ni la promesa del cielo lo que lo mueve a amar al Señor, sino la contemplación de su amor en la cruz, su dolor y su muerte. De esta manera, el poema alcanza una dimensión espiritual y trascendental que sobrepasa cualquier dogma religioso. La belleza del soneto radica en la sencillez y la pureza de su lenguaje, en la intensidad de su emoción y en la profundidad de su mensaje.




El Cristo Crucificado de Velázquez es una obra maestra de la pintura universal. En ella, el artista español logra plasmar de manera magistral la figura del Cristo en la cruz, con una veracidad y un realismo que impresionan al espectador. La anatomía del cuerpo humano, los pliegues del paño, el gesto del rostro, todo está representado con una precisión y una sensibilidad que trascienden la técnica y llegan al corazón del observador. La imagen del Cristo, con su postura delicada y su contraposto armónico, sugiere una humanidad sufriente y divina a la vez. La luz y las sombras se combinan de manera dramática para dar una sensación de profundidad y trascendencia. El Cristo Crucificado de Velázquez es una obra que nos invita a la reflexión y a la contemplación, y que nos conmueve con su belleza y su verdad.

En resumen, tanto el soneto “No me mueve, mi Dios” como el Cristo Crucificado de Velázquez son dos obras de arte que han trascendido en el tiempo gracias a su calidad y su capacidad de conmover al espectador. Ambas nos hablan de la fe y del amor, de la humanidad y de la divinidad, y nos invitan a reflexionar sobre el sentido profundo de la existencia. Son dos joyas culturales que nos hablan del espíritu humano en su afán por trascender lo cotidiano y acercarse a lo sublime.


EL CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES 

Descubre más desde REVISTA LITERARIA EL CANDELABRO

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.