Adéntrate en un mundo antiguo donde el caos y la creación se entrelazan en un ballet divino. Sumérgete en el enigmático universo del Shintoismo, una antigua tradición japonesa que nos revela el asombroso origen del mundo. Acompáñanos en un viaje fascinante a través de deidades y leyendas, donde la oscuridad y la luz, el orden y el desorden danzan en una sinfonía cósmica. Descubre cómo un mar de aceite se convierte en la semilla de la existencia y cómo los dioses forjan un destino que abarca tanto la vida como la muerte. Prepárate para desvelar los misterios ancestrales y sumergirte en un relato que trasciende el tiempo y despierta nuestra conexión con lo divino. Bienvenido a la esencia del Shintoismo, donde los orígenes del mundo cobran vida.

Foto: Izanagi (derecha) e Izanami (izquierda). Pintura de Eitaku Kobayashi (era Meiji). 1885
“El relato mítico del Shintoismo: Cómo surgió el universo a través de deidades y fuerzas primordiales”
Hace mucho tiempo, en los albores de la existencia, reinaba el caos en forma de un mar de aceite. Sin embargo, de ese abismo inicial emergió algo asombroso: un brote similar a un junco. Este brote se reveló como una deidad conocida como El Señor Eterno Ordenador, y con su llegada vinieron dos deidades más: el dios Productor de lo Alto y la diosa Productora de lo Divino. Aunque no se menciona explícitamente que fueran esposos, es muy probable que su vínculo fuera de tal naturaleza. Estos tres seres divinos forman la tríada primordial responsable de engendrar dioses, seres humanos y todo lo que existe. Sin embargo, poco se sabe sobre ellos, excepto que algunos clanes afirman descender directamente de ellos, y que el Alto Dios Productor a veces se manifiesta junto a la diosa Sol, como su asociado o esencia.
Tras la tríada original, surgieron una serie de dioses y diosas, probablemente en parejas, personificando fuerzas generativas como el lodo, el vapor y las semillas. Se dice que todos estos seres estaban “ocultos en sí mismos”, en un estado latente, pero no de acuerdo con la mortalidad humana. A lo largo de generaciones y desapariciones espontáneas, surgió una pareja destinada a engendrar muchas cosas y dioses de gran importancia. Ellos eran conocidos como “Macho-que-invita” (Izanagi) y “Hembra-que-invita” (Izana-mi), y es hora de conocer más sobre ellos.
Estas dos deidades fueron enviadas al mundo por “orden de las deidades celestiales” con el propósito de traer vida a la tierra. Descendieron desde su morada a través de la “Fuente Flotante del Cielo”. El dios masculino exploró el espacio con su espada, y las gotas de agua salada de su hoja se solidificaron en un islote llamado Onokoro, que significa “Autocoagulante”. Luego, se establecieron allí y contrajeron matrimonio, pero más tarde dieron la vuelta al islote en direcciones opuestas y se encontraron en el extremo más alejado.
El primer hijo que nació fue un ser deformado, similar a una medusa, debido a un descuido de la diosa durante la ceremonia de bodas. Este niño fue arrojado al agua. Sin embargo, posteriormente engendraron numerosas deidades y cosas, como el mar, las cascadas, el viento, los árboles, las montañas, los campos y mucho más. Fue gracias al poder del dios del viento que la bruma inicial se dispersó, y los objetos se revelaron con claridad. Desafortunadamente, el nacimiento de las deidades del fuego llevó a la trágica muerte de la diosa Izanami. Su partida fue similar a la de cualquier ser humano, víctima de una enfermedad febril. Podría considerarse como el primer caso de mortalidad en la historia. Después de su muerte, descendió al mundo de los muertos, conocido como Yomot-su-kuni o Yomi, también conocido como “Tierra de la Oscuridad”.
Su esposo, Izanagi, al igual que Orfeo, decidió seguir a su amada a este reino subterráneo. Sin embargo, la diosa le advirtió que no la siguiera. Pero movido por el deseo de verla, Izanagi encendió una antorcha y en la oscuridad del pozo distinguió la terrible y putrefacta figura de su amada. Enfurecida por la desobediencia de su esposo y deseando castigarlo encerrándolo también en la Tierra de la Oscuridad, la diosa lo persiguió mientras él huía. Invocó a todas las Furias, conocidas como Shikomé, “las hembras de la gran fealdad”, y a los fantasmas del lugar, quienes estuvieron a punto de atraparlo. Sin embargo, Izanagi arrojó racimos de uvas silvestres y brotes de bambú que crecían en su cabello hacia atrás, distrayendo a las Furias, que se detuvieron a comer esos frutos. Después de varias huidas y experiencias extraordinarias, el dios finalmente llegó a la frontera entre Yomot-su-kuni y el mundo terrenal. Las Furias y los fantasmas dejaron de perseguirlo, pero la diosa llegó hasta el límite del mundo. En ese momento, Izanagi levantó una enorme roca y bloqueó la abertura que conducía al mundo superior.
La diosa, furiosa, exclamó:
- A partir de ahora, haré que mil de tus súbditos mueran cada día en tu reino.
- Y yo, en respuesta -respondió el dios-, daré nacimiento a mil quinientos cada día.
Finalmente, estas dos deidades llegaron a un compromiso, y desde entonces los nacimientos y las muertes en el mundo se mantienen en esta proporción.
Después de escapar de la captura de los espíritus de las tinieblas y la muerte, el dios varón, Izanagi, se purificó en un río siguiendo los antiguos rituales. Así, poco a poco, pudo liberarse de la contaminación provocada por su contacto con la muerte en la Tierra de la Oscuridad.
A partir de esas manchas surgieron varios espíritus del mal, pero también surgieron espíritus protectores contra ese mal, como las deidades de los rápidos y los torbellinos. El último en nacer fue la Diosa-Sol, conocida como la “Deidad que ilumina el Cielo” (Ama-terasu), quien surgió del ojo izquierdo del dios-Padre. El dios-Luna, el “Guardián de la Noche Iluminada” (Tsu-ki-yo-mi), surgió del ojo derecho, y el dios-Tormenta, la “Deidad de impetuosa rapidez” (Susa-no-wo), de su nariz. Sin embargo, el dios-Luna quedó en un plano insignificante, mientras que los otros dos iniciaron una lucha épica.
Conclusiones:
El Shintoismo nos transporta a una época antigua, cuando el caos reinaba y el orden se abría paso lentamente. Desde la tríada original hasta la pareja divina de Izanagi e Izana-mi, el mundo fue moldeado por deidades en su búsqueda por crear y dar vida a todo lo que nos rodea.
Pero no todo fue armonía y creación. La muerte de Izana-mi marcó un punto crucial en esta historia, el inicio de una antítesis entre la vida y la muerte, la luz y las tinieblas, el orden y el desorden. Izanagi, valiente y decidido, se aventuró en el oscuro reino subterráneo para rescatar a su amada, desafiando a los terrores que allí habitaban.
La lucha, la persecución y finalmente la barrera que separó ambos mundos crearon un equilibrio frágil pero vital. Las consecuencias de sus acciones se extendieron a todas las generaciones venideras: la diosa prometió arrebatar vidas cada día, mientras que el dios se comprometió a dar nacimiento a un número mayor. Así, el ciclo de nacimientos y muertes se mantiene en constante movimiento, recordándonos la dualidad fundamental de la existencia.
Desde el surgimiento de espíritus protectores hasta la aparición de las poderosas deidades del sol, la luna y la tormenta, este relato es un viaje inolvidable a través de un mundo primigenio lleno de maravillas y desafíos. La lucha de los dioses y la creación de la vida misma nos revelan la esencia misma de la mitología japonesa y su profundo vínculo con la naturaleza.
Así, el Shintoismo nos sumerge en un universo lleno de magia y significado, donde los dioses dan forma a nuestro mundo y nos enseñan las lecciones más profundas sobre el equilibrio y la interconexión de todas las cosas.
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