En las sombras del desierto, donde el viento susurra antiguas historias de rivalidad y tragedia, se encuentran dos hermanos: Abel y Caín. Sus nombres resonaron a lo largo de la historia, recordados por su oscuro destino y la marca indeleble que dejó en ellos. Pero más allá de la sangre derramada y la disputa eterna, se oculta un fragmento de esperanza: el perdón. En este relato de Jorge Luis Borges, los caminos de Abel y Caín se entrelazan una vez más, bajo un cielo donde las estrellas aún no conocen su nombre. Un encuentro fugaz en el escenario desolado del desierto, una oportunidad para la reconciliación, para dejar atrás el remordimiento y liberar la culpa. Es en esta encrucijada donde se revela el poder del olvido como metáfora del perdón, desafiándonos a reflexionar sobre lo que significa perdonar y ser perdonado.



Abel y Caín, cuento de Jorge Luis Borges
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
—¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
—Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.
Abel dijo despacio:
—Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
Fin.
El tema central de este cuento de Jorge Luis Borges es el perdón y la reconciliación. A través de la historia de Abel y Caín, se explora la relación conflictiva entre dos hermanos que han sido conocidos tradicionalmente por su rivalidad y tragedia.
El cuento se sitúa después de la muerte de Abel, donde Caín se encuentra con su hermano en el desierto. Esta ubicación geográfica puede ser interpretada como un lugar simbólico, representando un estado de aislamiento y separación de la sociedad. A medida que los hermanos se reconocen y se sientan juntos, surge un ambiente de silencio y cansancio, insinuando el peso del pasado y la carga emocional que llevan.
La marca en la frente de Abel, dejada por la piedra que Caín usó para matarlo, se convierte en un recordatorio constante del crimen cometido por Caín. Sin embargo, cuando Caín pide perdón, Abel responde de una manera sorprendente. En lugar de culpar a Caín por su muerte o exigir venganza, Abel plantea una pregunta retórica sobre quién realmente mató a quién, insinuando que ambos hermanos son igualmente responsables de su trágico destino. Esta declaración revela una actitud de aceptación y perdón por parte de Abel.
El diálogo entre los hermanos continúa con Caín afirmando que ahora sabe que Abel lo ha perdonado, basándose en la capacidad de olvidar. Esta idea de que perdonar implica olvidar es interesante, ya que sugiere que el perdón verdadero solo se puede lograr si se deja de lado el remordimiento y se trasciende el pasado doloroso. Caín también se compromete a intentar olvidar, lo que puede interpretarse como su deseo de liberarse de la carga que lleva consigo.
Finalmente, Abel agrega que mientras el remordimiento persista, la culpa también lo hará. Esta afirmación pone de manifiesto la relación intrínseca entre el remordimiento y la culpa, sugiriendo que solo a través del olvido y el perdón se puede liberar de esta culpa.
En resumen, este cuento de Borges sobre Abel y Caín profundiza en el tema del perdón y la reconciliación. A través de los diálogos entre los hermanos, se plantea la idea de que el verdadero perdón implica olvidar y dejar de lado la carga del pasado. Además, se sugiere que tanto el remordimiento como la culpa están intrínsecamente vinculados, y solo desaparecerán cuando se logre un perdón genuino.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES