En las aguas tumultuosas del Mar Mediterráneo, en una época en la que la piratería dominaba los horizontes, se desarrolló un audaz y controvertido episodio que marcaría la juventud de aquel que en el futuro cambiaría el curso de la historia romana. En medio de su búsqueda incansable por conocimiento y perfeccionamiento retórico, el joven César vio su vida tomar un giro inesperado cuando fue secuestrado por despiadados piratas. Pero lo que los bandidos no esperaban era encontrarse con un hombre que, lejos de dejarse intimidar, desafiaría su poderío con una mezcla de desprecio audaz y aguda inteligencia estratégica. Así, en este relato de valentía, traición y venganza, descubrirás la increíble historia del secuestro de César por los piratas y cómo este incidente the forjó el carácter de uno de los líderes más prominentes de la antigua Roma.



EL JOVEN CÉSAR SECUESTRADO POR LOS PIRATAS


En 75 a. C., cuando César tenía veinticinco años de edad, decidió viajar a Rodas para estudiar retórica con Apolonio Molón, conspicuo maestro de oratoria. En retrospectiva, César se había distinguido como un joven abogado que, precisamente por su habilidad, se enzarzó en tensiones al enjuiciar a antiguos magistrados acusados de corrupción.

Puesto que se había granjeado la antipatía de políticos poderosos, el joven César consideró pertinente marcharse de Roma temporalmente y dedicar su tiempo al estudio. Empero, cuando viajaba a Rodas, en las proximidades de la isla de Farmacusa, su barco fue interceptado por piratas. En la primera mitad del siglo I a. C., antes del auge de Pompeyo, la piratería era común en el Mediterráneo. Era usual que los piratas secuestraran a jóvenes patricios para posteriormente exigir un rescate por ellos.

Según la tradición, César reprochó a los piratas por exigir veinte talentos de plata (él aseveraba que podía conseguir cincuenta), dado que la consideraba una cifra muy baja para su persona. Con todo, César envió a parte de sus compañeros de viaje a recaudar dicha cantidad. Mientras aguardaba, no se sintió intimidado:

«[…] los trataba con tal desprecio, que siempre que iba a acostarse les daba recado con la orden de que estuvieran callados. Durante treinta y ocho días, como si en vez de estar vigilado estuvieran dándole escolta, participó en sus juegos y ejercicios sin el menor miedo. Escribía poemas y discursos y los utilizaba como auditorio, y a los que no se los elogiaban los llamaba cara a cara ignorantes y bárbaros, y entre risas muchas veces los amenazó con ahorcarlos. Ellos estaban divertidos y atribuían esta franqueza a una especie de ingenuidad y broma». (Plutarco. Vida de César II)

La ciudad de Mileto fue la que mayormente cooperó para su rescate. Liberado, César reembolsó a la ciudad y la alentó a cazar a los piratas. De resultas de ello, zarparon algunas naves de guerra que consiguieron capturar a los secuestradores de César. Los piratas fueron apresados y trasladados a Pérgamo. Inicialmente, César trató de persuadir al gobernador de Asia, Marco Junco, de ejecutar a los piratas, pero este prefería venderlos como esclavos. Igualmente, pretendía adueñarse de parte del botín pirata incautado.

Así, César retornó a Pérgamo para convencer de que se ejecutara a los criminales. Legalmente, estaba infringiendo las órdenes de Junco, pero puesto que eran unos bandidos, quizá no resultó complicado que César persuadiera a autoridades y habitantes. Hacia el final fueron crucificados. No obstante, previamente César había ordenado que se les cortara la garganta para que su agonía en la cruz no se dilatara. Con ello quiso demostrar clemencia y, de igual manera, que pese al secuestro, había desarrollado cierta estima por ellos. Después de todo, había participado en sus juegos y ejercicios y fueron su público durante sus prácticas de discursos. Finiquitada esta cuestión, César se dirigió a Rodas.



EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES