En la tarde del 12 de abril de 1945, mientras el mundo todavía se recuperaba de las heridas de la Segunda Guerra Mundial, un oscuro destino convocó a Harry Truman a la Casa Blanca. Temiendo lo peor, Truman se lanzó hacia allí sin sospechar que su vida cambiaría en un instante. Lo recibió Eleanor Roosevelt, con palabras que resonaron en su alma: “Harry, el presidente ha muerto…”. Así comenzó un capítulo crucial en la historia, donde Truman, desafiado por la trascendencia de sus decisiones, se vio enfrentado a la opción más devastadora y polémica: utilizar la bomba atómica. En medio de la disyuntiva entre poner fin a la guerra o preservar la humanidad, se desató la encrucijada moral más atroz y los destinos de Hiroshima y Nagasaki quedaron sellados en los anales de la historia.

“La rendición japonesa y los dilemas éticos de la guerra: Truman y las bombas atómicas”
En la tarde del 12 de abril de 1945, Harry Truman recibió una inesperada llamada a la Casa Blanca. Salió apresuradamente, preocupado por lo que podría significar. Eleanor Roosevelt, la Primera Dama, lo recibió en la puerta con una noticia que sacudió su mundo: el presidente Franklin Delano Roosevelt había fallecido.
Truman, aturdido por la noticia, apenas pudo articular una pregunta: “¿Hay algo que pueda hacer por vosotras?”. Pero fue Eleanor quien respondió con brillantez: “¿Hay algo que nosotras podamos hacer por ti? Ahora eres tú el que está en problemas…”.
Y así comenzó el complicado y crucial mandato de Truman como el 33º presidente de los Estados Unidos. Asumió el liderazgo en uno de los momentos más críticos de la historia, con decisiones trascendentales por tomar. La primera y más urgente era poner fin a la guerra en el Pacífico.
Mientras Europa ya había alcanzado la tan anhelada paz, Japón seguía resistiendo y librando sangrientas batallas en el Pacífico. Nombres como Guadalcanal, Iwo Jima y Okinawa evocaban imágenes de ferocidad y crueldad sin precedentes. La opinión pública estadounidense comenzaba a cuestionar la necesidad de mantener a sus jóvenes soldados luchando en lejanos territorios insulares.
Truman se enfrentaba a un dilema moral y estratégico. ¿Cómo lograr la rendición de Japón sin causar más tragedia y pérdidas humanas? La opción militar parecía ser el único camino, ya que Japón estaba determinado a luchar hasta la muerte para proteger a su Emperador, su honor y su concepto de raza superior.
Sin embargo, también existían otras alternativas difíciles de considerar. El ex presidente Herbert Hoover había propuesto un bloqueo económico como una medida para poner fin a la guerra, pero esto llevaría demasiado tiempo y no había garantías de que la URSS no intentara una invasión. Además, el obstáculo de la “rendición incondicional” planteaba un desafío diplomático significativo.
Fue entonces, el 25 de abril, dos semanas después de asumir el cargo, cuando Truman se enteró de todos los detalles del proyecto Manhattan y del poder destructivo de la bomba atómica. En un acto de enorme responsabilidad, decidió utilizar esta innovadora tecnología como una forma de poner fin a la guerra y enviar un mensaje a la Unión Soviética, que había adquirido gran poder en Europa.
La elección de Hiroshima como objetivo se basó en un análisis estratégico entre 16 posibles blancos. El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 a.m., la bomba atómica fue lanzada sobre esta ciudad, causando una destrucción total. Más de 70,000 personas murieron instantáneamente, y miles más sufrieron las consecuencias de la radiación en los días y años siguientes. El 8 de agosto, la Unión Soviética declaró la guerra a Japón y, al día siguiente, Nagasaki se convirtió en el segundo objetivo de un ataque nuclear.
El destino de millones de personas estaba ahora en manos de Truman. La decisión de utilizar la bomba atómica fue condenada como bárbara e innecesaria por muchos altos cargos militares estadounidenses, incluidos Eisenhower y MacArthur. Sin embargo, Paul Tibbets, el soldado encargado de llevar a cabo el ataque, solo cumplió órdenes. Por encima de él se encontraban estructuras políticas y económicas que tomaban decisiones que cambiarían el curso de la historia.
Hiroshima y Nagasaki representan las últimas y más angustiantes llamas de la inmensa hoguera que consumió la vida de más de 50 millones de personas en cinco años de guerra. Estos trágicos eventos deben ser recordados como una lección para la humanidad, recordándonos que el poder de la destrucción debe tratarse con extremo cuidado, y que la paz y la diplomacia son siempre las mejores vías para resolver conflictos.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES