Adentro de las sinuosas sendas de la apacible librería, me aventuro entre susurros de páginas amarillentas y lomos desgastados. No busco un destino concreto en forma de títulos vendidos en masa, sino la incomparable emoción de tropezar con un ejemplar olvidado, un tesoro escondido. Con cada paso que doy, mis dedos se convierten en un faro que ilumina libros desamparados, desperdigados por los confines de su solitaria travesía en el vasto océano del tiempo. Al abrir sus páginas, el aire se carga de secretos ancestrales, mientras voces silenciadas susurran al oído del intrépido explorador que, en ese momento, se convierte tanto en descubridor como en descubierto.



“El coloquio eterno: diálogos entre el pasado y el presente en las librerías”
Camino por las sendas de madera gastada de la librería, entre espejismos de páginas amarillentas y lomos desgastados. No busco un destino fijo, un título que grita desde la lista de los más vendidos. Busco el susurro, el roce inadvertido de un libro olvidado. ¿Será este el día en que tropiece con la sorpresa que me ha estado buscando?
En estas estanterías, cada libro es una botella arrojada al océano inmenso del tiempo. Navega en las olas de años y décadas, esperando que mis dedos, convertidos en faro, lo saquen de su solitaria travesía. Al abrir sus páginas, liberto secretos antiguos, escucho las voces silenciadas, y en ese momento, soy tanto el descubridor como el descubierto.
Pero no pienses que estas librerías son simplemente depósitos de papel y tinta. Son templos, catedrales de la imaginación, espacios sagrados donde la exploración no tiene mapa ni brújula. Son como bosques ancestrales donde cada libro es un árbol, y cada árbol es un universo en sí mismo. ¿Y quiénes somos nosotros, sino peregrinos errantes en estos bosques? Con cada paso, cada elección de una ruta inexplorada, participamos en un rito antiguo de descubrimiento.
Es en ese pensamiento donde se acentúa la magia del encuentro. Aquí, en este santuario de páginas, siento un diálogo cósmico entre las manos que sostuvieron este libro antes que yo y las mías, que lo acogen ahora. Los suspiros y reflexiones que escaparon de labios desconocidos se mezclan con mi propia respiración en una especie de alquimia silente.
Este libro en mis manos y estos muros de madera repletos de tesoros son un diálogo interno hecho tangible. Mi diálogo interno encuentra aquí un coro de voces: algunas sosegadas, otras vehementes, algunas nacidas siglos atrás y otras recién impresas. Todas contribuyendo al gran coloquio de la humanidad.
Es casi como si los libros y yo estuviéramos en una conversación constante, un diálogo que trasciende el tiempo y el espacio. No hay fronteras aquí entre el yo y el otro, entre el pensador y el pensamiento, entre el autor y el lector. Todo es un flujo, un continuo. En esta intersección de pasado, presente y posibilidad, ¿quién soy yo sino un eslabón más en la cadena del eterno diálogo?
Y así, en la quietud que solo se puede encontrar entre estas paredes, la pregunta finalmente se resuelve no en palabras, sino en un silencio reflexivo que es, a la vez, una respuesta…
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES