En el rincón tranquilo de una acogedora casa, la señora Ramírez se encontraba frente a una tarea difícil pero llena de significado. Nos había pedido que la ayudáramos a despedirse de sus queridos libros, aquellos testigos silenciosos de su vida y compañeros invaluables a lo largo de los años. Mientras acomodábamos cada ejemplar en cajas, nuestras manos se movían con delicadeza, pero fue en los relatos y recuerdos compartidos por la señora donde encontramos la verdadera riqueza subyacente. Sus libros no eran simples objetos, sino portales hacia la historia de su amor, las maravillas de la maternidad y la consolación en tiempos difíciles. A medida que nos sumergíamos en esta labor, comprendimos que estábamos siendo testigos de un legado literario que trascendería las fronteras de las páginas y resonaría en la vida de otros, como un regalo eterno entregado al mundo por la señora Ramírez.



Dejando Huella: La Trascendencia de los Libros en la Vida de la Señora Ramírez”



La señora Ramírez se acercó a nosotros para que la ayudáramos a disponer de sus libros. Les tenía muchísimo cariño, por eso quería que la ayudáramos a darles un nuevo hogar, ahora que debía marcharse del país para vivir más cerca de su hijo y de sus nietos, dos gemelos recién nacidos.

Mientras la ayudaba a organizar su colección de libros, no pude evitar maravillarme ante la riqueza de historias que reposaban en sus estantes. Cada tomo parecía contener no solo palabras, sino también recuerdos de innumerables momentos, pues la señora sonreía con nostalgia mientras sostenía sus libros y los acomodaba en las cajas.

Sus ojos parecían perderse en el pasado por momentos y, a medida que íbamos clasificando los libros, ella compartía anécdotas y recuerdos, como si cada volumen fuera un portal que la transportaba a su historia personal.

“Este fue el libro que me regaló mi esposo en nuestro primer aniversario, creo que este sí me lo quedo”, dijo, mientras se reía y me lo enseñaba. En sus ojos podía notar la alegría de aquellos momentos en que su historia de amor comenzaba a florecer.

Al acomodar una pila de libros en una caja, me miró con una sonrisa suave. “Estos son los que le leía a mi hijo cuando era un bebé”, me contó con ternura. “Cada noche me sentaba a leerle, para que le gustaran los libros desde pequeño y funcionó”.

La habitación se llenó de suspiros y risas silenciosas mientras pasábamos las páginas llenas de historias y vida. La anciana hablaba de cómo los libros habían sido su confidente en las noches solitarias y sus compañeros en las horas alegres. Había encontrado consuelo en los versos de poesía y en las páginas de novelas cuando su esposo había fallecido hace unos años.

A medida que avanzábamos en la tarea, sus ojos se iluminaban con gratitud. “Voy a extrañar mis libros, pero me alegra saber que continuarán su viaje y animarán la vida de muchas otras personas”, me explicó.

Al finalizar, mientras cerrábamos la última caja, ella miró su colección con una expresión de satisfacción. “Mis libros han sido más que simples objetos”, dijo con voz firme. “Han sido mis confidentes, mis guías y mis amigos a lo largo de los años. Cada uno de ellos ha enriquecido mi vida de maneras que no puedo expresar con palabras”.

Y así, con la certeza de que su legado literario seguirá inspirando a otros, la mujer cerró un capítulo de su vida mientras abría otro.


EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES