En el horizonte del sureste de la isla de Cuba, un trozo de tierra emerge misteriosamente del océano, un enclave geográfico que ha sido testigo de una danza histórica y jurídica entre dos naciones. La Bahía de Guantánamo, inmersa en las laderas de colinas empinadas y abrazada por aguas cautivadoras, nos invita a sumergirnos en los recovecos de su pasado y a desentrañar los secretos que rodean su jurisdicción. Este rincón del Caribe es mucho más que un puerto estratégico o una base naval; es un lienzo vibrante en el que se entrelazan personajes, conflictos y dilemas éticos, dejando una huella imborrable en la trama histórica y geopolítica de nuestra era. Prepárate para adentrarte en la historia singular de la Bahía de Guantánamo, donde las aguas tranqui…



La Bahía de Guantánamo en Cuba: ¿Cuál es su trasfondo histórico y qué hay detrás acerca de su jurisdicción?
Sumergiéndonos en el trasfondo histórico de la Bahía de Guantánamo, un enclave geográfico de singularidad intrincada, ubicado en la provincia de Guantánamo, en el rincón sureste de la isla de Cuba, nos encontramos con un lienzo histórico marcado por una fusión de acontecimientos y protagonistas que han dejado una huella imborrable en su historia. Esta bahía, conocida en español como la Bahía de Guantánamo (Guantánamo Bay en USA), emerge como el puerto preeminente en el flanco meridional de la isla, rodeada por los contornos abruptos de colinas empinadas que urden un entorno enclaustrado y distante de su hinterland circundante.
El caleidoscopio histórico adquiere nuevos matices cuando rastreamos el dominio territorial asumido por los Estados Unidos sobre la fracción austral de la Bahía de Guantánamo, esto en virtud del Acuerdo de Arrendamiento de 1903. En este enclave estratégico, Estados Unidos ejerce una jurisdicción y control de gran envergadura, coexistiendo con un reconocimiento explícito de la soberanía suprema de Cuba. Cabe señalar que el gobierno cubano alberga un parecer vehemente en torno a la presencia estadounidense en la Bahía de Guantánamo, tildándola de ocupación ilegítima, argumentando que el Tratado Cubano-americano se suscitó bajo la amenaza de fuerza, violando así los cánones del derecho internacional.
En relación a lo anterior, estos eventos nos conducen a la esencia primordial de la base naval, que ha inscrito su legado en la trama histórica del siglo XIX. Cuando las brumas del año 1494 se disiparon, la bahía, inicialmente bautizada por los nativos taínos como Guantánamo, recibió el nombre de Puerto Grande, perpetuando así la memoria del desembarco de Cristóbal Colón. La influencia de los colonizadores españoles se asomó a la escena con la toma de Cuba, y la bahía evolucionó a un puerto vital en el lienzo meridional de la isla. A través de los pasajes marcados por la pluma de la Guerra del Oído de Jenkins, teñían la bahía con matices británicos, siendo momentáneamente rebautizada como “Bahía Cumberland”. En un trasfondo bélico, el almirante británico Edward Vernon arribó en 1741 con una flota de ímpetu y cuatro mil almas, con miras de apoderarse de Santiago de Cuba. No obstante, las fuerzas coloniales españolas supieron contener su avance, relegándolo a la retirada o a la prisión inminente.
En el lustre del siglo XVIII presenció un episodio donde la Marina Real británica, personificada por las fragatas HMS Trent y HMS Boreas, danzaba en la bahía con la intención de subyugar a los corsarios franceses, Vainquer y Mackau, que se habían guarecido en sus aguas. La confrontación desembocó en la rendición de estas embarcaciones, aunque la brisa marina también forzó la incineración de otro corsario, el Guespe, en un esfuerzo por evitar su captura. La primavera bélica del siglo XIX, personificada en la Guerra Hispanoamericana de 1898, orquestó una danza entre la flota de la Armada de los Estados Unidos y la protección que brindaba la bahía. La necesidad de resguardo durante la temporada huracanada guió la mirada hacia Guantánamo, coronándola como un santuario náutico. Fue en junio de 1898 cuando los Marines estadounidenses desembarcaron con la escolta de navíos en una incursión en la Bahía de Guantánamo. A medida que penetraban en el interior, la resistencia hispana se acrecentaba, requiriendo así el respaldo de exploradores cubanos.
En ese sentido, la estratégica relevancia que la Bahía de Guantánamo adquirió en las reflexiones de los planificadores militares estadounidenses. Su posición geográfica en el corazón del Caribe la convirtió en una fortaleza vital para salvaguardar las rutas navales, especialmente el Canal de Panamá, y para defender las costas sureñas de Estados Unidos. Con su abrazo natural de aguas serenas, la bahía emergió como un anhelo de navegantes en busca de refugio seguro.
El siglo XX anidó en el tejido histórico de la bahía el surgimiento de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo, un capítulo que perdura como testimonio del continuo flujo histórico. Se erige sobre un vasto territorio, un compendio de 116 kilómetros cuadrados en las ribas occidental y oriental de la bahía, trazando una presencia estadounidense que se remonta a 1898, cuando la Guerra Hispanoamericana propulsó la dominación estadounidense sobre Cuba y desplegó sus raíces en el seno de la Constitución Cubana de 1901, matizada por la Enmienda Platt.
Esta secuencia de hechos históricos se torna aún más vívidas cuando desentrañamos la intrincada trama del arrendamiento, plasmada en el tratado de 1903. En aquel compás temporal, Tomás Estrada Palma, el primer presidente de Cuba, orquestó una oferta singular: un arrendamiento perpetuo del terreno circundante a la Bahía de Guantánamo. Surgió así el Tratado de Relaciones Cubano-Americano de 1903, cuyo tenor establecía que Estados Unidos, imbuido por sus propósitos de establecer estaciones navales y de carbón, asumía una “jurisdicción y control completos” sobre la Bahía de Guantánamo, aunque a la par reconocía la soberanía última de la República de Cuba.
A partir del año 1934, se forjó un nuevo capítulo en la relación bilateral, delineado por un Tratado de Relaciones Cubano-Americano que reafirmaba el arrendamiento. Esta vez, el acuerdo abría las compuertas para el libre acceso de Cuba y sus socios comerciales a través de la bahía. Mientras ajustaba el valor del arrendamiento de $2,000 en monedas de oro estadounidenses anuales a un equivalente de $4,085 en dólares estadounidenses de 1934, el tratado cristalizaba la permanencia del arrendamiento, condicionado únicamente a la voluntad conjunta de ambos gobiernos para rescindirlo o a la eventualidad de que Estados Unidos abandonara la propiedad de la base.
Tras la efervescencia revolucionaria que permeó el horizonte cubano entre 1953 y 1959, el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, mantuvo firme la convicción de mantener el estatus de base inalterada, desafiando las objeciones expresadas por Fidel Castro. Desde entonces, el gobierno cubano ha recibido solamente un cheque de alquiler por parte de Estados Unidos, y aun en ese caso, según las alegaciones de Castro, tal cobro se debió únicamente a la “confusión” de los primeros días de la revolución. Los cheques restantes, emitidos a favor del ya extinto “Tesorero General de la República”, reposaron en el despacho de Castro, arrimados a un cajón de escritorio.
La década de 1990 atestiguó un nuevo giro en la narrativa histórica, donde la Bahía de Guantánamo alzó su voz en calidad de centro de procesamiento para solicitantes de asilo y como refugio para aquellos portadores del VIH. En una efímera duración de seis meses, más de 30,000 refugiados haitianos encontraron refugio en las aguas de Guantánamo, mientras que otros 30,000 buscaron salvación en la República Dominicana. En el contexto de esta experiencia, Estados Unidos otorgó estatus de refugiados a 10,747 haitianos. La pista de aterrizaje reacondicionada, convertida en ciudad de tiendas de campaña, albergó a la mayoría de los refugiados, y fue esta misma infraestructura la que se adaptaría más adelante para acoger el complejo de comisiones militares de Guantánamo. Los refugiados que planteaban desafíos disciplinarios o de seguridad encontraron refugio en el terreno que eventualmente daría origen al Campamento XRay, el punto de partida del campo de detención de la Bahía de Guantánamo.
A partir del año 2002, la Bahía de Guantánamo incorporó en su historia un nuevo capítulo, uno marcado por la presencia de un campamento de detención, destinado a individuos percibidos como una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. En el umbral del año 2009, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, profirió órdenes para cerrar el campamento de detención antes del 22 de enero de 2010. No obstante, al día de hoy, en el año 2021, el campamento perdura en funcionamiento, su persistencia sostenida por la negativa del Congreso de proveer los fondos necesarios para su clausura.
El eco de la historia resuena con las palabras de Alfred-Maurice de Zayas, quien ha tejido argumentos en torno al tratado de arrendamiento de 1903. En su interpretación, este acuerdo habría sido impuesto sobre Cuba bajo coerción, erigiéndose como un tratado desigual e incompatible con los cánones del derecho internacional contemporáneo, susceptible de ser anulado ex nunc. De Zayas traza seis sendas para un arreglo pacífico, proponiendo la adopción del procedimiento delineado por la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados. No obstante, el artículo 4 de esta convención delinea límites a su aplicabilidad retroactiva, sumergiendo así la discusión en las aguas profundas de la controversia legal e histórica.
En síntesis, la Bahía de Guantánamo se erige como un entorno geográfico cuyas aguas han sido testigos de un complejo trasfondo histórico y geopolítico. La convergencia de elementos históricos, legales y políticos ha tejido un relato multidimensional que trasciende las páginas del tiempo. Desde la toma de control territorial por parte de Estados Unidos en el contexto de la Guerra Hispanoamericana, pasando por la cristalización de acuerdos de arrendamiento que han llevado a debates sobre soberanía y justicia internacional, hasta la consolidación de la Bahía de Guantánamo como epicentro de tensiones geopolíticas y cuestiones de derechos humanos contemporáneas, este enclave ha dejado una marca indeleble en el tapiz histórico y en la conciencia colectiva.
La Bahía de Guantánamo encierra lecciones trascendentes para el estudio de la historia, el derecho internacional y las dinámicas políticas. A través de su historia nos recuerda cómo las decisiones pasadas, basadas en contextos específicos, pueden reverberar a lo largo de las décadas, generando interrogantes éticas y legales en el presente. La controversia en torno a su arrendamiento y su utilización como centro de detención ilustran los desafíos inherentes a la intersección entre soberanía nacional, derechos humanos y seguridad nacional en un mundo globalizado. Este lugar también plantea cuestiones sobre la equidad en las relaciones internacionales y la evolución del derecho internacional en el tiempo. La perspectiva de Alfred-Maurice de Zayas, cuestionando la legitimidad de un tratado impuesto bajo coacción y la adecuación del mismo a los principios actuales de justicia, resalta la necesidad de reflexionar sobre las implicaciones duraderas de acuerdos históricos en un contexto en constante cambio. En última instancia, la Bahía de Guantánamo es un microcosmos que encapsula la complejidad de la historia global, la diplomacia internacional y los desafíos contemporáneos.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES