El rey Federico I de Hohenstaufen, famoso por su apodo “Barbarroja”, dejó una huella imborrable en la historia del Sacro Imperio Romano Germánico. Conocido por su valentía y energía, Federico buscó expandir su dominio y ser recordado como otro Carlomagno. Su reinado estuvo marcado por el enfrentamiento entre la iglesia y los Romanos, su lucha por la unificación de Italia y su participación en la Tercera Cruzada. Sin embargo, su vida llegó a un trágico final en las frías aguas del Río Saleph, en Turquía. En este artículo exploraremos la vida, los logros y el legado de Federico I “Barbarroja”, un rey cuyo reinado estuvo lleno de ambición, desafíos y una muerte prematura que dejó una marca indeleble en la historia.

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Federico I “Barbarroja” fue un importante rey del Sacro Imperio Romano Germánico. Nació el 10 de junio de 1190 en el Río Saleph, actual Turquía, y murió de forma trágica al ahogarse en esas frías aguas. Federico I era hijo del Duque de Suabia, Federico II, y Judith de Baviera. A la edad de 25 años, heredó los títulos de su padre y se convirtió en el rey de Alemania tras la muerte de su tío Conrado III.
Desde joven, Federico demostró valentía, sagacidad y energía en su liderazgo. Su distintiva barba roja le valió el apodo de “Barbarroja”. Su objetivo era llevar al Sacro Imperio Romano Germánico a su máximo apogeo y ser recordado como otro Carlomagno. Para lograrlo, necesitaba someter a toda Italia.
Aprovechando el conflicto entre la iglesia y los romanos, Federico apoyó abiertamente al Papa Adriano IV. Derrotó a su enemigo, Arnaldo de Brescia, y fue coronado rey del unificado Sacro Imperio Romano Germánico. En solo cuatro años, logró someter todo el territorio italiano y obtuvo los plenos derechos de los antiguos emperadores romanos, excepto sobre los Estados Pontificios.
Sin embargo, cuando asumió el poder el nuevo papa Alejandro III, quien era partidario de una teocracia pontificia y enemigo de la subordinación al emperador, Federico tuvo que ceder poder al Vaticano. Esto debilitó su autoridad y condujo a una serie de declaraciones de independencia administrativas, como las ocurridas en Venecia y Constanza.
En 1188, durante la Dieta de Maguncia, se decidió emprender la Tercera Cruzada para restablecer el control romano sobre Tierra Santa. Federico dejó a su hijo Enrique VI en el trono y se dirigió a Tierra Santa junto a Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra. Aunque desafió a Saladino, el sultán de la dinastía ayubí, a un encuentro en la llanura egipcia de Zoan, las demoras en la llegada de las fuerzas europeas hicieron que aún se encontraran en territorio turco en junio de 1190.
Trágicamente, el 10 de junio de 1190, Federico I, a la edad de 70 años, se acercó a la orilla del río Saleph para refrescarse y, mientras llevaba su pesada armadura, sufrió un colapso repentino. Se desplomó y quedó sumergido en el agua. Aunque sus subordinados llegaron rápidamente, ya era demasiado tarde y el rey murió ahogado.
Su hijo Federico VI de Suabia llevó a cabo un pequeño ejército para transportar el cuerpo de Barbarroja a Jerusalén. Sin embargo, los intentos de conservar su cuerpo en vinagre fracasaron. Finalmente, se enterró la carne del emperador en la iglesia de San Pedro en Antioquía, sus huesos en la catedral de Tiro y su corazón y entrañas en Tarso.
Así concluye la historia de Federico I “Barbarroja”, un rey valiente y enérgico que buscaba expandir su imperio, pero cuyo destino trágico en el río Saleph puso fin a sus ambiciones.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES