La muerte de Francisco de Quevedo, el renombrado escritor del Siglo de Oro, fue un acontecimiento que dejó un legado perdurable en la historia de la literatura española. El 8 de septiembre de 1645, en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, Quevedo partió de este mundo, dejando tras de sí un vasto corpus literario y una vida marcada por el encarcelamiento, las rivalidades literarias y las reflexiones sobre la decadencia de España. En este párrafo introductorio, nos adentraremos en el momento de su fallecimiento, explorando las circunstancias y los misterios que envuelven su muerte, así como su legado eterno en el panorama literario.




El encarcelamiento y misterioso destino de Francisco de Quevedo: Un episodio turbulento en la vida del escritor”


El día 8 de septiembre de 1645, en la localidad de Villanueva de los Infantes, en la provincia de Ciudad Real, falleció Francisco de Quevedo y Villegas, uno de los escritores más destacados del Siglo de Oro en España. Este brillante autor cultivó un humor ingenioso, cruel y divertido, y abarcó todos los géneros literarios de su época. Junto con Luis de Góngora, con quien mantuvo una enemistad a lo largo de su vida, es reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española. Además de su poesía, Quevedo fue un prolífico escritor de narrativa, teatro, filosofía y humanidades.

En los últimos años de su vida, Quevedo estuvo encarcelado durante cuatro años, acusado supuestamente de conspirar con los franceses. Esta acusación pudo haber surgido a raíz de alguna sátira escrita en contra de Olivares, el valido del rey, o por su oposición a que Santa Teresa de Jesús fuera nombrada patrona de España en lugar de Santiago Apóstol. A pesar de su edad avanzada y su mala salud, Quevedo continuó redactando obras meditativas y neoestoicas, como “Providencia de Dios”, “El Job” y “La caída para levantarse”.

Al mismo tiempo, componía romances festivos, escribía contra portugueses y catalanes, y releía a los clásicos. Solo logró obtener su libertad en el verano de 1643, pocos meses después de la caída del conde-duque de Olivares, gracias a la ayuda de un viejo conocido suyo, Juan de Chumacero, quien se había convertido en el nuevo presidente del Consejo Real.

Tras recuperar su libertad, Quevedo regresó a Madrid, donde pasó un año “aprendiendo a andar”, resolviendo asuntos personales e imprimiendo algunas de sus obras, como “Marco Bruto” y “La caída para levantarse”. Sin embargo, decidió retirarse nuevamente a su finca, conocida como La Torre, donde pasaría el último año de su vida. Durante este tiempo, esperaba recuperar su salud para recopilar y editar sus poesías, al mismo tiempo que reflexionaba sobre la decadencia de España y las miserias de la condición humana, las cuales experimentaba en carne propia de manera dolorosa.

En un valioso epistolario escrito durante aquellos meses, Quevedo relata su enfermedad, sus ilusiones, sus esperanzas y, finalmente, su desilusión y abandono. Fue trasladado al Convento de los dominicos en Villanueva de los Infantes, donde finalmente falleció en septiembre de 1645. Actualmente, se desconoce con certeza el paradero de sus restos.

Se cuenta una historia curiosa acerca de la tumba de Quevedo, la cual habría sido profanada días después de su entierro por un caballero codicioso que deseaba obtener las espuelas de oro con las que había sido enterrado. Según la leyenda, este caballero sufrió un justo castigo y falleció poco tiempo después.

Aunque esta historia no está comprobada, ha perdurado a lo largo del tiempo como un testimonio de la fascinante vida y la influencia duradera de Francisco de Quevedo en la literatura y la cultura española.


EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES