Con la delicadeza de una pluma caer suavemente sobre un cuaderno antiguo, la imagen de Stéphane Mallarmé surge en la narrativa de la poesía francesa. Como sello distintivo de la lírica del siglo XIX, este extraordinario ser humano fusionó su vida y su arte en un espléndido tapiz de palabras que retumbaban con el eco de las emociones humanas. A través del velo del tiempo, Mallarmé aún habita el reino de la belleza y la creatividad, susurrando versos llenos de metáforas e imágenes que abren la puerta a un universo de pensamientos y sentimientos. Este fue Mallarmé, un faro del simbolismo, un monumento de la vanguardia literaria y un espejo de las profundidades de la alma humana.



La Pasión y Poesía de Stéphane Mallarmé: Un Viaje a través de su Vida y Obra”


Nacido bajo el nombre de Etienne Mallarmé en la romántica ciudad de París en 1842, Stéphane Mallarmé subiría a la fama como uno de los más importantes poetas y críticos franceses del siglo XIX. Este liminal genio, cuya vida y obra abarcaron casi exactamente los límites del siglo diecinueve, llegó a ser considerado como el epítome del simbolismo de Francia, un movimiento que fue testigo de la intrincada y metafórica representación de ideas y emociones en el lienzo de la poesía, en lugar de contar historias explícitas y mundanas.

La muerte de su amada madre en 1849 dejó un vacío en su corazón que nunca se llenaría, y lo dejó bajo el cuidado de sus abuelos. En 1862, Mallarmé se enamoró de una joven alemana encantadora, Maria Gerhard, un amor que lo llevó a abandonar su trabajo y embarcarse en un viaje a Londres con ella. Acompañados por sus sueños compartidos, la pareja se estableció en la metrópoli inglesa, donde Mallarmé planeaba prepararse para ser profesor de inglés. Al obtener su certificación para enseñar inglés, su pasión por la lengua floreció y se convirtió en un pilar de su vida y su carrera posterior; el idioma se convirtió en su fiel compañero en sus travesías poéticas.

En Londres, Mallarmé y Maria contrajeron matrimonio en un día estival del 10 de agosto de 1863, marcando el comienzo de su vida juntos como marido y mujer. Tras su matrimonio, Mallarmé pareció entrar en un periodo de renacimiento personal y artístico, un tiempo que marcó una transición desde sus convicciones artísticas primeras a aquellas que informarían su prodigiosa obra posterior.

Durante su carrera enseñando, Mallarmé frecuentaba compañías de notables poetas y artistas. Su interés en los movimientos literarios de su tiempo lo llevó al Félibrige, un colectivo que celebraba y defendía la lengua y la cultura provenzal. Aquí, su camino se cruzó con poetas de renombre como Théodore Aubanel, Joseph Roumanille y Frédéric Mistral. Sin embargo, su corazón siempre anhelaba el vibrante bullicio de París, y en 1867 se trasladó al liceo Fontanes en la capital francesa.

Una vez establecido en París, Mallarmé se sumergió en el efervescente mundo literario de la ciudad, acogiendo un famoso salón literario que atraía a escritores y artistas de renombre. Este salón se convirtió en un hervidero de intelectuales parisinos, con figuras de la talla de Leconte de Lisle y José María de Heredia entre sus asistentes regulares.

Mallarmé siempre fue un pionero, innovando con nuevas formas y formatos de poesía. Su fascinante uso del espacio en blanco y la tipografía libre abrió nuevas posibilidades para la poesía visual, y su poema de 1897, “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard (Una tirada de dados jamás derogará el azar)” es considerado como uno de sus más audaces y revolucionarios.

El 8 de septiembre de 1898, mientras trabajaba en su poema “Herodías”, Mallarmé sufrió un letal espasmo faríngeo. Consciente de que sus momentos estaban contados, pidió a su hija y asistente que destruyeran su obra inédita, sosteniendo que “No hay herencia literaria ahí…”. Al amanecer del siguiente día, este coloso de la poesía y el simbolismo francés se desvaneció.

Su influencia, sin embargo, perdura. La obra de Mallarmé ha inspirado a generaciones de artistas, compositores y escritores. Entre ellos se incluyen los poetas alemanes Stefan George y Rainer Maria Rilke, los franceses Paul Verlaine y Paul Valéry y los novelistas André Gide y Huysmans. El escritor cubano José Lezama Lima, un admirador de Mallarmé, lo describió como “uno de los grandes centros de polarización poéticos, situado en el inicio de la poesía contemporánea y una de las aptitudes más enigmáticas y poderosas que existen en la historia de las imágenes”.

La obra y la vida de Stéphane Mallarmé son testimonio del espíritu humano y su incesante búsqueda de belleza e inspiración. Aunque ya no esté entre nosotros, su legado sigue vivo, estampado en las páginas de sus obras etéreas y enigmáticas.


EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES