En la historia de la ciencia latinoamericana, pocos nombres resuenan como el de Luis Federico Leloir. Nacido en París, pero argentino de corazón, Leloir trascendió fronteras con sus contribuciones a la bioquímica, ganándose el respeto y admiración de la comunidad científica mundial. Su vida se caracterizó por una persistente búsqueda del conocimiento, enfrentando desafíos con una determinación incansable. Esta crónica destaca sus logros más destacados, en especial su descubrimiento revolucionario de la biosíntesis de polisacáridos y cómo este hallazgo le permitió arrojar luz sobre la enfermedad congénita llamada galactosemia, una tarea que le valió la más alta distinción, el Premio Nobel de Química en 1970.



El Franco-Argentino Leloir: De profesor a Premio Nobel de Química”


Luis Federico Leloir hizo su entrada al mundo en París el 6 de septiembre de 1906, para, irónicamente, convertirse en uno de los íconos más importantes de la medicina argentina. A pesar de que su cuna estuvo situada en la famosa ciudad luz, desde los tiernos dos años emprendió su vida en Argentina donde el joven Leloir cavó hondas raíces. Fue allí, en la emblemática Universidad de Buenos Aires, donde recibió la mayor parte de su educación médica, dando sus primeros pasos en el Hospital de Clínicas y realizando su internado en el hospital Ramos Mejía.

Sin embargo, la historia política y militar de su adoptiva patria eventualmente tuvo un severo impacto en su vida. Corría el año 1943 y su estrecha asociación con Houssay, expresamente opuesto al régimen nazi y al gobierno dictatorial argentino, lo obligó a emigrar a los Estados Unidos. Durante su estadía en tierras norteamericanas, enriqueció al Departamento de Farmacología de la Universidad de Washington en St. Louis con su presencia como profesor asociado.

Una vez que la tempestad de la guerra pasó, regresó a su querida Argentina para retomar sus investigaciones. A su retorno, trabajó codo con codo con Houssay y tomó la dirección del grupo de investigación privado Fundación Instituto Campomar, ahora conocido como Fundación Instituto Leloir, en honor al propio investigador.

Fue allí donde comenzó el camino que lo llevaría al descubrimiento. El Instituto fue el escenario donde realizó sus primeros hallazgos para desentrañar el mecanismo de biosíntesis de los polisacáridos, especialmente del glucógeno y del almidón. Este titánico logro abrió un universo hasta entonces desconocido, el entendimiento de enfermedades como la galactosemia, una patología congénita que se caracteriza por la incapacidad que tiene el organismo para metabolizar la galactosa, un azúcar simple.

Sus investigaciones no solo le valdrían el aplauso y la admiración de la comunidad científica, sino que también le otorgarían el honor de recibir en 1970 la distinción más grande del Jurado de Química de la Academia Sueca de Ciencias. Todo por su trabajo sublime, que explicaba y develaba los misterios de la bioquímica de la galactosemia.

Durante cuatro décadas, Leloir lideró la Fundación Campomar. En medio de carencias y limitaciones de financiamiento y equipamiento de laboratorio, se sobrepuso a las adversidades y logró desentrañar cómo se metabolizan los azúcares en el organismo y cómo se realiza la biosíntesis del glucógeno y del almidón, elementos esenciales reserva energética de los mamíferos y las plantas.

El emblemático científico despidió al mundo el 2 de diciembre de 1987, a los 81 años en la ciudad de Buenos Aires. Su legado, sin embargo, sigue vivo, ilustrando y desentrañando las intrigantes misterios de la bioquímica, logrando entender de manera acabada los detalles de la enfermedad congénita galactosemia, inspirando a generaciones de científicos y médicos.

Luis Federico Leloir, un titán de la medicina, cuyo nombre sigue siendo sinónimo de persistencia y dedicación en la búsqueda del conocimiento que cambia vidas.


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