“El Alquimista” es un cuento corto de H.P. Lovecraft que narra la historia de un hombre que descubre una maldición que ha afectado a su familia durante generaciones. La maldición está relacionada con un antiguo alquimista llamado Charles Le Sorcier, quien buscaba la inmortalidad y lanzó una maldición a la familia del narrador. La historia se desarrolla en un antiguo castillo y explora temas de magia negra, alquimia y venganza. Es un ejemplo típico del estilo de Lovecraft, que mezcla lo sobrenatural y lo oscuro en sus narraciones.



EL ALQUIMISTA

H.P. Lovecraft


Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones, castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia. Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas, muchos barones, condes y aun reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus espaciosos salones el paso del invasor.

Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo esplendor; y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas. Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan sólo una sirvió de cobijo a los tristemente menguados descendientes de los otrora poderosos señores del lugar.

Fue en una de las vastas y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace diecinueve años. Entre esos muros, y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca conocí a mis progenitores. Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por una piedra de uno de los abandonados parapetos del castillo; y, habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre. Yo no era más que un chiquillo, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi añoso guardián se tomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desperdigaban por los llanos circundantes en la base de la colina. Por entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debida a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebeyos compañeros. Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los vagos rumores que corrían acerca de la espantosa maldición que afligía a mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los sencillos aldeanos según hablaban en voz baja al resplandor del hogar en sus chozas.

Aislado de esa manera, librado a mis propios recursos, ocupaba mis horas de infancia en hojear los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras, y en vagar sin ton ni son por el perpetuo crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda de la colina. Fue quizás merced a tales contornos el que mi mente adquiriera pronto tintes de melancolía. Esos estudios y temas que tocaban lo oscuro y lo oculto de la naturaleza eran lo que más llamaban mi atención.

Poco fue lo que me permitieron saber de mi propia ascendencia, y lo poco que supe me sumía en hondas depresiones. Quizás, al principio, fue sólo la clara renuencia mostrada por mi viejo preceptor a la hora de hablarme de mi línea paterna lo que provocó la aparición de ese terror que yo sentía cada vez que se mentaba a mi gran linaje, aunque al abandonar la infancia conseguí fragmentos inconexos de conversación, dejados escapar involuntariamente por una lengua que ya iba traicionándolo con la llegada de la senilidad, y que tenían alguna relación con un particular acontecimiento que yo siempre había considerado extraño, y que ahora empezaba a volverse turbiamente terrible. A lo que me refiero es a la temprana edad en la que los condes de mi linaje encontraban la muerte. Aunque hasta ese momento había considerado un atributo de familia el que los hombres fueran de corta vida, más tarde reflexioné en profundidad sobre aquellas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los desvaríos del anciano, que a menudo mencionaba una maldición que durante siglos había impedido que las vidas de los portadores del título sobrepasasen la barrera de los treinta y dos años. En mi vigésimo segundo cumpleaños, el añoso Pierre me entregó un documento familiar que, según decía, había pasado de padre a hijo durante muchas generaciones y había sido continuado por cada poseedor. Su contenido era de lo más inquietante, y una lectura pormenorizada confirmó la gravedad de mis temores. En ese tiempo, mi creencia en lo sobrenatural era firme y arraigada, de lo contrario hubiera hecho a un lado con desprecio el increíble relato que tenía ante los ojos.

El papel me hizo retroceder a los tiempos del siglo XIII, cuando el viejo castillo en el que me hallaba era una fortaleza temida e inexpugnable. En él se hablaba de cierto anciano que una vez vivió en nuestras posesiones, alguien de cuyo nombre ni yo ni mi padre habíamos oído jamás, pues los archivos del castillo habían sido destruidos por el fuego en un lejano pasado. Según el manuscrito, este anciano era llamado Michel, y se decía que había venido de alguna tierra lejana para instalarse en la mansión de los de C.

Las leyendas y rumores que circulaban acerca de Michel eran extraños y aterradores. Se decía que tenía un inmenso poder sobre las fuerzas de la naturaleza y que era capaz de comunicarse con seres de otros mundos. Su inmenso interés en la alquimia y las artes arcanas era evidente, y se le atribuían experimentos oscuros y rituales inquietantes que realizaba en la oscuridad de la noche.

Sin embargo, lo más perturbador de la historia era la relación entre Michel y los condes de C. Según el manuscrito, Michel había llegado a la mansión como invitado, pero pronto había ganado la confianza de la familia y se había convertido en su consejero. Desarrolló una estrecha amistad con el conde de la época, quien comenzó a seguir sus consejos y a practicar los mismos rituales y experimentos alquímicos que Michel enseñaba.

A medida que el tiempo pasaba, el conde de C. y su familia empezaron a mostrar signos de envejecimiento prematuro y un deterioro físico y mental alarmante. La descendencia de la familia se volvió cada vez más débil y desfigurada, y la mansión cayó en un estado de decadencia. La influencia de Michel parecía haber sumido a la familia en una espiral de decadencia y maldición.

Finalmente, el manuscrito revelaba un oscuro secreto: Michel, el alquimista, había sido desterrado y condenado al exilio por la familia de C. en un último esfuerzo por romper la maldición que él había traído sobre ellos. Sin embargo, antes de partir, Michel pronunció una terrible maldición sobre los condes de C., asegurando que ningún miembro de la familia viviría más allá de los treinta y dos años. Desde entonces, cada conde que heredaba la mansión maldita moría a esa temprana edad, sin excepción.

Este relato dejó una profunda impresión en mí, y la revelación de la maldición que pesaba sobre mi linaje me llenó de horror. Durante años, había sentido una extraña conexión con el pasado de mi familia y con la melancolía que parecía emerger de las sombras del castillo. Ahora sabía que esa melancolía era el eco de una maldición ancestral.

Decidí investigar más a fondo la historia de Michel y encontrar una forma de romper la maldición. Mis búsquedas me llevaron a los oscuros recovecos de la alquimia y las artes arcanas, y me sumergí en la búsqueda de conocimientos prohibidos. Cada día que pasaba me acercaba más al oscuro secreto que había afligido a mi familia durante siglos, pero también me exponía a peligros inimaginables.

El misterio y la obsesión me llevaron a descubrimientos inquietantes, y finalmente, enfrenté la terrible verdad detrás de la maldición de los condes de C. Michel no era simplemente un alquimista, sino un ser más antiguo y maligno de lo que jamás habría imaginado. Había invocado a fuerzas cósmicas insondables y vendido su alma a entidades aterradoras en busca de poder y conocimiento.

Ahora, mi vida estaba enredada irrevocablemente con el legado oscuro de Michel, y me enfrentaba a la elección de seguir su camino y buscar más poder o luchar contra la maldición que había atormentado a mi familia durante generaciones. La elección era aterradora, y el destino de los condes de C. pendía en un equilibrio precario entre la oscuridad y la redención.


EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES