En los entrelazados hilos de la literatura y la amistad, encontramos un vívido y enigmático retrato que une a dos figuras destacadas de las letras: Carlos Fuentes y Milan Kundera. En sus creaciones, estas dos almas afines trascendieron las barreras del tiempo y la distancia, dando lugar a una amistad imperecedera. A medida que el mundo descubre los secretos de sus vidas y obras, nos adentramos en una historia cargada de pasión y complicidad literaria. Desde aquel año crucial de 1968 hasta el presente, esta carta conmemorativa del 70 aniversario de Kundera nos invita a sumergirnos en su universo compartido, donde la política y la imaginación bailan un eterno vals, donde la amistad y la literatura se entrelazan en una melodía trascendental.

“La importancia de la literatura en tiempos de crisis: Reflexiones de Carlos Fuentes a Milan Kundera”
La historia de esta carta
Carlos Fuentes y Milan Kundera sostuvieron una fructífera amistad desde su juventud, en 1968, y la admiración del escritor mexicano por la obra del autor checo era conocida públicamente. Lamentablemente, Kundera falleció el 11 de julio en París a los 94 años, mientras que Fuentes nos dejó el 15 de mayo de 2012. En esta carta, escrita para conmemorar el 70 aniversario de Kundera y publicada en Grupo REFORMA el 5 de abril de 1999, Fuentes refleja la importancia de su amistad y cómo juntos sobrevivieron a momentos trágicos y esperanzadores. La carta resalta el impacto de sus obras y la relevancia de la literatura como resistencia en tiempos políticos difíciles.
CARTA DE CARLOS FUENTES A MILAN KUNDERA
¡De manera, querido Milán, que los dos somos ya septuagenarios! Qué ilusorio, qué sorprendente, me parece llegar a esta edad. Tengo, acaso, demasiado viva la impresión de nuestro encuentro en Praga, en 1968. No renuncio, acaso, a ese momento trágico y exaltante a la vez, en que nuestra confianza política fue puesta a prueba, las realidades se impusieron a las ilusiones, y sin embargo las esperanzas no cedieron ante la indiferencia. Fue el año de Praga, París y México. En Checoslovaquia, el intento generoso de un socialismo con rostro humano fue brutalmente aplastado por el Kremlin en nombre del comunismo. En París, la crítica juvenil a la sociedad post-industrial y consumista adoptó banderas que proclamaban “la imaginación al poder”. En México, la calma mortal del régimen autoritario del Partido Revolucionario Institucional fue rota por una juventud que pedía en la calle lo que aprendió en las escuelas: democracia, crítica, libertad.
Viví contigo ese año crucial de nuestro siglo, Milán, y compartimos la amargura de lo que, entonces, se antojaban fracasos. Fracaso de la primavera de Praga, aplastada por los tanques soviéticos. Fracaso del mayo parisino, frustrado por la complicidad del Partido Comunista Francés y la astucia del general De Gaulle. Y fracaso del movimiento estudiantil mexicano, detenido a balazos por el régimen autoritario del PRI en el poder.
Sin embargo, a treinta años de distancia, lo que entonces pareció fracaso hoy no aparece así. Debajo de los empedrados de París no apareció la playa, pero sí renació el socialismo francés de su letargo bajo Guy Mollet y la aventura de Suez. Perdió su prestigio el PCF y se preparó una generación crítica de lo que hoy vivimos: el capitalismo salvaje, el neodarwinismo global. Debajo de las ruedas de los tanques rusos en Praga no renació un socialismo con rostro humano, pero Checoslovaquia anunció el fin del imperio soviético diez años después y el inicio de una nueva era para Rusia y la Europa Central. No una era mejor, pero sí una era ejemplar: el fin del comunismo no significó el fin de la injusticia, ni el triunfo de la democracia significa la felicidad instantánea. En México, finalmente, el sacrificio de la juventud en la Plaza de las Tres Culturas señaló el inicio del declive del autoritarismo priista y el nacimiento de una democracia mexicana que, a su vez, no puede reducirse a jornadas electorales y cuotas parlamentarias, sino que debe traer, junto con la libertad, un grado de bienestar mayor para los cincuenta millones de mexicanos que viven en la pobreza.
Cuando Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y yo viajamos a Praga en 1968 para estar contigo y con la esperanza democrática de tu patria, tuvimos que sentar a la misma mesa a los ángeles de la ilusión con los demonios de la fatalidad. No pudimos prever todo lo que, durante los siguientes treinta años, sucedería. Pero en medio de los tanques rusos en Checoslovaquia, los cadáveres juveniles en Tlatelolco y los macanazos policiacos en el Barrio Latino, nuestras palabras, querido Milán, sí afirmaron la necesidad de un imaginario para entender realmente la historia. Sí afirmaron que la literatura es indispensable para mantener vivos la lengua y la imaginación de una sociedad, y que sin imaginación, sin lenguaje, ninguna sociedad sobrevivirá. Ni a los tanques rusos, los garrotes policiacos parisinos o las matanzas mexicanas, ayer. Ni a los alegres robots del supermercado, los sonrientes enterradores de la historia y los crueles especuladores de la marginación, hoy.
Ni tú ni yo pensamos que una novela puede cambiar la política. Lo que sí creemos es que sin la novela, el mundo de los hombres y las mujeres sería no sólo más pobre, sino más débil ante las constantes agresiones del poder. El poder político quisiera ser absoluto y no lo es sólo porque nosotros, todos nosotros, no se lo permitimos. La sociedad civil checa, polaca y húngara, los escritores como tú, Jorge Konrad o Jerszy Andrejewski, los cineastas, músicos y filósofos de la Europa Central, mantuvieron, a pesar de todo, un margen de libertad bajo la tiranía comunista. ¿Lo conservarán bajo la indiferencia capitalista? El problema de ustedes, en Europa Central, es más difícil que el nuestro, en América Latina. De México a Argentina, nuestras metas son más claras. La educación, la palabra, el libro, la biblioteca, son armas fundamentales en la lucha de nuestros países, que es unir la democracia política al mejoramiento económico de los miserables.
Pero tanto en Praga como en la ciudad de México, en Varsovia como en Buenos Aires, el novelista crea un espacio donde, en medio del silencio o del ruido, ambos ensordecedores, del mundo político, económico y religioso, la voz del ser singular, del ser irrepetible, del hombre y la mujer que no pueden ser reducidos a cifras o a siglas, se deja escuchar.
Tus espléndidas novelas, grande y querido Milán Kundera, nos han dado a todos tus lectores no sólo el regalo de la imaginación y el lenguaje más puros pero más recios. A través de los tiernos y solitarios y desorientados y resistentes personajes de La broma y La vida está en otra parte, de La insoportable levedad del ser al Libro de la risa y el olvido a La inmortalidad, La lentitud y La identidad, has creado ese espacio en el que todos tienen derecho a la palabra y ese tiempo en que todo es, maravillosamente, presente: el pasado aquí, el futuro aquí. Tus novelas impiden, poderosamente, que prosperen los proyectos autoritarios para hundir el pasado en el olvido y prometer un futuro feliz pero indeseable. Tus personajes son héroes y heroínas de una resistencia frente a dos sepulcros: el del olvido y el de la imprevisión. Tú le das vida a un presente conflictivo, rico, abarcador. Te niegas a excluir. Eres un gran escritor de la inclusión, del abrazo. Lo que a nadie le dices es que la inclusión sea sencilla, o que el abrazo no sea doloroso. Como Faulkner, al que tanto admiramos, entre el sufrimiento y la nada, tú te quedas con el dolor.
Estamos bailando tú y yo, querido amigo, “el vals del adiós”, como se titula uno de tus libros. Pero no nos vamos a despedir ni con resignación, ni con cansancio, ni con satisfacción. Vamos a seguir viviendo y escribiendo con voluntad, con energía y con insatisfacción. Qué alegría saber que compartimos los trabajos y los días de nuestros setenta años, como compartimos los de nuestros treinta años.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES