Bajo el ardiente sol del desierto y entre las arenas del tiempo, emerge la figura titanesca de un faraón que, más allá de su reinado, se convirtió en leyenda. Con templos que desafían la magnitud humana y batallas que se narran con fervor milenios después, Ramsés II no es solo un monarca del Antiguo Egipto, sino un ícono que ha trascendido la historia. Sumérgete en el apasionante relato de este gobernante, cuyo legado aún resuena en las piedras milenarias y en los susurros del viento del Nilo.



El Antiguo Egipto en su Apogeo: La Era de Ramsés II.
Ramsés II, también conocido como Ramsés el Grande, es una de las figuras más icónicas de la civilización egipcia. Nació aproximadamente en el año 1303 a.C., siendo hijo de Seti I, uno de los más destacados faraones de la XIX Dinastía, y de la reina Tuya. Desde su infancia, fue sumergido en el intrincado mundo de la política y las artes militares, siendo formado con el propósito claro de suceder a su padre en el trono de Egipto.
Al asumir el poder en torno al 1279 a.C., Ramsés II demostró ser no solo un líder carismático, sino también un administrador capaz y un estratega militar. Durante su reinado, Egipto experimentó una expansión territorial notable, marcada por una serie de campañas militares. La más destacada de estas campañas fue la batalla de Qadesh en 1274 a.C., contra el imperio hitita. Si bien los registros egipcios, en especial los monumentales relieves en templos y estelas, proclaman la batalla como una victoria rotunda para Ramsés, los detalles sugieren que el enfrentamiento fue más bien una contienda equilibrada, que finalmente culminó en un tratado de paz. Este tratado no solo es significativo por ser uno de los primeros registros escritos de un acuerdo de paz en la historia, sino también porque dio paso a la alianza matrimonial entre Ramsés y una princesa hitita, solidificando las relaciones diplomáticas entre ambos imperios.
Más allá de sus hazañas militares, Ramsés II es recordado por su profusa actividad en el ámbito de la construcción. Levantó majestuosos templos, estatuas y monumentos a lo largo del Nilo, siendo el templo de Abu Simbel uno de los más renombrados. Esta imponente estructura, esculpida en la montaña y con gigantescas estatuas del faraón custodiando su entrada, no solo es un testimonio del poder y la grandiosidad del antiguo Egipto, sino que también es recordatorio de un logro moderno: el traslado completo del templo en la década de 1960 para protegerlo de la inundación causada por la construcción de la presa de Asuán.
En su deseo de consolidar su legado, Ramsés fundó la ciudad de Pi-Ramsés. Esta urbe, más allá de ser una capital administrativa, se convirtió en un floreciente epicentro cultural y económico de la época. Su afán constructor no se limitó a la grandiosidad, sino que también se manifestó en su devoción religiosa. Diversos templos erigidos durante su reinado, dedicados a una amplia variedad de deidades, evidencian una relación estrecha entre la monarquía y el poder religioso del antiguo Egipto.
Sin embargo, su extensa vida, que abarcó más de nueve décadas, trajo consigo desafíos familiares y dinásticos. Casado con múltiples esposas y padre de numerosos descendientes, la sucesión al trono fue una preocupación constante, especialmente cuando muchos de sus herederos murieron antes que él. Finalmente, su decimotercer hijo, Merenptah, tomó las riendas del imperio tras su muerte.
La momificación de Ramsés reveló sorprendentes detalles. Su cabello rojizo, que algunos sugieren pudo ser natural, se asociaba en la cultura egipcia con Seth, el dios del caos. Además, la inspección de su momia evidenció serios problemas dentales, lo que podría haber significado un deterioro en su calidad de vida en sus últimos años.
Por último, la vida cotidiana durante el reinado de Ramsés se refleja en pequeños objetos como un juguete en forma de barco encontrado en una tumba, que nos recuerda que, más allá de las gestas y las grandes obras, la vida diaria y los placeres simples también tenían un espacio en el imperio del faraón.
La figura de Ramsés II no solo se distingue por su longevidad, sino por su capacidad para dejar una huella indeleble en la historia. Su legado arquitectónico, militar y cultural cimentó su posición como uno de los líderes más prominentes del antiguo Egipto.
EL CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES