En un rincón remoto de Costa Rica, en una pequeña aldea envuelta en exuberante vegetación y montañas majestuosas, vivía Juan, un humilde campesino dedicado a cultivar café y frutas tropicales. Su vida apacible y sencilla transcurría entre las labores del campo, hasta que un día, mientras regaba sus plantas bajo el cálido sol, un avión brillante y enigmático surcó el cielo. Aquel avistamiento despertó en Juan una curiosidad febril, una pregunta sin respuesta: ¿Qué había más allá de su aldea y las montañas? Con la certeza de que su destino estaba llamándolo, Juan tomó una audaz decisión: emprendería un viaje que lo llevaría desde su tierra natal hasta los confines desconocidos de Nueva York, Estados Unidos. Esta es la historia de un campesino valiente y soñador, dispuesto a explorar el mundo y descubrir las maravillas que aguardaban más allá de su pintoresco hogar.

“Un Vuelo Sin Documentos: La Travesía de Juan desde la Sencillez hasta la Ciudad Que Nunca Llegó a Ver”
El viaje de Juan
Juan era un campesino que vivía en una pequeña aldea en Costa Rica. Su vida era sencilla y tranquila, dedicada al cultivo de café y frutas tropicales. Todos los días, se levantaba al amanecer, se ponía su sombrero de paja y su camisa beige, y salía a trabajar en el campo con su machete y su jarra de agua.
Un día, mientras regaba sus plantas, vio un avión pasar por el cielo. Era un avión grande y blanco, con las letras “TACA” en el costado. Juan sintió una curiosidad que nunca había sentido antes. ¿A dónde iría ese avión? ¿Qué habría más allá de las montañas y el mar? ¿Cómo sería el mundo fuera de su aldea?
Juan decidió que quería averiguarlo. Así que vendió su cosecha, empacó sus pocas pertenencias, y se dirigió a la ciudad más cercana, donde había un aeropuerto. Allí, compró un boleto para el primer vuelo que encontró: uno que lo llevaría a Nueva York, Estados Unidos.
Juan no sabía nada de Nueva York, ni de Estados Unidos, ni de inglés. Solo sabía que era un lugar muy diferente al suyo, y que quería conocerlo. Así que se subió al avión con su sombrero, su camisa, su machete y su jarra, y se preparó para la aventura de su vida.
El viaje fue largo y cansado. Juan tuvo que hacer varias escalas en diferentes países, donde se sintió perdido y confundido. No entendía lo que decían las personas ni los letreros. No le gustaba la comida ni la bebida. No se sentía cómodo en los asientos ni en los baños. Pero no se desanimó. Él sabía que pronto llegaría a su destino.
Cuando el avión aterrizó en Nueva York, Juan se sintió emocionado y nervioso. Bajó del avión y siguió a la multitud hasta la aduana. Allí, le pidieron su pasaporte y su visa. Juan no tenía ninguna de esas cosas. Solo tenía su cédula de identidad de Costa Rica.
- ¿Qué hace usted aquí? – le preguntó el oficial de aduana con una voz severa.
- Vine a conocer Nueva York – respondió Juan con una sonrisa inocente.
- ¿Y con qué propósito? – insistió el oficial.
- Con el propósito de conocer – repitió Juan.
- ¿Y dónde se va a quedar? – interrogó el oficial.
- No sé – admitió Juan.
- ¿Y cuánto dinero tiene? – inquirió el oficial.
- Muy poco – confesó Juan.
El oficial de aduana frunció el ceño y miró con sospecha a Juan. Luego vio su sombrero, su camisa, su machete y su jarra. Le pareció que Juan era un hombre muy extraño y peligroso.
- Lo siento, señor, pero no puede entrar al país – le dijo el oficial.
- ¿Por qué no? – preguntó Juan con tristeza.
- Porque no tiene los documentos necesarios, ni los recursos suficientes, ni una razón válida para estar aquí – le explicó el oficial.
- Pero yo solo quiero conocer – insistió Juan.
- Pues tendrá que conocer otro lugar – le dijo el oficial.
Y así fue como Juan fue devuelto a Costa Rica en el mismo avión en el que había llegado. No pudo ver Nueva York ni nada de Estados Unidos. Su sueño de conocer el mundo se frustró.
Pero Juan no se dio por vencido. Él sabía que había muchos otros lugares por descubrir. Así que volvió a vender su cosecha, empacó sus pocas pertenencias, y se dirigió al aeropuerto otra vez.
Esta vez, compró un boleto para otro vuelo: uno que lo llevaría a París, Francia.
Después de su intento fallido de ingresar a Estados Unidos, Juan no se dio por vencido en su búsqueda de aventuras. Decidió que su próximo destino sería la hermosa ciudad de París, en Francia. Empacó sus sueños e ilusiones, junto con su sombrero de paja y su camisa beige, y se dirigió nuevamente al aeropuerto.
Al llegar a París, Juan se encontró sumergido en un mundo completamente diferente. Quedó maravillado por la majestuosidad y el encanto de la ciudad. Sus ojos se iluminaban al contemplar los famosos monumentos, disfrutaba de largos paseos por las encantadoras calles empedradas y se dejaba llevar por la musicalidad del idioma francés.
Con el paso de los días, Juan se integró lentamente a la vida parisina. Aprendió algunas palabras en francés y descubrió lugares emblemáticos como la Torre Eiffel, el Louvre y el hermoso río Sena. Probó exquisitos croissants y baguettes, y se deleitó con la rica cultura de Francia.
Pero más allá de las atracciones turísticas, Juan también se conectó con la gente. Con su sonrisa cálida y su curiosidad innata, entabló amistad con algunos parisinos que lo sorprendieron con su amabilidad y hospitalidad. Compartió historias sobre su vida en Costa Rica y escuchó con atención las experiencias y sueños de quienes encontraba.
Con el tiempo, Juan se dio cuenta de que no solo estaba descubriendo un nuevo país, sino que también estaba descubriéndose a sí mismo. Aprendió a apreciar la diversidad cultural, a valorar las diferencias y a encontrar belleza en la unión de diferentes tradiciones.
Su viaje por Francia fue un verdadero despertar personal, una aventura que lo enriqueció y le mostró un mundo más amplio y diverso. Juan regresó a su aldea en Costa Rica con historias increíbles y un corazón lleno de gratitud por haber tenido la valentía de perseguir sus sueños y explorar el mundo más allá de sus fronteras.
FIN
El CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES