En una pequeña ciudad de Francia, un talentoso pianista llamado Henri se verá inmerso en un oscuro y aterrador enigma que pondrá a prueba su destreza musical y su valentía. Invitado a tocar en una misteriosa mansión situada en las afueras de la ciudad, Henri se encontrará con un anciano dueño de la casa y un piano único, con una antigua historia envuelta en sombras y magia. Sin sospechar las terribles consecuencias que se desatarán, el pianista se enfrentará a un desafío desconcertante, donde la música y el misterio se entrelazan de manera irreversible. Prepárate para sumergirte en “El Piano Maldito”, un relato cautivador que te mantendrá al borde del asiento.



“La Sonata Claro de Luna: Cuando una melodía se convierte en condena”
El Piano Maldito
Había una vez, en una pequeña ciudad de Francia, un famoso pianista llamado Henri. Henri era un virtuoso del piano, capaz de tocar las piezas más difíciles con una maestría y una pasión incomparables. Su talento era admirado por todos, y su fama se extendía por todo el país.
Un día, recibió una carta de un misterioso admirador, que le invitaba a tocar en su mansión, situada en las afueras de la ciudad. El admirador le prometía un gran honor y una recompensa por su actuación. Henri, intrigado y halagado, aceptó la invitación.
Llegó a la mansión al anochecer, y fue recibido por un anciano de aspecto sombrío, que se presentó como el dueño de la casa. El anciano le condujo a una gran sala, donde había un piano de cola negro, que brillaba bajo la luz de las velas.
- Este es el piano que quiero que toques – dijo el anciano -. Es un piano muy especial, con una historia muy antigua y oscura. Se dice que fue construido por un brujo, que le dio vida con un hechizo. El piano tiene un alma propia, y solo obedece a los mejores pianistas del mundo. Si tocas bien, el piano te recompensará con una música sublime. Pero si tocas mal, el piano te castigará con una maldición terrible.
- ¿Qué tipo de maldición? – preguntó Henri, sorprendido y asustado.
- No te lo puedo decir – respondió el anciano -. Solo te diré que nadie ha podido tocar este piano sin sufrir las consecuencias. ¿Te atreves a intentarlo?
Henri sintió una mezcla de curiosidad y temor. Pero también sintió un desafío a su orgullo y a su habilidad. Pensó que él era capaz de tocar cualquier piano, y que no tenía nada que temer. Así que se acercó al instrumento, y se sentó en el taburete.
- ¿Qué pieza quieres que toque? – preguntó Henri al anciano.
- La que tú quieras – dijo el anciano -. El piano te escuchará.
Henri decidió tocar una de sus piezas favoritas, la Sonata Claro de Luna de Beethoven. Colocó sus manos sobre las teclas, y empezó a tocar.
Al principio, todo fue bien. El piano sonaba con una dulzura y una armonía perfectas. Henri se sintió envuelto por la música, y olvidó todo lo demás. Pero cuando llegó al tercer movimiento, el más rápido y difícil, algo cambió.
El piano empezó a resistirse a sus dedos. Las teclas se volvieron duras y pesadas. El sonido se volvió áspero y disonante. Henri sintió que el piano le estaba desafiando, y trató de imponerse con más fuerza y velocidad.
Pero fue inútil. El piano se rebeló contra él, y empezó a emitir unos sonidos horribles, como gritos y lamentos. Henri se asustó, y quiso dejar de tocar. Pero no pudo.
El piano le atrapó las manos con unas cadenas invisibles, y le obligó a seguir tocando. Henri sintió un dolor insoportable en sus dedos, que se rompían y sangraban sobre las teclas. El anciano observaba la escena con una sonrisa malvada.
- ¡Socorro! ¡Socorro! – gritaba Henri -. ¡Por favor, déjeme ir!
- Lo siento – dijo el anciano -. Pero has fallado la prueba. Ahora debes pagar el precio.
- ¿Qué precio? ¿Qué me va a pasar? – preguntó Henri con terror.
- Te convertirás en parte del piano – dijo el anciano -. Tu alma quedará atrapada en él para siempre, y tu cuerpo se transformará en madera y metal. Así podrás seguir tocando eternamente, sin descanso ni paz.
Henri no podía creer lo que oía. Pensó que era una pesadilla, y que pronto despertaría. Pero no fue así.
Poco a poco, su cuerpo se fue endureciendo y cambiando de forma. Sus brazos se convirtieron en las patas del piano. Sus piernas se convirtieron en los pedales. Su cabeza se convirtió en la tapa. Y su corazón se convirtió en el martillo que golpeaba las cuerdas.
El piano maldito había cobrado una nueva víctima. Y el anciano se preparaba para buscar la siguiente.
FIN
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