¿Te imaginas cómo sería despedir a un emperador que se va a la guerra? ¿Qué sentirías al verlo partir con su ejército, sus armas y sus insignias? ¿Qué esperarías de su regreso? ¿Qué pasaría si no volviera? Estas son algunas de las preguntas que nos podemos hacer al estudiar la profectio del emperador Valente, una ceremonia que marcó el destino de un imperio y de un pueblo. En este trabajo, vamos a analizar el contexto histórico, político y religioso de esta profectio, así como sus consecuencias para la historia de Roma y de Europa. Veremos cómo Valente, un emperador mediocre y ambicioso, se enfrentó a los godos, un pueblo bárbaro que buscaba refugio y libertad, y cómo su decisión de no esperar a su hermano Graciano le costó la vida y la gloria. También veremos cómo esta profectio fue representada en el arte y la literatura, y cómo nos ayuda a comprender mejor la cultura y la mentalidad romanas del siglo IV.



Valente, el emperador que perdió el Oriente romano ante los godos


La profectio del emperador Valente fue un acontecimiento histórico que marcó el inicio de la guerra gótica, un conflicto que duró más de una década y que tuvo graves consecuencias para el Imperio romano de Oriente. La profectio era una ceremonia tradicional que se realizaba cuando un emperador partía hacia una campaña militar, y que consistía en una procesión solemne por las calles de la ciudad, acompañado de su séquito, sus tropas y los símbolos de su poder. Valente realizó su profectio en el año 378, cuando decidió marchar desde Constantinopla hacia Adrianópolis (actual Edirne, en Turquía), donde se enfrentaría a los godos que habían invadido las provincias balcánicas.

Los godos eran un pueblo germánico que se había asentado al norte del Danubio, en la región de Dacia, desde el siglo III. En el año 376, una gran masa de godos, principalmente de la rama de los tervingios, solicitó asilo al Imperio romano, presionados por el avance de los hunos desde el este. Valente accedió a admitirlos como foederati, es decir, aliados que se comprometían a prestar servicio militar a cambio de tierras y subsidios. Sin embargo, la corrupción y la incompetencia de los funcionarios romanos encargados de recibirlos provocaron que los godos sufrieran hambre, abusos y extorsiones. Esto desencadenó una rebelión que pronto se extendió por toda Tracia y Macedonia.

Valente, que se encontraba en Antioquía (actual Antakya, en Turquía) preparando una campaña contra el Imperio sasánida, tuvo que desviar su atención hacia la crisis gótica. Envió a algunos de sus generales, como Frigerido, Sebastián y Víctor, a contener la revuelta, pero estos sufrieron varios reveses y no pudieron impedir que los godos se unieran con otras tribus bárbaras, como los alanos y los hunos. Valente decidió entonces intervenir personalmente y marchó con su ejército hacia el Danubio. En el camino, se encontró con una embajada de su sobrino Graciano, el emperador de Occidente, que le ofreció su ayuda y le pidió que esperara a sus refuerzos.

Sin embargo, Valente no quiso compartir el mérito de la victoria con Graciano, y confiado en su superioridad numérica y disciplina, decidió enfrentarse a los godos sin esperar más. El 9 de agosto de 378, cerca de Adrianópolis, se produjo la batalla decisiva. Los romanos atacaron sin orden ni precaución, y fueron sorprendidos por la aparición de la caballería gótica, que había estado oculta detrás de unos carros. Los godos cargaron contra las filas romanas y las rompieron con facilidad. La masacre fue terrible: se estima que murieron unos 40.000 soldados romanos, entre ellos el propio Valente.

La batalla de Adrianópolis fue una de las peores derrotas sufridas por el Imperio romano en toda su historia. Supuso la pérdida de gran parte del ejército oriental y la muerte del emperador. Los godos aprovecharon la situación para saquear las provincias balcánicas y amenazar Constantinopla. El Imperio romano entró en una grave crisis política y militar, que sólo pudo ser superada gracias a la habilidad del sucesor de Valente: Teodosio I.

La ilustración que acompaña al texto muestra una recreación artística de la profectio del emperador Valente. Se observa al emperador montado en un caballo blanco, sosteniendo un casco del tipo Berkasovo, que era un modelo característico de los oficiales romanos del siglo IV. Este casco tenía una cresta longitudinal y unas protecciones laterales para las mejillas. A su lado hay otros jinetes con cascos similares o del tipo Intercisa, que era otro modelo de casco romano con una cresta transversal. Detrás del emperador se ve un labarum, que era un estandarte imperial que llevaba el crismón, el monograma de Cristo formado por las letras griegas chi (X) y rho (P). El labarum fue introducido por Constantino I como símbolo de su conversión al cristianismo y de su victoria sobre Majencio en el año 312.


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