En las profundidades de la memoria familiar, donde las leyendas se entrelazan con la realidad, existe una historia que ha desafiado el paso del tiempo. Se trata del relato de Eduardo, un intrépido viajero de eras pasadas, cuya búsqueda incansable de aventuras lo llevó a cruzar el umbral de un enigmático bar, un lugar suspendido entre los pliegues del tiempo. Esta historia, transmitida de generación en generación, nos sumerge en una noche donde lo ordinario cede paso a lo extraordinario, donde cada sorbo de whisky parece descorrer el velo entre distintas épocas. “El Bar del Tiempo” no es solo una narración sobre un viaje temporal; es un viaje al corazón del misterio y la intriga, un lugar donde las fronteras de la realidad se difuminan y lo imposible se vuelve tangible.



“La Noche Eterna: El Bar que Cambió el Destino de un Viajero”
Mi abuela solía contarme historias antes de dormir, y una en particular siempre me ponía los pelos de punta. Decía que le había sucedido a su padre, mi bisabuelo, cuando era un joven aventurero que recorría el mundo en busca de emociones.
Una noche, mientras viajaba por un país desconocido, se encontró con una tormenta terrible que lo obligó a buscar refugio. Caminó por las calles desiertas de un pueblo que no aparecía en ningún mapa, hasta que vio una luz débil que salía de un viejo letrero que decía “Bar”. Pensó que quizás allí podría encontrar algo de calor y compañía, y entró sin dudarlo.
El interior del bar era oscuro y silencioso. Solo había un cantinero detrás de la barra, limpiando un vaso con un paño sucio. Mi bisabuelo, a quien llamaremos Eduardo, se acercó y le pidió un whisky. El cantinero le sirvió sin decir una palabra, pero con una mirada que parecía ocultar algo.
Eduardo tomó un sorbo de su bebida y miró a su alrededor. El bar estaba vacío, salvo por unas pocas mesas y sillas de madera. En las paredes había algunos cuadros de personas y paisajes que no reconocía. El aire olía a humedad y a tabaco rancio. Eduardo sintió una extraña sensación de incomodidad, como si algo no estuviera bien.
Miró por la ventana y se quedó helado. La calle que había visto al entrar, llena de coches y luces, había desaparecido. En su lugar, había carruajes tirados por caballos y faroles de aceite. Las personas que pasaban llevaban ropas antiguas y sombreros de copa. Era como si hubiera viajado al pasado.
Eduardo se levantó de su asiento y se dirigió al cantinero, con el corazón en la garganta. Le preguntó qué estaba pasando, dónde estaba, y cómo podía volver a su tiempo. El cantinero, con una sonrisa maliciosa, le respondió: “Cuando entras a este bar, viajas en el tiempo. Has llegado al siglo XVIII, y no hay vuelta atrás. A menos que…”
Eduardo se aferró a esa última palabra, con una esperanza desesperada. Le preguntó al cantinero qué tenía que hacer para volver a su época. El cantinero, con una voz grave, le dijo: “Solo hay una manera de volver a tu tiempo: debes contarme una historia que jamás haya escuchado, una historia de terror que me haga temblar. Si lo logras, te dejaré salir. Si no, te quedarás aquí para siempre.”
Eduardo se quedó sin aliento. No sabía si el cantinero estaba loco o si era una broma cruel. Pero no tenía otra opción. Tenía que intentarlo. Así que se sentó de nuevo y comenzó a narrar una historia espeluznante, usando toda su imaginación y creatividad. Le contó sobre monstruos, fantasmas, asesinos, maldiciones, y todo lo que se le ocurrió. Pasaron horas, y Eduardo no paraba de hablar. El cantinero lo escuchaba atentamente, sin pestañear.
Cuando Eduardo terminó, el cantinero, con los ojos muy abiertos, asintió y le dijo: “Has logrado lo imposible. Me has contado una historia que jamás había escuchado, una historia de terror que me ha hecho temblar. Has ganado tu libertad. Puedes irte.”
Eduardo no lo podía creer. Se levantó de un salto y corrió hacia la puerta. La abrió y salió a la calle. Todo había vuelto a la normalidad. Estaba de nuevo en su tiempo, en la misma calle moderna de antes. Sin embargo, algo había cambiado: en su bolsillo encontró una moneda antigua, con la cara de un rey que no conocía. Era un recuerdo de esa noche terrorífica que nunca olvidaría.
Mi abuela siempre terminaba la historia diciendo que aún conservaba esa moneda, un testimonio mudo de la increíble aventura de su padre en aquel bar misterioso.
Fin.
Reflexión Final
La historia de “El Bar del Tiempo” es más que una simple anécdota transmitida a través de las generaciones; es un reflejo de nuestra fascinación por lo desconocido y nuestra innata curiosidad por los misterios del tiempo y el espacio. Nos recuerda que, en cada rincón de nuestro mundo, puede haber puertas hacia lo inimaginable, donde las leyes de la naturaleza y la realidad se retuercen de maneras que solo podemos explorar a través de la narrativa y la imaginación. Esta historia invita a reflexionar sobre el valor del tiempo, la importancia de las historias que compartimos y cómo estas pueden moldear nuestra percepción del mundo. En última instancia, “El Bar del Tiempo” nos enseña que, en el tejido de nuestras vidas, lo mágico y lo real a menudo se entrelazan de maneras misteriosas e inesperadas, enriqueciendo nuestra experiencia humana con un sentido de asombro y posibilidad.
El CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES