En un mundo donde la realidad se entrelaza cada vez más estrechamente con el reino de lo digital, nos encontramos en una encrucijada fascinante y desconcertante de la historia humana. La emergencia de la Inteligencia Artificial (IA) ha abierto la puerta a un nuevo tipo de ilusión: imágenes y voces tan convincentemente reales que desafían nuestra capacidad de discernir la verdad. Desde rostros generados por algoritmos que nunca han respirado, hasta voces que nunca han vibrado en cuerdas vocales humanas, la IA está transformando radicalmente nuestra percepción del mundo. En este escenario, el concepto de “realidad” se vuelve elástico, llevándonos a preguntarnos: en una era donde ver ya no es sinónimo de creer, ¿cómo podemos confiar en lo que nuestros sentidos nos dicen? Este es el desafío que nos plantea la era de la IA, una era donde la ficción y la realidad no son entidades separadas, sino hilos entrelazados en el tejido de nuestra existencia cotidiana.




La realidad y la ficción se confunden cada vez más gracias a la inteligencia artificial (IA).


Nuestro cerebro, que antes podía distinguir fácilmente lo que era verdadero de lo que no, ahora se enfrenta a un desafío sin precedentes: reconocer los rostros generados por algoritmos que parecen tan reales como los nuestros.

Esta tecnología se basa en el concepto de Redes Antagónicas Generativas (GANs), que se creó hace casi una década y que desde entonces ha evolucionado gracias al trabajo de empresas como Google y Nvidia. Las GANs son sistemas de aprendizaje automático que consisten en dos redes neuronales que compiten entre sí: una que genera imágenes falsas y otra que intenta detectarlas. Así, se consigue que las imágenes sean cada vez más realistas y difíciles de distinguir de las reales.

Pero, ¿qué implicaciones tiene esto para nuestra percepción de la realidad y nuestra confianza en las personas? Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Londres a principios de este año planteó esta cuestión y descubrió que algunas personas que no existen nos parecen más reales que personas de verdad. Los participantes del estudio tuvieron que ver una serie de imágenes de rostros y decidir si eran humanos o no. Los resultados mostraron que muchas personas se equivocaron y creyeron que los rostros humanos eran falsos y viceversa. Además, los participantes mostraron menos confianza cuando supieron que había imágenes generadas por IA entre las que vieron, lo que indica que la línea entre la realidad y la ficción se está difuminando tanto en internet que está generando cierta incomodidad entre los usuarios.

Este fenómeno se relaciona con el concepto de posverdad, que se define como la distorsión deliberada de la realidad mediante la manipulación de los hechos, las emociones y las creencias. La posverdad se ha incorporado plenamente a nuestro vocabulario desde 2016, cuando fue elegida como la palabra del año por el diccionario Oxford y posteriormente por la RAE. La posverdad se aprovecha de la saturación de información que recibimos a través de internet y de las redes sociales, que nos impide procesarla y verificarla adecuadamente. Así, se crea un ambiente propicio para que las mentiras se difundan con más facilidad y se acepten como verdades.

La posverdad tiene importantes consecuencias en el ámbito político, social y cultural, ya que puede influir en la opinión pública, en las decisiones electorales y en la confianza en las instituciones. Un ejemplo de esto son los deepfakes, que son vídeos falsos creados por IA que muestran a personas reales haciendo o diciendo cosas que nunca hicieron o dijeron. Los deepfakes pueden usarse con fines maliciosos, como difamar, extorsionar o engañar a las personas. Un caso famoso de deepfake fue el que mostraba al expresidente de Estados Unidos Barack Obama insultando a su sucesor Donald Trump, que en realidad estaba manipulado por el actor y comediante Jordan Peele.

Otro ejemplo de la confusión entre la realidad y la ficción son los periodistas virtuales, que son presentadores de noticias generados por IA que imitan el aspecto, la voz y los gestos de los humanos. Estos periodistas virtuales pueden trabajar las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y ofrecer información en varios idiomas y plataformas. Sin embargo, también plantean cuestiones éticas, como la veracidad, la transparencia y la responsabilidad de la información que difunden. Un caso pionero de periodistas virtuales fue el que presentó la agencia de noticias china Xinhua en 2018, que mostraba a dos presentadores virtuales basados en dos periodistas reales.

Ante este panorama, es necesario desarrollar un pensamiento crítico que nos permita discernir lo que es real de lo que no, y que nos ayude a proteger nuestra privacidad y nuestra identidad. También es importante fomentar una regulación ética de la IA que garantice el respeto a los derechos humanos, la diversidad y la democracia. La IA puede ser una herramienta muy útil y beneficiosa para la humanidad, pero también puede ser una amenaza si no se usa con responsabilidad y con criterio.