En el corazón del Renacimiento italiano, donde el arte se entrelazaba con la divinidad y la naturaleza, emerge una obra que desafía convenciones y enciende la imaginación: “Adoración en el Bosque” de Fra Filippo Lippi. Esta obra maestra, más que una simple representación religiosa, es un portal a un mundo donde lo místico y lo terrenal se fusionan en un lienzo. Pintado con la delicadeza y la profundidad que caracteriza a Lippi, este retablo nos lleva en un viaje visual a través de un bosque frondoso, poblado de simbolismos y revelaciones divinas. En cada trazo, en cada figura, se esconde una historia, un secreto, un atisbo de lo trascendental. “Adoración en el Bosque” no es solo una pintura; es una invitación a explorar las profundidades de la fe, el arte y la visión de uno de los más grandes maestros del Renacimiento.



Adoración en el bosque, de Fra Filippo Lippi


Este retablo, que mide 129,4 x 118,6 cm., fue pintado por el artista italiano Fra Filippo Lippi (ca. 1406 – 1469) en el año 1459, con óleo sobre madera de álamo y oro. Se encuentra actualmente en la Gemäldegalerie, uno de los museos estatales de Berlín, y está firmado por el autor en el mango de un hacha que aparece en la parte inferior izquierda de la obra: “Frater Philippus P.”

La obra fue encargada por Cosme de Médici para decorar el altar de su capilla privada en el palacio de Florencia. El tema es la adoración de los pastores al Niño Jesús, que se sitúa en un bosque frondoso y detallado, con numerosas especies de árboles y plantas. El paisaje recuerda al que pintó Benozzo Gozzoli en el ciclo de frescos de la “Cabalgata de los Magos” en la capilla de los Magos del mismo palacio.

Sin embargo, la escena no sigue la tradición iconográfica habitual, sino que se inspira en las revelaciones de Santa Brígida de Suecia, una mística y santa del siglo XIV que tuvo numerosas visiones sobre la vida de Cristo. Según ella, el Niño Jesús no nació en un pesebre, sino que fue colocado desnudo en el suelo por la Virgen María, que se arrodilló ante Él para adorarlo, mientras que San José permaneció de pie a su lado. Esta representación se aleja de la imagen convencional de la Sagrada Familia, y muestra una mayor intimidad y naturalidad entre la madre y el hijo.

Además de los personajes principales, en el retablo aparecen otros cuatro santos, que tienen un significado simbólico y alegórico. A la izquierda, está San Juan Bautista, el patrón de Florencia, que sostiene una cruz y señala al Niño, anticipando su misión de precursor y su destino de martirio. A la derecha, está San Bernardo de Claraval, un monje cisterciense del siglo XII que fue un gran devoto de la Virgen María y que escribió sobre la meditación de la Pasión de Cristo. Su presencia se relaciona con la devoción de los Médici hacia él, y con el hecho de que fue el autor de la oración “Acordaos”, que se recitaba al final de cada hora canónica. En el fondo, se ve su retrato de medio cuerpo, con un libro y una pluma en las manos.

En el cielo, se observa a Dios Padre, que bendice la escena desde una nube, rodeado de ángeles y querubines. Entre Él y la Virgen, desciende la Paloma del Espíritu Santo, que simboliza la concepción virginal del Niño y la presencia de la Trinidad en el misterio de la Encarnación. Los rayos que emanan de la Paloma iluminan el rostro de María y el cuerpo de Jesús, creando un efecto de claroscuro que contrasta con el resto de la composición.

El retablo de Lippi fue una de las primeras obras que introdujo la iconografía de las revelaciones de Santa Brígida en el arte italiano, y tuvo una gran influencia en otros pintores, como Botticelli, que fue su discípulo. El propio Lippi repitió el mismo esquema en otras dos obras posteriores: el “Retablo de Annalena” (1455) y la “Adoración de Camaldoli” (1463), ambas conservadas en la Galería de los Uffizi de Florencia⁶. Su estilo se caracteriza por la elegancia de las formas, el colorido brillante, el realismo de los detalles y la expresividad de los gestos y las miradas..


El CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES