En las brumosas profundidades de la historia se ocultan relatos inquietantes que todavía suscitan asombro y consternación. Uno de ellos emerge de las gélidas tierras de Islandia, donde una ley macabra y olvidada permitía, durante cuatro siglos, el asesinato impune de vascos. Atravesaremos los siglos para adentrarnos en las épicas expediciones de los balleneros vascos, su convivencia pacífica con los islandeses y el fatídico desenlace que los sumiría en una de las más mortíferas masacres de la historia islandesa. Descubriremos cómo la memoria colectiva ha evocado y condenado este oscuro episodio, hasta que finalmente, en un acto simbólico y regenerador, una ley arcaica fue anulada y las víctimas honradas. Adelante, acompáñanos en este viaje en el tiempo, donde la verdad se entreteje con el legado de los valientes vascos en la isla de hielo y fuego.



La ley islandesa que autorizó el asesinato de vascos durante 400 años


Puede parecer una broma macabra, pero no lo es. Hasta el año 2015, Islandia tenía una ley que permitía matar vascos sin consecuencias legales. Esta norma se remonta al siglo XVII, cuando una expedición de balleneros vascos terminó en una masacre por parte de los habitantes locales. La ley fue derogada hace solo unos años, en un acto simbólico que reunió a autoridades de España, Islandia e Irlanda.

Los vascos fueron pioneros en la caza de ballenas en el Atlántico Norte. Desde el siglo XVI, se aventuraron a explorar las costas de Terranova, Labrador, Groenlandia e Islandia, en busca de estos cetáceos que les proporcionaban carne, grasa, huesos y barbas. Estos productos tenían una gran demanda en Europa, tanto para el consumo como para la iluminación, la construcción y la artesanía. Los vascos llegaron incluso a establecer colonias y factorías en algunos de estos territorios, donde convivieron con los nativos y los colonos de otras naciones.

En Islandia, los vascos mantuvieron relaciones pacíficas con los islandeses durante varias décadas. Incluso desarrollaron un idioma mixto, el vasco-islandés, para facilitar la comunicación y el comercio. Sin embargo, todo cambió en el año 1615, cuando una serie de desgracias y malentendidos desencadenaron una tragedia.

Ese año, tres barcos vascos llegaron a la región de Vestfirðir, en el noroeste de Islandia, para iniciar la temporada de caza de ballenas. Dos de ellos estaban capitaneados por Pedro de Aguirre y Esteban de Tellaría, y el tercero por Martín de Villafranca. Los vascos capturaron algunas ballenas y vendieron sus carnes a los islandeses, con quienes tenían un acuerdo mutuo. Todo transcurría con normalidad, hasta que a finales de septiembre, un terrible vendaval destrozó los barcos vascos, que quedaron varados en las rocas. Tres hombres murieron en el naufragio, pero la mayoría, unos ochenta, lograron sobrevivir.

Ante la imposibilidad de regresar a casa, los vascos decidieron pasar el invierno en Islandia. Se dividieron en tres grupos: el de Aguirre y Tellaría se quedó en Vatneyri, el de Villafranca se separó en dos, uno se dirigió a Ísafjarðardjúp y el otro a Bolungarvík y luego a Þingeyri. Fue entonces cuando empezaron los problemas.

El grupo de Villafranca, que se alojó en una casa de un comerciante de Pingeyri, entró en conflicto con los islandeses por varios motivos: se apropiaron de víveres y objetos sin permiso, amenazaron a un pastor, robaron un bote y una red, y se sospechaba que habían violado a una mujer. Estas acciones enfurecieron a los locales, que pidieron ayuda al magistrado Ari Magnússon, el representante de la corona danesa en la zona.

Magnússon, basándose en una antigua ley islandesa de 1281, dictó que los vascos eran criminales y debían ser ejecutados. Así, el 17 de octubre de 1615, organizó una emboscada contra el grupo de Villafranca, que estaba en las islas de Æðey y Sandeyri. Los atacantes mataron a los guardias nocturnos y luego entraron en la casa, donde acabaron con la vida de dieciocho vascos. Solo uno logró escapar y avisar a los otros grupos.

Los supervivientes se refugiaron en la iglesia de Patreksfjörður, donde recibieron la protección del pastor Jón Bjarnason. Sin embargo, el magistrado Magnússon no se dio por satisfecho y ordenó una segunda matanza el 22 de enero de 1616. Esta vez, el objetivo era el grupo que estaba en Bolungarvík. Los asaltantes incendiaron la casa donde se alojaban los vascos y los mataron a tiros cuando intentaban huir. Catorce vascos perdieron la vida en este ataque.

En total, 32 vascos fueron asesinados por los islandeses, en lo que se conoce como la matanza de los españoles o Spánverjavígin. Se trata de la mayor matanza en la historia de Islandia. Solo unos pocos vascos lograron sobrevivir y regresar a casa al año siguiente, gracias a la ayuda del pastor Jón Bjarnason y de algunos islandeses compasivos.

Uno de los testigos de estos hechos fue Jón Guðmundsson, conocido como el Docto, un erudito y poeta islandés que escribió un relato crítico con la masacre, titulado Sönn frásaga af spanskra manna skipbrotum og slagi (Un relato verdadero de los naufragios y luchas de los españoles). En su obra, Jón condena la decisión del magistrado Magnússon y defiende la inocencia de los vascos, a quienes considera víctimas de la codicia y la crueldad de los islandeses. Jón, que se negó a participar en los ataques, tuvo que huir a otra región por temor a las represalias.

La matanza de los vascos quedó grabada en la memoria colectiva de los islandeses, que durante siglos transmitieron la historia de forma oral y escrita. También quedó plasmada en una ley que autorizaba el asesinato de vascos en la región de Vestfirðir, una norma que nunca fue derogada oficialmente, aunque evidentemente no tenía ningún valor legal ni práctico.

No fue hasta el año 2015, cuando se celebró el 400 aniversario de la masacre, que se realizó un acto simbólico para anular la ley y rendir homenaje a las víctimas. El acto contó con la presencia de autoridades de España, Islandia e Irlanda, así como de descendientes de los balleneros vascos. Se colocaron placas conmemorativas en los lugares donde ocurrieron los hechos y se inauguró un monumento en la iglesia de Patreksfjörður, donde se refugiaron los supervivientes. Además, se organizaron actividades culturales y académicas para difundir la historia y el legado de los vascos en Islandia.


El CANDELABRO. ILUMINANDO MENTES