Sumérgete en las oscuras y fascinantes intrigas del Imperio Romano, donde los hilos del poder se tejen en una tela de traición y venganza. En el escenario de la Roma antigua, se despliega una historia de amistad fracturada, complots mortales y tragedia familiar. Adéntrate en el reinado de Tiberio y la figura enigmática de Sejano, un hombre astuto e implacable, cuya ambición lo llevó a desafiar las leyes y sembrar el caos en su búsqueda desenfrenada de poder absoluto. Un relato que revela los oscuros secretos de personajes atormentados, desencadenando una cadena de acontecimientos que cambiarían para siempre el rumbo del Imperio y la vida de sus protagonistas. Prepárate para sumergirte en un mundo de corrupción, crueldad y tragedia en esta cautivadora historia de traición y venganza en la antigua Roma.



Sangre, pasión y traición: la historia prohibida de Tiberio y su leal confidente Sejano”


El 26 de octubre del año 31 d.C., el emperador Tiberio ordenó masacrar a la familia de Sejano, su antiguo amigo y confidente, que había conspirado contra él y contra sus herederos. La venganza de Tiberio fue cruel y despiadada, pero también tuvo consecuencias inesperadas, como la revelación de la culpabilidad de su nuera Livila en el asesinato de su hijo Druso, y el suicidio de la viuda de Sejano, que se cobró una última víctima antes de morir.

Tiberio ha sido considerado por muchos historiadores como un buen emperador para el Imperio romano y sus habitantes, ya que logró mantener la paz y la prosperidad, reducir la corrupción, ampliar la ciudadanía y consolidar las fronteras. Sin embargo, a nivel personal, fue un hombre atormentado por la depresión, el alcoholismo y la paranoia, que se agravaron con las desgracias familiares y las responsabilidades políticas. Tiberio tuvo que divorciarse de su amada Vipsania por orden de Augusto, que lo casó con su hija Julia, una mujer infiel y libertina. Tiberio perdió a su hermano Druso, su gran apoyo, y a su hijo adoptivo Germánico, el favorito del pueblo, ambos por causas naturales. Tiberio se sintió cada vez más solo e incomprendido, y se refugió en la confianza de Sejano, el prefecto del pretorio, que se convirtió en su mano derecha y en su representante en Roma cuando él se retiró a la isla de Capri en el año 26 d.C.

Sejano era un hombre ambicioso y astuto, que aprovechó la ausencia y la credulidad de Tiberio para acumular poder y eliminar a sus rivales. Sejano era el jefe de la guardia pretoriana, que había reformado y concentrado en un solo campamento, lo que le daba un gran control sobre la seguridad y el orden público. Sejano también tenía influencia sobre el Senado y los gobernadores provinciales, a los que nombraba o destituía según su conveniencia. Sejano se ganó el favor de Tiberio con halagos, regalos y consejos, y le informaba de supuestas conspiraciones y traiciones, que él mismo fabricaba o fomentaba. Sejano tenía el objetivo de convertirse en el sucesor de Tiberio, y para ello no dudó en eliminar a los posibles herederos de la dinastía julio-claudia.

El primer objetivo de Sejano fue Druso Julio, el hijo biológico de Tiberio, que era el heredero natural del trono. Sejano y Druso se odiaban mutuamente, y Sejano ideó un plan para acabar con él. Sejano sedujo a Livila, la esposa de Druso, que era prima de ambos, y la convenció para que envenenara a su marido. Druso murió en el año 23 d.C., y Tiberio creyó que fue por una enfermedad. La muerte de Druso afectó profundamente a Tiberio, que se alejó aún más de la vida pública y de su familia. Sejano se aprovechó de esta situación para aumentar su poder y su prestigio, y recibió honores y distinciones, como una estatua de bronce en el teatro de Pompeyo, el consulado conjunto con Tiberio y el compromiso de su hija Junila con Claudio Druso, el hijo del futuro emperador Claudio.

El segundo objetivo de Sejano fue Agripina la Mayor, la viuda de Germánico, que era la nuera de Tiberio y la madre de seis hijos, entre ellos los futuros emperadores Calígula y Nerón. Agripina era una mujer orgullosa y valiente, que sospechaba que Tiberio había envenenado a su marido y que Sejano era el responsable de la muerte de su cuñado Druso. Agripina se enfrentó abiertamente a Tiberio y a Sejano, y defendió los derechos de sus hijos como herederos legítimos. Sejano, con la complicidad de Livila, que era hermana de Agripina, alimentó la paranoia de Tiberio y le hizo creer que Agripina y sus hijos mayores, Nerón y Druso César, conspiraban contra él. Tiberio ordenó el arresto y el exilio de Agripina y sus hijos en el año 29 d.C., y los sometió a torturas y humillaciones, que acabaron con sus vidas.

Sejano se creía ya el dueño de Roma y el heredero de Tiberio, pero su ascenso se vio truncado por la intervención de Antonia, la cuñada de Tiberio y la madre de Livila. Antonia era la única persona en la que Tiberio confiaba plenamente, y le envió una carta en la que le revelaba la traición de Sejano y de su propia hija, que habían asesinado a Druso Julio. Tiberio, furioso y dolido, ideó una trampa para desenmascarar y eliminar a Sejano. Tiberio le escribió una carta en la que le prometía concederle la potestad tribunicia, un privilegio reservado al emperador, y le pidió que fuera al Senado a recibir el honor. Sejano, confiado y orgulloso, acudió al Senado, donde se leyó otra carta de Tiberio, en la que se le acusaba de traición y se ordenaba su ejecución. Sejano fue detenido y llevado a la cárcel, donde fue estrangulado por el verdugo. Su cadáver fue arrastrado por las calles y arrojado al Tíber, y sus partidarios fueron perseguidos y eliminados.

Pero la venganza de Tiberio no se detuvo ahí. También ordenó la muerte de los hijos de Sejano, que eran inocentes de los crímenes de su padre. El hijo mayor fue ejecutado sin piedad, y el hijo menor, que era un niño, fue violado y estrangulado por el verdugo, ya que no se podía matar a una persona virgen. La hija de Sejano, Junila, que estaba prometida con el hijo de Claudio, corrió la misma suerte que su hermano menor, y fue violada y asfixiada por el verdugo, que le dijo que así perdería la virginidad y podría morir. Estos actos atroces fueron condenados por la opinión pública y por los historiadores posteriores, que los consideraron una muestra de la crueldad y la depravación de Tiberio.

La única superviviente de la familia de Sejano fue su esposa Apicata, que no fue condenada por Tiberio, pero que se volvió loca por el dolor y la rabia. Apicata se suicidó el mismo día que su marido, pero antes de morir, envió una carta a Tiberio, en la que le confesaba que Livila había sido la amante de Sejano y la asesina de Druso Julio. Tiberio, que había creído que su hijo había muerto de forma natural, se llenó de ira y de rencor, y ordenó el castigo de Livila. Según algunas fuentes, Tiberio mandó ejecutar a Livila, y según otras, fue su propia madre Antonia la que la encerró en su casa y la dejó morir de hambre. De esta forma, la viuda de Sejano se vengó de su rival y de su cómplice, y causó el último drama familiar de esta trágica historia.


Reflexión Final


La historia de Tiberio y Sejano nos presenta una oscura reflexión sobre la fragilidad humana y los peligros del poder desmedido. En esta narrativa, vemos cómo la ambición y la manipulación pueden llevar a la destrucción de la amistad, destruyendo la confianza y exponiendo las sombras más profundas de la condición humana. Además, nos muestra cómo el miedo, la paranoia y la desconfianza pueden corromper incluso a aquellos en posiciones de autoridad. Esta historia nos sirve como recordatorio de que es importante mantener un equilibrio saludable entre el poder y la responsabilidad, y que la lealtad y la integridad son valores inquebrantables en medio de las tentaciones y los oscuros juegos del poder. Nos insta a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones y a valorar la estabilidad, el respeto y la honestidad en todas nuestras relaciones, en pos de construir un mundo más justo y armonioso.


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