En las sinuosas aguas del río Nilo, donde la vida y la muerte danzan al compás de las crecidas y las sequías, los antiguos egipcios forjaron una relación única con una de las criaturas más emblemáticas de su entorno: el cocodrilo. Este reptil, tanto venerado como vilipendiado, se convirtió en un símbolo potente de las dicotomías y misterios de una civilización fascinante. A través de los ojos de Heródoto, el viajero y cronista de la Antigüedad, descubrimos un mundo donde los cocodrilos no eran meros animales, sino espejos de las creencias y temores de un pueblo que se asomaba a las orillas de la eternidad. En este viaje a través del tiempo, exploraremos cómo estos seres fueron elevados a la categoría de dioses en algunas regiones, mientras que en otras eran cazados y consumidos, reflejando así las complejas y variadas cosmovisiones que tejieron la rica tapestria de la cultura egipcia.



Los cocodrilos sagrados y los profanos en el antiguo Egipto


Heródoto nos ofrece en su obra una fascinante visión de cómo los antiguos egipcios percibían a los cocodrilos, animales emblemáticos del Valle del Nilo. Mientras para algunos eran entes divinos merecedores de culto y veneración, para otros no pasaban de bestias carentes de valor alguno. Estas diferencias reflejaban las particulares cosmovisiones de las distintas regiones del país. Veamos con más detalle estas costumbres.

Los egipcios llamaban campsas a los cocodrilos, aunque los griegos los denominaban con el nombre que aún perdura de “cocodrilos”, por su parecido con los lagartos del país heleno. Habitaban principalmente en ríos, lagos y marismas del curso inferior del Nilo. En la antigüedad existían dos subespecies: el cocodrilo del Nilo, más pequeño, y el cocodrilo de las marismas, de mayores dimensiones.

Los que moraban en Tebas y sus alrededores, así como los habitantes de Menfis y Crocodilópolis ( actual Fayûm), veneraban a los cocodrilos como emblemas vivientes del dios Sobek, dios crocodilo asociado a la fertilidad de la tierra y protector del faraón. Consideraban sagrados a los ejemplares que poblaban las orillas del Nilo en dichas zonas.

El culto a Sobek implicaba cuidar y alimentar a especímenes individuales de cocodrilo en santuarios. Los sacerdotes criaban a algunos cocodrilos desde crías para que pudieran ser acariciados sin peligro. Les colocaban pendientes y brazaletes de oro y piedras preciosas, para identificar a los animales divinos. Recibían como ofrenda parte de la carne de los sacrificios.

Tras su muerte natural, los cocodrilos sagrados eran momificados con esmero, envolviéndolos en vendas de lino untadas con resinas y perfumes. Su momia se depositaba en una tumba dedicada a Sobek. En Crocodilópolis se han hallado miles de estas momias de cocodrilo perfectamente conservadas.

En cambio, los habitantes de la región de Elefantina (la isla de Abatos, frente a Asuán), no rendían culto a los cocodrilos. Esta zona estaba dedicada al dios Jnum, representado con cabeza de carnero. Sus pobladores cazaban y se alimentaban habitualmente de cocodrilos, aprovechando su carne y piel.

El destino tan divergente de cocodrilos sagrados y profanos reflejaba tensiones regionales dentro del territorio egipcio. Las poblaciones del sur se identificaban más con el dios Jnum y su morfología caprina. Los habitantes del norte veneraban en cambio a Sobek, patrón protector del rey y la agricultura en el delta del Nilo.

Las diferentes actitudes ante los cocodrilos también podrían deberse a cuestiones ecológicas y demográficas. Las grandes poblaciones del Bajo Egipto convivían estrechamente con numerosos cocodrilos. Representarlos como animales divinos los volvía intocables y protegía a las personas. En contraste, en el Alto Egipto la densidad de cocodrilos era menor, por lo que podían ser cazados sin problema.

El culto a Sobek persistió durante milenios. En época romana se conocen testimonios de emperadores como Augusto y Adriano que efectuaron ofrendas a cocodrilos sagrados en Crocodilópolis y Fayûm. Sin embargo, con la cristianización del Imperio en el siglo IV d.C., los ritos a Sobek terminaron siendo prohibidos y perseguidos como paganos.

Los antiguos egipcios tenían un profundo conocimiento de la fauna de su territorio. Percibir a los cocodrilos como seres semidivinos les permitió convivir con ellos y aprovechar su poder simbólico, mientras que en otras regiones podían cazarlos sin mayores restricciones.

Esta compleja cosmovisión quedó reflejada en las costumbres descritas por Heródoto, que ofrecen una fascinante visión sobre la relación que mantenían los habitantes del valle del Nilo con estos enigmáticos reptiles.


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