En un rincón olvidado del mundo literario, donde las fábulas cobran vida y los personajes más insólitos se encuentran, nos topamos con la peculiar historia “De Sapos y Diamantes”. Este relato nos lleva de la mano a través de la vida de dos hermanas de carácter opuesto, una fábula que desafía las convenciones y nos ofrece una mirada mordaz sobre la bondad, la codicia y las sorpresas que nos depara el destino.

Acompañados de un narrador sarcástico y un joven aprendiz con un humor peculiar, nos sumergimos en un cuento que, aunque parece conocido, guarda giros inesperados y una lección final que nos hará reflexionar y reír al mismo tiempo. Prepárate para disfrutar de una historia donde los finales felices son tan cuestionables como los príncipes y princesas de los cuentos de hadas tradicionales.


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La Bondad y la Maldad: Un Cuento Inverso para Reflexionar”


¿Una de las fábulas de Caragato para reír un rato?

DE SAPOS Y DIAMANTES

—El cuentecito de hoy nos habla de la bondad y maldad intrínsecas al ser humano. ¿Tú cómo te consideras a ti mismo?

Meditó igual que monje del Fujiyama y finalmente respondió:

—Soy intrínsicamente bueno, pero si alguien me dejara sin ensaimadas, podría llegar a matar —respondió en tono de reproche.

La verdad es que me había clavado el paquete entero, dejándolo a dos velas italianas.

—No pasa nada. Compraremos más —aseguré con sonrisa condescendiente.

—Compraremos, dice…

«Érase una vez un campesino que tenía dos hijas de carácter muy diferente. La una era dulce y educada, mientras que su hermana no podía ser más grosera y maleducada. Además, era fea y gandula».

—¿No cree que se ha cebado un poco con la muchacha? Algo bueno debía de tener la pobre chica.

—Lo bueno está al final.

Se rascó la cocorota y la luz llegó a su menguado cerebro.

—¡Es un cuento a la inversa! La fea se casa con el príncipe guaperas y su bella hermana queda para vestir santos.

Vas apañao…

—Más o menos…

«La bondadosa joven hacía todos los trabajos más pesados, mientras su hermana no pegaba palo al agua. Se levantaba tarde y despotricaba contra todo.

—¿Aún no has ido a por agua al río? —la increpaba con dureza.

—No he tenido tiempo. Ahora voy.

Cogió el cántaro y se aprestó a cubrir la considerable distancia de media legua que separaba la casa del arroyo».

—Disculpe, maestro, pero no creo que media lengua pueda considerarse una gran distancia. Como quien dice, sales y ya estás de vuelta. Ese río estaba a tiro de escupitajo.

—He dicho legua.

—¿Eso cuánto es?

—Más de lo que tú andas en un mes.

—Aaaa…

«Marchaba ligera de piernas y alegre de corazón, feliz, a pesar de ser una esclava. Cantaba bellas melodías y los pájaros respondían con sus trinos».

—Y las pájaras…

Le pegué un capón.

—Para una vez que trato de igualar los sexos… —renegó rascándose la cocorota.

«La joven llegó al cauce y comenzó a llenar el cántaro. Algo se movió a su espalda y al darse la vuelta descubrió a una anciana mal vestida y de aspecto frágil.

—Buenos días, niña. ¿Me darías de beber del cántaro, pues no me puedo agachar en busca del agua que ofrece el río?

—¡Claro que sí!

Le acercó el recipiente y la anciana bebió hasta saciarse.

—Gracias. En justo premio a tu bondad voy a concederte un don que va a juego con tu carácter.

Dicho lo cual desapareció.

En realidad, era un hada disfrazada de mendiga.

La joven regresó a casa sin terminar de creer que todo aquello hubiera sucedido.

—¡Ya era hora! —le gritó su enfadada hermana.

—Me he retrasado porque una anciana…

Se detuvo y miró perpleja las flores y diamantes que caían de su boca.

—¡Somos ricas! —exclamó su madre, apresurándose a recoger las gemas del suelo, mientras le daba una colleja a su hija malvada, lo que provocó que el escuchón se rascara la cabeza en acto reflejo —¡Dale conversación a tu hermana!

Pero de todos es sabido que el ser humano es codicioso y la buena mujer decidió que tener dos gallinas de los huevos de oro siempre sería mejor que poseer una sola.

—Coge el cántaro y ve a por agua —ordenó a su hija menos agraciada y ella obedeció, aunque no pensaba compartir las riquezas con otra persona.

En cuanto el hada me ofrezca el don me marcharé y nadie vivirá a mi costa.

Al llegar se encontró con una mujer muy bien vestida.

—¿Dónde está la vieja que concede deseos?

—No he visto a ninguna ”vieja” por aquí —explicó la señora en tono dulce— ¿Me darías agua de tu cántaro?

—¡Claro que no! Agáchate y bebe del río, que yo no soy la esclava de nadie.

La señora desapareció y la joven maleducada comprendió que había perdido la oportunidad de conseguir el deseo, pues la otrora anciana mal vestida se había convertido en esta elegante mujer.

Se alzó de hombros y regresó a casa.

Madre tendrá que conformarse con una sola gallina.

—¿Cómo te ha ido?

—Mal. El hada no ha querido concederme sus favores.

Se equivocaba, aunque en este caso lo que expulsaba por la boca eran sapos y culebras, en consonancia con su mal carácter.

Dicen que llegó a oídos del rey que una bella joven era una joyería andante y envió a su hijo para que la desposara. Se casaron y fueron felices, aunque ella debía de estar calladita cada vez que retozaban, por miedo a dejarlo tuerto de un diamantazo».

—Me ha engañado, maestro. Este cuento es como los demás. Sale un príncipe guaperas y una fregona aupada al estrellato por hada madrina —protestó el muchachote italiano.

—Qué no… Espera al final.

«La vida en el reino continuó igual de feliz para los que mandaban.

El rey llenó dos cofres con las riquezas que le otorgaba su nuera, pero el pueblo siguió pasando hambre, pues nada compartió con las buenas gentes. Acabaron revelándose contra tanta injusticia y hubo una revolución. Les cortaron a todos el pescuezo, princesita diamantosa incluida, y saquearon el palacio. Se repartieron los diamantes almacenados, sin percatarse de que habían liquidado a la principal suministradora.

La hermana malvada corrió mejor suerte. Montó una sapo factoría, pues género no le faltaba y se hizo de oro vendiendo pieles de serpientes».

—¡Muchas gracias, maestro!

Giacomo se mostró emocionado y corrió a abrazarme.

—¿Te ha gustado el final?

—¡Mucho! Ya era hora de que ganaran los malos. Se cansa uno de ver finales felices con princesitas ñoñas y príncipes besucones que comen perdices.

—De acuerdo, criatura, pero ahora baja a la tienda antes de que cierren y compra un paquete de ensaimadas.

Lo vi marchar feliz y satisfecho, olvidado ya el mosqueo que llevaba al inicio del cuento, y pensé que en esta vida no hay nada como decirle a la gente lo que quiere oír…


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