En el diálogo entre Sócrates y Eutifrón, emerge una cuestión que sacude los cimientos de la ética: ¿es lo moralmente bueno una creación divina o una verdad independiente? Este dilema no solo pone en tela de juicio la autoridad de los mandatos divinos, sino que nos obliga a replantearnos la naturaleza de la moralidad misma. ¿Podría lo “bueno” existir sin la intervención divina, o es un reflejo de una voluntad superior? Aquí exploraremos esta encrucijada, buscando respuestas que trascienden lo sagrado y lo racional.


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Imágenes DALL-E de OpenAI 

MORALIDAD DIVINA O AUTONOMÍA ÉTICA: EL DESAFÍO DE EUTIFRÓN


El dilema de Eutifrón emerge de uno de los diálogos platónicos donde Sócrates y Eutifrón discuten sobre la naturaleza de la piedad justo antes del juicio de Sócrates. La pregunta fundamental planteada, “¿Es algo moralmente bueno porque Dios lo ordena, o Dios lo ordena porque es moralmente bueno?” apunta a la base misma de la teoría ética y la teología. Este dilema ha formado un punto de inflexión en la discusión sobre el fundamento de la moralidad y si esta es teológicamente determinada o es una entidad independiente de cualquier mandato divino.

En el centro de este debate se encuentra la problemática de la autoridad moral de los mandatos divinos. Si lo moralmente bueno es mandado por Dios simplemente porque Él lo ordena, entonces la moralidad podría ser arbitraria. En este escenario, lo que es “bueno” es bueno únicamente por la voluntad de Dios, lo cual puede llevar a conclusiones moralmente cuestionables y a la posibilidad de que acciones claramente inmorales puedan ser consideradas buenas si así lo decidiera la divinidad. Por ejemplo, si Dios decidiera que la injusticia es buena, bajo este primer criterio, debería ser aceptada como tal por los creyentes.

Por otro lado, si Dios ordena lo que es bueno porque ya es moralmente bueno, entonces la bondad tiene una existencia independiente y pre-existente a cualquier deidad. Esto lleva a la concepción de que las normas morales son universales y no dependientes de un ente divino, lo que permite una moralidad basada en razones más allá de la autoridad teológica. Aquí, la moralidad se percibe como algo que incluso una deidad debe acatar, lo que implica que la bondad de Dios se deriva de su adherencia a un orden moral externo.

El dilema de Eutifrón no solo cuestiona la fuente de la moralidad, sino que también plantea preguntas sobre el poder y la omnipotencia de Dios. Si la moralidad es independiente de Dios, entonces se podría argumentar que hay factores fuera de su control, lo cual cuestiona la noción de un ser supremo omnipotente. Sin embargo, aceptar que Dios es la fuente de la moralidad y que puede cambiarla a voluntad desafía nuestra comprensión de la justicia y la ética como conceptos consistentes y confiables.

Desde una perspectiva filosófica, el dilema de Eutifrón ha inspirado numerosas respuestas y teorías. Algunos teólogos y filósofos proponen que la bondad de Dios y la moralidad son coherentes y complementarias, sugiriendo que lo que Dios ordena es inherentemente bueno porque su naturaleza no puede desviarse de la bondad. Otros, desde perspectivas más secularizadas, consideran que la moralidad debe ser vista a través de un prisma de razonamiento ético independiente de cualquier contexto religioso, fomentando una base más universal y accesible para el entendimiento ético.

El dilema de Eutifrón continúa siendo una cuestión vigente en debates éticos y teológicos. Su relevancia persiste porque toca el corazón de cómo entendemos la moralidad y su origen, ya sea como un mandato divino o como un principio racional y universal. La búsqueda de una resolución a este dilema nos ayuda a profundizar en nuestro entendimiento de qué constituye lo “bueno” y cómo deberíamos vivir nuestras vidas en un contexto moral.


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