En Las Intermitencias de la Muerte, José Saramago nos sumerge en un mundo donde, de repente, la muerte deja de existir. Esta premisa, tan absurda como intrigante, abre paso a una profunda reflexión sobre el valor de la mortalidad y su impacto en la sociedad y el individuo. Sin la muerte, las instituciones tiemblan, las creencias se cuestionan, y surge el caos. A través de su narrativa única, Saramago transforma la muerte en una figura casi humana, explorando temas de existencia, poder, y el sentido de vivir en una danza entre la vida y el fin.


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Imágenes DALL-E de OpenAI 

Análisis de la obra “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago


Las intermitencias de la muerte” de José Saramago es una obra que trasciende los límites del realismo para explorar cuestiones existenciales, filosóficas y sociales de manera única e innovadora. Publicada en 2005, la novela parte de una premisa simple pero inquietante: en una fecha indefinida, en un país sin nombre, las personas simplemente dejan de morir. Con este escenario absurdo y provocador, Saramago investiga qué significa ser mortal, al tiempo que critica instituciones y comportamientos arraigados en la sociedad.

La estructura de la obra se divide en dos partes principales. En la primera, el enfoque está en el impacto social y político de la ausencia de la muerte. En una sociedad donde nadie muere, pronto surgen problemas éticos y económicos. Saramago nos lleva a reflexionar sobre cómo la mortalidad no solo define el sentido de la vida, sino que también sostiene las estructuras sociales, como la religión y el Estado. Al imaginar un mundo donde la muerte deja de existir, revela cómo la humanidad depende de ella para mantener el orden y la cohesión. La Iglesia, por ejemplo, se encuentra en crisis: sin la promesa de la vida eterna, pierde su propósito. La economía, por su parte, entra en colapso, ya que los hospitales y hogares de ancianos se ven desbordados, y la industria funeraria pierde su significado. Saramago, con su ironía mordaz, destaca cómo instituciones aparentemente sólidas se muestran frágiles cuando se enfrentan al absurdo de la inmortalidad.

La segunda parte de la novela adopta un tono más íntimo y filosófico, centrándose en la figura de la propia muerte, personificada como una mujer solitaria y enigmática. Este desplazamiento del enfoque social al personal permite a Saramago explorar la dimensión psicológica y emocional de la muerte. Aquí, la muerte decide escribir una carta a la humanidad, comunicando su regreso, pero con una diferencia: las personas serán avisadas con siete días de anticipación antes de morir. Este detalle humaniza a la figura de la muerte, transformándola en un personaje introspectivo que cuestiona el sentido de su propia existencia. Al involucrarse con un violonchelista que desafía su poder, la muerte experimenta, por primera vez, la impotencia de no poder llevarse a alguien. Esta relación entre la muerte y el hombre profundiza la reflexión de Saramago sobre el deseo de vivir y el miedo a la finitud.

A lo largo de la novela, la muerte se convierte en una metáfora de aquello que nos define como humanos. La existencia de una vida finita da sentido a nuestras acciones, y el propio ciclo de vida y muerte se convierte en una danza inevitable y hermosa. Cuando la muerte intenta vivir y amar, se revela la paradoja de la condición humana: deseamos la eternidad, pero estamos esencialmente definidos por la mortalidad. En su enfoque, Saramago evoca influencias existencialistas, especialmente de Albert Camus, al proponer que la aceptación de la muerte es el único camino para vivir plenamente.

Estilísticamente, Saramago utiliza su característica narrativa, con largos párrafos, diálogos integrados y una puntuación peculiar que desafía la estructura convencional de la prosa. Este estilo refleja el flujo ininterrumpido del pensamiento, exigiendo que el lector se adapte al ritmo de la narrativa y participe así en la construcción del sentido de la obra. La prosa fragmentada y densa es una invitación a involucrarse con la complejidad de las ideas que propone. Es una literatura que exige paciencia y atención, pero que recompensa con profundos insights sobre la condición humana.

Las intermitencias de la muerte es una obra que cuestiona nuestra comprensión sobre la propia existencia y nos desafía a reflexionar sobre la relación entre vida, muerte y sentido. Al confrontarnos con la inmortalidad, Saramago subraya la importancia de nuestra finitud. Al final, es la muerte la que confiere valor a la vida, haciendo que cada momento sea precioso e irrepetible. La crítica a la dependencia de las instituciones y a la fragilidad del ser humano ante lo desconocido no solo es actual, sino universal. Al final, la novela nos recuerda que la aceptación de la mortalidad es el mayor desafío y el mayor privilegio de nuestra existencia.

Saramago, en su prosa lúcida y poética, nos muestra que es preciso amar la vida justamente porque es breve, pues, como él sugiere, tal vez la muerte, en su quietud, solo nos envidie por aquello que nunca podrá tener: el palpitar de la vida.


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