En el estudio de los evangelios canónicos, surge una interrogante fundamental: ¿hasta qué punto pueden considerarse relatos históricos de la vida de Jesús? Redactados varias décadas después de los eventos que describen, estos textos reflejan tanto la tradición oral de una comunidad como las interpretaciones teológicas adaptadas a contextos cambiantes y a las necesidades de las primeras comunidades cristianas. Este análisis busca comprender cómo el paso del tiempo y las influencias culturales moldearon la figura de Jesús en las narrativas evangélicas.
El CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES


Imágenes DALL-E de OpenAI
La transmisión tardía de los evangelios y su impacto en la historicidad de Jesús
La redacción de los evangelios canónicos —los textos que constituyen el núcleo de la tradición cristiana en torno a la figura de Jesús— ocurrió varias décadas después de los eventos que narran. Este desfase temporal, que para el evangelio de Marcos se estima en al menos cuarenta años después de la supuesta crucifixión de Jesús, y para los evangelios de Mateo, Lucas y Juan en algunos casos podría superar los setenta años, plantea interrogantes fundamentales sobre la fiabilidad histórica de los relatos. La distancia cronológica entre los eventos y su narración escrita sugiere que los evangelios, más que documentos contemporáneos que registran testimonios directos, representan reconstrucciones tardías de una tradición oral compleja y cambiante.
En la época del Imperio Romano, la esperanza de vida promedio era considerablemente baja, situándose entre los treinta y los cuarenta años para la mayoría de la población, debido a factores como las enfermedades, la desnutrición y la violencia política. En este contexto, es altamente improbable que los testigos oculares de los eventos de la vida de Jesús estuvieran vivos en las décadas posteriores para corroborar, refutar o matizar los relatos que aparecen en los evangelios. Incluso si algunos de estos testigos hubieran sobrevivido, la transmisión de información en sociedades mayoritariamente analfabetas dependía de la tradición oral, un medio que, aunque poderoso para conservar ciertos elementos narrativos, está sujeto a transformaciones, adiciones y omisiones con cada repetición y transmisión generacional. Este fenómeno, conocido como “plasticidad narrativa,” es fundamental para comprender cómo una figura histórica puede convertirse, a través de relatos posteriores, en un símbolo religioso, moral y político.
El evangelio de Marcos, considerado por la mayoría de los estudiosos como el más antiguo de los evangelios canónicos, fue probablemente escrito en algún momento después del año 70 d.C., tras la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos. Este evento traumático tuvo un impacto profundo en la comunidad judía y en los primeros cristianos, quienes interpretaron la caída del Templo como una señal apocalíptica o como una confirmación de la relevancia de Jesús en el plan divino. La fecha de composición de Marcos, en un contexto de persecución y crisis, implica que la narrativa sobre Jesús pudo haber sido moldeada no solo por recuerdos o tradiciones de aquellos que lo conocieron, sino por las ansiedades y esperanzas de una comunidad que intentaba encontrar sentido en un mundo cada vez más hostil. El relato de Marcos enfatiza el sufrimiento y la pasión de Jesús, elementos que habrían resonado profundamente con una comunidad que también se sentía perseguida y marginada.
Los evangelios de Mateo y Lucas, escritos probablemente entre el 80 y el 90 d.C., presentan una versión más desarrollada y teológica de la vida de Jesús. Estos evangelios incorporan material del evangelio de Marcos, pero también introducen nuevas narrativas y detalles que reflejan intereses específicos de sus comunidades. Mateo, por ejemplo, subraya la conexión de Jesús con las profecías del Antiguo Testamento, un recurso literario y teológico que habría resonado particularmente con una audiencia judía. Por su parte, Lucas presenta a Jesús como un reformador social, alguien que presta especial atención a los marginados y los pobres, un enfoque que sugiere una orientación hacia una audiencia gentil o mixta. La incorporación de estos elementos no solo amplía la figura de Jesús, sino que también refleja las necesidades de las comunidades que buscaban en él una fuente de identidad y dirección en un mundo que no siempre les era favorable.
El evangelio de Juan, el último de los evangelios canónicos y el más teológicamente complejo, fue probablemente redactado hacia finales del siglo I o incluso a principios del siglo II. Este evangelio presenta a Jesús en términos casi místicos, subrayando su divinidad de una manera más explícita que los otros evangelios. El autor de Juan utiliza un lenguaje y una estructura literaria que se alejan considerablemente de los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), y parece estar respondiendo a debates internos de la comunidad cristiana, así como a controversias con otras tradiciones religiosas, como el judaísmo y el gnosticismo. La figura de Jesús en Juan es tanto un maestro espiritual como una manifestación directa de Dios, una imagen que habría sido significativa en una época en la que el cristianismo estaba en plena expansión y en búsqueda de una identidad clara frente a otras corrientes religiosas y filosóficas del mundo grecorromano.
El intervalo de tiempo entre los eventos de la vida de Jesús y la redacción de los evangelios también plantea preguntas sobre las fuentes utilizadas por los evangelistas. Aunque algunos estudiosos han propuesto la existencia de fuentes escritas previas, como el hipotético documento Q, un texto que contendría dichos de Jesús compartidos por Mateo y Lucas, la evidencia de tales textos es indirecta y se basa en análisis literarios y comparativos. En ausencia de fuentes documentales contemporáneas, los evangelios parecen depender de tradiciones orales y de interpretaciones teológicas, lo que añade una capa de subjetividad a las narrativas. Además, la presencia de contradicciones y diferencias en los relatos de los evangelios —como las variaciones en los relatos de la resurrección o los distintos énfasis en los milagros— sugiere que cada evangelista no solo estaba recogiendo una tradición, sino también reinterpretándola y adaptándola a las necesidades y creencias de su comunidad específica.
En este sentido, los evangelios no pueden entenderse simplemente como biografías de Jesús en el sentido moderno del término, sino más bien como documentos teológicos y literarios que buscan transmitir una verdad espiritual y moral a través de una narrativa histórica. Esta dimensión simbólica y teológica es particularmente relevante para comprender el papel de los evangelios en la formación de la identidad cristiana. Los primeros cristianos no solo buscaban recordar a Jesús como un personaje histórico, sino también presentar una figura que inspirara y guiara la vida de sus seguidores en un mundo hostil. Los relatos sobre Jesús, su vida y sus enseñanzas no solo respondían a la necesidad de preservar la memoria de un líder carismático, sino también de ofrecer una guía moral y espiritual para comunidades que, en muchos casos, enfrentaban persecuciones, conflictos internos y desafíos de identidad.
La distancia temporal entre los eventos originales y la redacción de los evangelios, por lo tanto, no debe verse únicamente como un obstáculo para la veracidad histórica, sino también como un testimonio de la adaptabilidad y la resiliencia de la tradición cristiana. Los evangelios reflejan tanto la memoria colectiva de una comunidad como su capacidad de transformación y reinterpretación. En lugar de proporcionar una fotografía exacta de la vida de Jesús, los evangelios ofrecen una visión dinámica y evolutiva de una figura que, a través de los siglos, ha continuado inspirando, desafiando y transformando a sus seguidores.
Esta comprensión de los evangelios, no solo como documentos históricos, sino como artefactos culturales que revelan las complejidades de la transmisión de la memoria en el contexto de comunidades en constante cambio, es esencial para cualquier análisis profundo de la figura de Jesús y del impacto duradero de su legado.
Así pues, los evangelios llevan los nombres de Marcos, Mateo, Lucas y Juan porque, según la tradición cristiana, se creía que estos textos recogían las enseñanzas y vivencias de Jesús transmitidas por estos apóstoles o por sus cercanos. Sin embargo, estudios modernos indican que los evangelios fueron escritos entre el año 70 y el 100 d.C., posiblemente por seguidores de las primeras comunidades cristianas, y no por los propios apóstoles. Al asignarles nombres conocidos, se buscaba darles autoridad y legitimidad, reforzando la conexión con quienes fueron discípulos directos de Jesús o figuras cercanas a él.
El CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES
#HistoricidadDeJesús
#EvangeliosCanónicos
#TransmisiónOral
#EstudiosBíblicos
#HistoriaDelCristianismo
#EvangelioDeMarcos
#AnálisisTeológico
#JesúsHistórico
#FeYHistoria
#InvestigaciónBíblica
#TradiciónCristiana
Descubre más desde REVISTA LITERARIA EL CANDELABRO
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

¡Salud!
En relación al texto: “los evangelios llevan los nombres de Marcos, Mateo, Lucas y Juan porque, según la tradición cristiana, se creía que estos textos recogían las enseñanzas y vivencias de Jesús transmitidas por estos apóstoles o por sus cercanos”…
Constatar que solo Mateo y Juan pudieron considerarse “apóstoles” (yo prefiero llamarlos apéstoles pues no solo ninguno lo siguió, sino que tergiversaron seriamente su seguimiento). Ni Lucas ni Marcos conocieron directamente a Jesús (tampoco Pablo, Saulo de Tarso) y Juan era un crío que no tenía ni siquiera capacidad mental para entenderlo, lo idealizó, idolizó e idolatró, lo endiosó y se creó un mundo de pura fantasía alrededor (que continúa con su Livro De La Alucinación o LasPocasPepsis) . Es algo evidente si se leen las 4 crónicas seguidas. Del escrito (herbangelio) de Juan solo se pueden salvar 11 extractos, el resto es para tirarlo a la basura.
1. las bodas de Caná (Jn 2, 1-12);
2. Nicodemo (Jn 3, 1-13);
3. la samaritana (Jn 4, 1-40);
4. el hijo del funcionario (Jn 4, 43-54);
5. los discípulos que dejan de seguir a Jesús (Jn 6, 60-66);
6. la mujer que iban a lapidar por cometer adulterio ella solita (Jn 8, 1-11);
7. la verdad os hará libres (Jn 8, 32);
8. la lavada de pies (Jn 13, 5);
9. el nuevo mandamiento (Jn 13, 34-35);
10. la oreja se llama Malco y Simón Pedro la espada (Jn 18, 10);
11. en casa de Anás (Jn 18, 13-24).
El resto es pura tonteología o el retrato de un psicópata en el caso de la resurrección de Lázaro (Jn 11), pues Jesús es insensible al dolor de la familia de us supuesto amigo y manipula las circunstancias para hacer milagrismo.
¡Salud!
En relación al texto: «los evangelios llevan los nombres de Marcos, Mateo, Lucas y Juan porque, según la tradición cristiana, se creía que estos textos recogían las enseñanzas y vivencias de Jesús transmitidas por estos apóstoles o por sus cercanos»…
Constatar que solo Mateo y Juan pudieron considerarse «apóstoles» (yo prefiero llamarlos “apéstoles” pues no solo ninguno lo siguió, sino que tergiversaron seriamente su seguimiento, no tanto los dichos de Jesús que se nota que atesoraron, la mayor parte de las veces sin entenderlos como lo que Jesús le dijo al joven rico que es la clave de su camino y propuesta: Mt 19, 16-24; Mc 10, 17-25; Lc 18, 18-25).
Ni Lucas ni Marcos conocieron directamente a Jesús (tampoco Pablo, Saulo de Tarso) y Juan era un crío que no tenía ni siquiera capacidad mental para entenderlo (no es que no lo entendiera, nadie lo hizo, sino que ni siquiera era capaz de entenderlo) , lo idealizó, idolizó e idolatró, lo endiosó y se creó un mundo de pura fantasía alrededor (que continúa con su Libro De La Alucinación o LasPocasPepsis). Es algo evidente si se leen las 4 crónicas seguidas.
Del escrito (del “herbangelio”) de Juan solo se pueden salvar 11 extractos, el resto es como para tirarlo directamente a la basura:
1. las bodas de Caná (Jn 2, 1-12);
2. Nicodemo (Jn 3, 1-13);
3. la samaritana (Jn 4, 1-40);
4. el hijo del funcionario (Jn 4, 43-54);
5. los discípulos que dejan de seguir a Jesús (Jn 6, 60-66);
6. la mujer que iban a lapidar por cometer adulterio ella solita (Jn 8, 1-11);
7. la verdad os hará libres (Jn 8, 32);
8. la lavada de pies (Jn 13, 5);
9. el nuevo mandamiento (Jn 13, 34-35);
10. la oreja se llama Malco y Simón Pedro la espada (Jn 18, 10);
11. en casa de Anás (Jn 18, 13-24).
El resto es pura tonteología (diarreas mentales infumables) o el retrato de un sociópata con trazas de psicópata en el caso de la resurrección de Lázaro (Jn 11), pues Jesús es insensible al dolor de la familia de su supuesto “amigo” y manipula las circunstancias para hacer pirotecnia y milagrismo.
Léetelo atentamente y lo comprobarás.
He repetido el comentario para mejorarlo (corregirlo) e identificarme.
Gracias por su comentario