En un vasto desierto donde las balas se cruzan con el misticismo y los duelos son pruebas del alma, El Topo emerge como una obra única que desafía las reglas del cine convencional. Alejandro Jodorowsky nos invita a un viaje en espiral, donde cada paso hacia la iluminación está lleno de simbolismos y verdades ocultas. Esta película no es solo un relato, sino una experiencia: un espejo distorsionado que refleja nuestras luchas internas, el peso del ego y la búsqueda de redención. Aquí, nada es lo que parece.
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El Topo: Una Alegoría del Despertar Espiritual y la Condición Humana
La obra cinematográfica El Topo (1970), dirigida, escrita y protagonizada por Alejandro Jodorowsky, es mucho más que una película; es una experiencia transformadora que se adentra en los rincones más oscuros del alma humana y los expone bajo la luz cegadora del simbolismo, la filosofía y el misticismo. Este western surrealista, considerado por muchos una obra de culto, trasciende las convenciones narrativas para convertirse en una meditación visual sobre el autoconocimiento, la espiritualidad y el enfrentamiento con los demonios internos. En esta travesía metafísica, el pistolero que da nombre al filme se convierte en el espejo de nuestras propias luchas existenciales, invitándonos a reflexionar sobre el significado de la vida, la redención y la liberación espiritual.
Desde su primera escena, la película establece un tono simbólico y cargado de significado. El Topo, un pistolero solitario, cabalga por el desierto acompañado de su hijo desnudo, al que obliga a enterrar su oso de peluche, diciéndole: “Has dejado de ser un niño, entierra tu oso de peluche.” Este acto, que en apariencia parece un gesto crudo, está impregnado de una poderosa simbología: el desapego del pasado, la muerte de la infancia y la necesidad de evolución constante para trascender en la vida. Jodorowsky plantea desde el inicio que la existencia humana es un viaje, no una mera sucesión de eventos lineales, sino un espiral que conduce hacia el centro de uno mismo, donde habita la verdad.
La estructura de El Topo es la de una búsqueda iniciática, articulada en dos grandes movimientos: el viaje exterior, representado por el enfrentamiento con los cuatro maestros del desierto, y el viaje interior, que culmina en la transformación espiritual del protagonista. En su primer acto, la película despliega una narrativa que, aunque anclada en la iconografía del western, se despoja rápidamente de los clichés del género para adentrarse en el terreno de lo filosófico. Cada maestro que el Topo encuentra en el desierto no es un simple adversario, sino una encarnación de los distintos aspectos de la conciencia humana: el consciente, el inconsciente, el subconsciente y, finalmente, el ego.
El primer maestro, un ser andrógino que declara: “No busco ganar, sino encontrar mi dominio,” introduce al Topo en la filosofía del fluir y la aceptación. Al afirmar que “no me resisto a las balas, dejo que penetren los vacíos que hay en mi carne,” este maestro revela una profunda verdad espiritual: la resistencia al cambio es la raíz del sufrimiento, y sólo aceptando lo inevitable se puede alcanzar la paz interior. Sin embargo, el Topo, aún atrapado en su mentalidad de pistolero, lo derrota con trampa, incapaz de comprender plenamente la lección que este encuentro le ofrece. Este patrón se repite en los enfrentamientos posteriores, donde el Topo vence a los maestros, pero lo hace desde el ego y la manipulación, reflejando su incapacidad para trascender sus propias limitaciones.
El segundo maestro, un ermitaño, profundiza en la exploración del amor y el desapego, diciéndole al Topo: “Para encontrarse, hay que perderse y para perderse hay que saber amar. Tú no amas, tú rompes, y cuando crees que das, realmente estás tomando.” Esta afirmación señala la trampa del ego, que confunde el amor con la posesión y la generosidad con el deseo de reconocimiento. El ermitaño, al afirmar que dispara para desaparecer, se posiciona como un contraste directo al Topo, que dispara para afirmarse, para encontrar un sentido de identidad que le es esquivo. En este encuentro, Jodorowsky introduce uno de los temas centrales de la película: el amor como fuerza transformadora, pero también como prueba definitiva para la trascendencia.
El tercer maestro, al que el Topo encuentra siguiendo a un conejo blanco —una clara referencia a Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll—, introduce una nueva dimensión a la búsqueda: el conflicto entre la razón y el corazón. Este maestro le dice: “La diferencia entre tú y yo es que tú disparas a la cabeza, y yo disparo al corazón. Ahora cambia de lugar la cabeza y el corazón en ti.” Aquí, la película señala la necesidad de equilibrar la lógica y la emoción, de permitir que el corazón, como símbolo de la intuición y la empatía, guíe las acciones humanas. Una vez más, el Topo vence al maestro con trampa, evidenciando su resistencia al cambio y su apego a los viejos patrones de conducta.
El enfrentamiento con el cuarto maestro es el clímax de la primera parte de la película. Este maestro, un anciano sabio que carece de armas, desarma al Topo con su desapego absoluto, diciéndole: “¿Cómo piensas combatir conmigo si yo no tengo revolver? ¿Qué pretendes quitarme si no tengo nada?” Al final, el maestro se quita la vida, dejando al Topo derrotado no por la fuerza, sino por la realización de que toda su búsqueda ha sido una ilusión, una proyección de su propio ego. Esta revelación desgarra al protagonista, sumiéndolo en una crisis existencial que lo lleva a confrontar la monstruosidad de su propio ser. Es aquí donde la película cambia de rumbo, pasando del viaje exterior al viaje interior.
La segunda parte de El Topo se desarrolla en una caverna, donde el protagonista despierta tras haber sido traicionado y dado por muerto. Aquí, Jodorowsky introduce una poderosa alegoría basada en “La alegoría de la caverna” de Platón, donde los habitantes de la caverna representan a la humanidad, encadenada a las sombras de la ignorancia. El Topo, ahora transformado físicamente —su cabello ha sido cortado y viste una túnica budista—, asume el papel de redentor, prometiendo liberar a los habitantes de su encierro. Este acto marca el punto de inflexión en su viaje: de ser un pistolero egocéntrico, se convierte en un maestro espiritual, dedicado al servicio de los demás.
Sin embargo, la liberación no llega sin sacrificio. Cuando el Topo logra cavar el túnel y liberar a los habitantes de la caverna, estos son masacrados por una secta que controla el pueblo cercano. Aquí, Jodorowsky realiza una crítica mordaz a las estructuras de poder, representadas por la secta, cuyo símbolo, un triángulo con un ojo, alude a los Illuminati y otras organizaciones de control. En este contexto, la violencia del Topo, ahora dirigida contra los opresores, se presenta como un acto de justicia, pero también como un último vestigio de su antigua identidad.
El sacrificio final del Topo, que se inmola rodeado de miel y abejas, cierra el círculo narrativo de la película. La miel, utilizada en rituales espirituales para honrar lo sagrado, simboliza la purificación y la conexión con lo divino. En este acto, el Topo trasciende finalmente su ego, convirtiéndose en un símbolo de transformación y redención.
El Topo es, en última instancia, una obra profundamente espiritual que trasciende su medio para convertirse en una experiencia filosófica y mística. Cada imagen, diálogo y símbolo está diseñado para desafiar al espectador, para empujarlo a mirar más allá de la superficie y enfrentarse a las preguntas fundamentales de la existencia. Jodorowsky nos invita a abandonar nuestras certezas, a enfrentarnos a nuestras sombras y a embarcarnos en nuestro propio viaje de autodescubrimiento.
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