Entre las páginas de la literatura universal, pocos imaginan que el genio detrás de Ulises escondía un lado tan íntimo como incendiario. Las cartas eróticas de James Joyce a Nora Barnacle no solo revelan una conexión apasionada, sino también el alma de un hombre que combinaba lo sublime con lo carnal. En ellas, las palabras vibran entre poesía y deseo, transformando el acto de escribir en un terreno donde el amor, el erotismo y la creatividad literaria se entrelazan sin pudor ni reservas.
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James Joyce: carta erótica a Nora Barnacle
James Joyce (1882 – 1941) es uno de los escritores más importantes en la historia de la literatura. Su obra más conocida es Ulises, una novela experimental y bastante extensa en la que se abordan temas complejos y se combinan estructuras narrativas de otros géneros, como el teatro. El mismo autor declaraba que había escrito dicha obra para mantener ocupados a los críticos durante 300 años.
No obstante, su literatura no puede reducirse a su narrativa profesional, sino también a su escritura personal, puesto que se descubrieron cartas que fueron enviadas a su pareja Nora Barnacle. En esta correspondencia lo que llama la atención no es su técnica ni su estructura, sino su contenido, porque se puede conocer a un James Joyce con filias, fetiches y un lenguaje altamente erótico. Asimismo, es posible saber que Nora disfrutaba de las cartas, ya que ambos tenían conversaciones acaloradas y muy específicas.
Es necesario aclarar que esta correspondencia no era pensada para un público, sino para llevar una comunicación continua entre dos personas que disfrutaban su amor y su sexualidad.
La Carta
2 de diciembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín
Querida mía, quizás debo comenzar pidiéndote perdón por la increíble carta que te escribí anoche. Mientras la escribía tu carta reposaba junto a mí, y mis ojos estaban fijos, como aún ahora lo están, en cierta palabra escrita en ella. Hay algo de obsceno y lascivo en el aspecto mismo de las cartas. También su sonido es como el acto mismo, breve, brutal, irresistible y diabólico. Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el hermoso nombre que te di. ¡Si, querida, “mi hermosa flor silvestre de los setos” es un lindo nombre! ¡Mi flor azul oscuro, empapada por la lluvia! Como ves, tengo todavía algo de poeta. También te regalaré un hermoso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay también una bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa de él, cada uno de sus actos y olores. Mi amor por ti me permite rogar al espíritu de la belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos o derribarte debajo de mí, sobre tus suaves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta a una puerca, glorificado en la sincera peste que asciende de tu trasero, glorificado en la descubierta vergüenza de tu vestido vuelto hacia arriba y en tus bragas blancas de muchacha y en la confusión de tus mejillas sonrosadas y tu cabello revuelto. Esto me permite estallar en lágrimas de piedad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde o cadencia musical o acostarme con la cabeza en los pies, rabo con rabo, sintiendo tus dedos acariciar y cosquillear mis testículos o sentirte frotar tu trasero contra mí y tus labios ardientes chupar mi pene mientras mi cabeza se abre paso entre tus rollizos muslos y mis manos atraen la acojinada curva de tus nalgas y mi lengua lame vorazmente tu sexo rojo y espeso. He pensado en ti casi hasta el desfallecimiento al oír mi voz cantando o murmurando para tu alma la tristeza, la pasión y el misterio de la vida y al mismo tiempo he pensado en ti haciéndome gestos sucios con los labios y con la lengua, provocándome con ruidos y caricias obscenas y haciendo delante de mí el más sucio y vergonzoso acto del cuerpo. ¿Te acuerdas del día en que te alzaste la ropa y me dejaste acostarme debajo de ti para ver cómo lo hacías? Después quedaste avergonzada hasta para mirarme a los ojos.
¡Eres mía, querida, eres mía! Te amo. Todo lo que escribí arriba es sólo un momento o dos de brutal locura! La última gota de semen ha sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo termine y mi verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de mis ojos, por tus extrañamente tentadores ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aromas. Mi pene está todavía tieso, caliente y estremecida tras la última, brutal embestida que te ha dado cuando se oye levantarse un himno tenue, de piadoso y tierno culto en tu honor, desde los oscuros claustros de mi corazón.
Nora, mi fiel querida, mi pícara colegiala de ojos dulces, sé mi puta, mi amante, todo lo que quieras (¡mi pequeña pajera amante! ¡mi puta adorada!) eres siempre mi hermosa flor silvestre de los setos, mi flor azul oscuro empapada por la lluvia.
JIM
Breve Reseña Biografíca de James Joyce

James Joyce (1882-1941), escritor irlandés, nació en Dublín en el seno de una familia católica que enfrentó constantes dificultades económicas debido a los hábitos de despilfarro de su padre, John Stanislaus Joyce. A pesar de esto, Joyce tuvo una educación privilegiada en instituciones jesuitas, lo que moldeó tanto su pensamiento como su rebeldía ante las tradiciones religiosas. Desde joven, mostró una inteligencia sobresaliente y un espíritu crítico, alejándose de la fe que marcó su infancia. En su vida íntima, Joyce destacó por su compleja relación con su tierra natal: aunque nunca dejó de explorarla en sus escritos, vivió gran parte de su vida fuera de Irlanda, viajando por ciudades como Trieste, Zúrich y París, acompañado siempre por Nora Barnacle, su compañera de toda la vida, con quien tuvo dos hijos.
A pesar de sus éxitos literarios, la vida personal de Joyce estuvo marcada por múltiples desafíos. Su hija Lucia enfrentó problemas de salud mental, lo que causó una gran preocupación en el autor, quien intentó múltiples tratamientos sin éxito. Además, su salud se deterioró progresivamente debido a problemas oculares que lo llevaron a varias cirugías y períodos de casi ceguera. Joyce fue conocido por su carácter reservado y obsesivo, rasgos que se reflejaban en su dedicación al detalle en la escritura, pero también por su pasión por la música y su capacidad para atraer a un círculo de amigos intelectuales. A lo largo de su vida, Joyce buscó equilibrar su genio creativo con las complejidades de sus relaciones familiares y su lugar como expatriado en la Europa del siglo XX.
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