En un mundo donde la moralidad a menudo se mide en términos humanos, surge una pregunta incómoda: ¿y los animales? Más allá de la tradición y la costumbre, el verdadero desafío ético no radica en su utilidad para nosotros, sino en su capacidad de sentir. Imaginar un sistema de justicia que no solo contemple a quienes hablan y razonan, sino también a quienes sufren en silencio, obliga a repensar los cimientos mismos de nuestra relación con otras especies.


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Imágenes DALL-E de OpenAI 
"Sería ciertamente muy de desear que algún moralista benéfico tomase los animales bajo su protección y revindicase sus derechos a la protección de las leyes y a la simpatía de los hombres virtuosos. Tal vez sea prematuro semejante deseo hoy en día en que una porción considerable de la raza humana está excluida todavía del ejercicio de la beneficencia y tratada como animales inferiores; no como personas, sino como cosas. Es verdad que los animales no gozan sino de un poder de acción muy limitado sobre la especie humana (...) Nosotros les quitamos la vida y en esto tal vez somos justificables; la suma de sus sufrimientos no iguala a la de nuestros goces: el bien excede al mal. ¿Pero a qué fin atormentarlos? ¿A qué fin ponerlos en tortura? Difícil será dar la razón por la que hayan de ser excluidos de la protección de la ley. La verdadera cuestión es: ¿Son susceptibles de sufrimientos? ¿Puédeseles comunicar placer? ¿Quién se encargará de tirar la línea de demarcación que separa los diversos grados de la vida animal, comenzando por el hombre y descendiendo de uno a otro hasta la más humilde criatura capaz de distinguir el sufrimiento del goce? ¿Deberá establecerse la distinción por la facultad de la razón o de la palabra? Pero un caballo o un perro son sin comparación seres más racionales y compañeros más sociales que un niño de un día, de una semana o un mes. Y aún suponiendo que no fuese así ¿qué consecuencia sacaríamos? La cuestión no es: ¿Pueden raciocinar? ¿Pueden hablar? Sino: ¿Pueden sufrir?". 

Bentham, Jeremy, Deontología o Ciencia de la Moral.

Jeremy Bentham y la cuestión de los derechos de los animales: una reflexión ética y jurídica


El pensamiento de Jeremy Bentham, filósofo, jurista y economista inglés del siglo XVIII, ha dejado una huella profunda en la historia de la filosofía moral y política. Su enfoque utilitarista, centrado en la maximización de la felicidad y la minimización del sufrimiento, no solo revolucionó la manera en que se conciben las leyes y las instituciones sociales, sino que también sentó las bases para una reflexión ética sobre el trato que los seres humanos dispensamos a los animales. En su obra Deontología o Ciencia de la Moral, Bentham aborda de manera pionera la cuestión de los derechos de los animales, planteando un argumento que, aunque formulado en el contexto de su época, sigue siendo relevante en el debate contemporáneo sobre la ética animal. Su reflexión no solo cuestiona la moralidad de las prácticas humanas hacia los animales, sino que también invita a reconsiderar los fundamentos mismos de la justicia y la compasión.

Bentham parte de una premisa fundamental: la capacidad de sufrir. Para él, esta capacidad es el criterio decisivo para determinar si un ser debe ser objeto de consideración moral y protección legal. En su famosa frase, “la cuestión no es: ¿Pueden razonar? ¿Pueden hablar? Sino: ¿Pueden sufrir?”, Bentham desmonta los argumentos tradicionales que justificaban la exclusión de los animales de la esfera moral y jurídica. Estos argumentos, basados en la supuesta superioridad humana por la posesión de razón o lenguaje, son, según Bentham, insuficientes y arbitrarios. Un caballo o un perro, señala, pueden ser más racionales y sociables que un bebé recién nacido, y sin embargo, no se duda en reconocer los derechos de este último. La verdadera línea divisoria, por tanto, no debe trazarse en función de capacidades cognitivas o lingüísticas, sino en función de la capacidad de experimentar placer y dolor.

Este enfoque tiene implicaciones profundas. En primer lugar, desafía la noción de que los animales son meras “cosas” o “propiedades” al servicio de los seres humanos. Bentham reconoce que, aunque los humanos podemos justificar el uso de animales para ciertos fines (como la alimentación), esto no implica que tengamos derecho a infligirles sufrimientos innecesarios. La tortura, el maltrato y la explotación gratuita de los animales son, desde esta perspectiva, moralmente reprobables. Bentham no aboga necesariamente por la abolición de todas las formas de uso animal, pero sí insiste en que estas prácticas deben estar reguladas por principios de compasión y justicia. En este sentido, su pensamiento anticipa algunas de las ideas centrales del movimiento moderno por los derechos de los animales, que busca equilibrar las necesidades humanas con el respeto hacia otras formas de vida.

Además, Bentham cuestiona la idea de que la protección de los animales sea un lujo o una preocupación secundaria en comparación con los problemas humanos. En su época, como hoy, muchas personas argumentaban que, mientras haya seres humanos sufriendo, no tiene sentido preocuparse por los animales. Bentham rechaza esta dicotomía. Para él, la compasión no es un recurso escaso que deba ser asignado de manera excluyente. Al contrario, la capacidad de sentir empatía hacia los animales puede ser un reflejo de una sociedad más justa y benevolente en su conjunto. Si tratamos a los animales con crueldad, es probable que también seamos indiferentes al sufrimiento humano. Por tanto, la protección de los animales no es solo un fin en sí mismo, sino también un medio para fomentar una cultura de respeto y solidaridad.

El pensamiento de Bentham también tiene implicaciones jurídicas. En su época, los animales carecían de cualquier tipo de protección legal, y su estatus era similar al de los objetos inanimados. Bentham propone que esto debe cambiar. Si los animales son capaces de sufrir, entonces deben ser incluidos en el ámbito de la ley, no como sujetos de derechos en el mismo sentido que los humanos, pero sí como seres dignos de consideración moral y protección. Esta idea ha influido en el desarrollo de leyes de bienestar animal en muchos países, que buscan regular el trato que los humanos dispensamos a los animales en contextos como la agricultura, la experimentación científica y el entretenimiento. Aunque estas leyes distan de ser perfectas, representan un avance significativo en la dirección que Bentham vislumbró.

Sin embargo, el enfoque de Bentham no está exento de críticas. Algunos filósofos han argumentado que su utilitarismo es insuficiente para garantizar los derechos de los animales, ya que permite que el sufrimiento animal sea justificado si conduce a un mayor bienestar humano. Otros han señalado que su énfasis en la capacidad de sufrir puede llevar a descuidar otros aspectos importantes, como la autonomía o la vida en sí misma. Por ejemplo, desde una perspectiva deontológica, se podría argumentar que los animales tienen derechos intrínsecos que no dependen de su capacidad para sufrir o disfrutar. Estas críticas han dado lugar a enfoques alternativos, como el de Tom Regan, quien defiende que los animales son “sujetos de una vida” y, por tanto, merecen respeto independientemente de su utilidad para los humanos.

A pesar de estas críticas, el legado de Bentham sigue siendo fundamental. Su insistencia en que la capacidad de sufrir es el criterio moral decisivo ha influido no solo en el movimiento por los derechos de los animales, sino también en la filosofía moral en general. Su enfoque utilitarista ha sido ampliado y reformulado por pensadores como Peter Singer, quien en su obra Liberación Animal retoma y desarrolla muchas de las ideas de Bentham. Singer argumenta que el especismo, es decir, la discriminación basada en la pertenencia a una especie, es tan injustificable como el racismo o el sexismo. Desde esta perspectiva, el trato que damos a los animales no es solo una cuestión de compasión, sino también de justicia.

En el contexto actual, el pensamiento de Bentham adquiere una nueva urgencia. La industrialización de la agricultura, la experimentación con animales y la destrucción de hábitats naturales han llevado a niveles de sufrimiento animal sin precedentes. Al mismo tiempo, el creciente reconocimiento de la inteligencia y la sensibilidad de los animales ha puesto en evidencia la insuficiencia de nuestras leyes y prácticas. Bentham nos invita a repensar nuestra relación con los animales no desde una perspectiva de superioridad, sino desde una de empatía y responsabilidad. Su pregunta fundamental —¿pueden sufrir?— sigue resonando como un llamado a la reflexión y a la acción.

En última instancia, la contribución de Bentham no se limita a la cuestión de los derechos de los animales. Su pensamiento nos desafía a ampliar los límites de nuestra compasión y a cuestionar las jerarquías arbitrarias que hemos establecido entre los seres vivos. En un mundo cada vez más interconectado, donde las acciones humanas tienen consecuencias globales, esta reflexión es más necesaria que nunca.

Bentham nos recuerda que la verdadera moralidad no consiste en proteger solo a aquellos que son como nosotros, sino en reconocer y aliviar el sufrimiento allí donde se encuentre.


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