En La trepadora, Rómulo Gallegos disecciona la lucha entre ambición y moral en una Venezuela en transformación. A través de Hilario Guanipa, un hombre consumido por el deseo de ascenso social, y su hija Victoria, símbolo de resistencia y autenticidad, la novela explora el choque entre tradición y modernidad, campo y ciudad. Con una prosa cargada de simbolismo, Gallegos nos confronta con una pregunta esencial: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por el progreso?


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La trepadora – Rómulo Gallegos: Una exploración de la identidad, el progreso y la moral en la Venezuela del siglo XX


Rómulo Gallegos, uno de los escritores más emblemáticos de la literatura venezolana y latinoamericana, nos legó en La trepadora (1925) una obra que trasciende el mero relato para convertirse en un profundo análisis de las tensiones sociales, morales y culturales de su época. A través de la historia de Hilario Guanipa, un hombre obsesionado con el ascenso social, y su hija Victoria, Gallegos construye un universo narrativo que refleja las contradicciones de una Venezuela en plena transformación, marcada por el choque entre tradición y modernidad, entre el campo y la ciudad, y entre la ética y la ambición desmedida. Esta novela, aunque menos conocida que Doña Bárbara, es igualmente significativa en el corpus literario de Gallegos, pues aborda temas universales como la identidad, el progreso y la moral, siempre anclados en el contexto específico de una nación en busca de su destino.

Desde el inicio, La trepadora se presenta como una crítica mordaz a la obsesión por el ascenso social, encarnada en la figura de Hilario Guanipa. Este personaje, cuyo nombre evoca la idea de “guano” (desecho), simboliza la corrupción moral que puede surgir cuando el éxito material se convierte en el único fin de la existencia. Hilario, un hombre proveniente de un entorno rural y humilde, llega a Caracas con la determinación de escalar posiciones sociales a cualquier costo. Su obsesión no solo lo lleva a abandonar sus raíces, sino también a manipular y sacrificar a quienes lo rodean, incluyendo a su propia familia. Gallegos utiliza a Hilario como un espejo de las ambiciones desmedidas que, en su opinión, amenazaban con corromper el alma de la Venezuela de su tiempo.

Sin embargo, el verdadero núcleo temático de la novela no reside únicamente en la crítica al ascenso social, sino en la exploración de la identidad nacional. A través de Victoria, la hija de Hilario, Gallegos plantea una reflexión sobre la búsqueda de la autenticidad en un mundo dominado por las apariencias. Victoria, a diferencia de su padre, representa la posibilidad de redención y de conexión con las raíces más profundas de la identidad venezolana. Su nombre, que evoca la idea de victoria, sugiere que ella es portadora de un mensaje de esperanza y de reconciliación con los valores auténticos. A lo largo de la novela, Victoria lucha por encontrar su lugar en un entorno que le exige renunciar a su esencia, pero que al mismo tiempo le ofrece la oportunidad de construir una nueva identidad, más auténtica y menos contaminada por las ambiciones materiales.

El contraste entre Hilario y Victoria no solo sirve para explorar las tensiones generacionales, sino también para reflexionar sobre el papel de la mujer en la sociedad venezolana de principios del siglo XX. Victoria, como personaje femenino, encarna la resistencia frente a un sistema patriarcal que busca someterla y definirla en función de los intereses de los hombres. Su lucha por la autonomía y la autodeterminación es, en última instancia, una metáfora de la lucha de toda una nación por encontrar su propia voz en un mundo en constante cambio. Gallegos, a través de Victoria, nos invita a cuestionar las estructuras de poder que limitan el desarrollo individual y colectivo, y a imaginar un futuro en el que la igualdad y la justicia sean posibles.

Otro aspecto fundamental de La trepadora es su tratamiento del espacio y su relación con los personajes. La novela está marcada por un constante vaivén entre el campo y la ciudad, dos espacios que representan visiones opuestas del progreso y la identidad. El campo, asociado con la tradición, la pureza y la autenticidad, se presenta como un refugio frente a la corrupción moral de la ciudad. Sin embargo, Gallegos evita caer en un maniqueísmo simplista, pues también muestra los límites y las contradicciones del mundo rural. La ciudad, por su parte, es retratada como un espacio de oportunidades, pero también de alienación y deshumanización. Este contraste entre lo rural y lo urbano refleja las tensiones de una Venezuela en plena transición, donde el progreso material no siempre va de la mano con el desarrollo humano.

En este sentido, La trepadora puede leerse como una crítica al modelo de modernización impulsado por el régimen de Juan Vicente Gómez, bajo cuyo gobierno Gallegos escribió la novela. Aunque el autor no menciona explícitamente al dictador, es evidente que su obra está impregnada de un profundo desencanto frente a las promesas incumplidas del progreso. Para Gallegos, la verdadera modernización no puede basarse únicamente en el crecimiento económico, sino que debe incluir una transformación moral y cultural que permita a los individuos y a la sociedad en su conjunto alcanzar su pleno potencial.

El estilo narrativo de Gallegos en La trepadora es otro elemento que merece ser destacado. Aunque la novela está escrita en un lenguaje aparentemente sencillo, su prosa está cargada de simbolismo y de una profunda sensibilidad poética. Gallegos utiliza imágenes recurrentes, como la de la trepadora (una planta que crece sobre otras para alcanzar la luz), para subrayar los temas centrales de la obra. Esta metáfora no solo alude al ascenso social de Hilario, sino también a la necesidad de encontrar un equilibrio entre el crecimiento individual y el bienestar colectivo. Además, el uso del paisaje como un personaje más en la historia refuerza la conexión entre los personajes y su entorno, y subraya la importancia de la naturaleza en la construcción de la identidad nacional.

En suma, La trepadora es una obra que trasciende su contexto histórico para ofrecernos una reflexión profunda y universal sobre la condición humana. A través de sus personajes, sus espacios y su estilo narrativo, Rómulo Gallegos nos invita a cuestionar nuestras propias ambiciones y a buscar un equilibrio entre el progreso material y el desarrollo moral. En un mundo cada vez más dominado por la obsesión por el éxito y el reconocimiento, la novela nos recuerda la importancia de mantenernos fieles a nuestras raíces y de no perder de vista los valores que nos hacen verdaderamente humanos.

En este sentido, La trepadora no es solo una obra literaria de altísima calidad, sino también un llamado a la reflexión y a la acción, un recordatorio de que el verdadero progreso solo es posible cuando va de la mano con la justicia, la igualdad y la autenticidad.


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