En la era digital, la libertad se viste con algoritmos y la explotación se maquilla de autonomía. Mientras las antiguas cadenas eran visibles, hoy se diluyen en discursos de empoderamiento y emprendimiento. La mercantilización del cuerpo ha encontrado en las pantallas un mercado sin fronteras, donde la intimidad se subasta al mejor postor. ¿Es esta una nueva forma de emancipación o la misma explotación con un filtro atractivo? La respuesta yace en las sombras del capitalismo digital.



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La mercantilización del cuerpo y la ilusión de la libertad en la era digital: un análisis crítico de la explotación bajo nuevas narrativas
La sociedad contemporánea, en su afán por presentarse como la culminación del progreso moral y tecnológico, ha desarrollado una capacidad singular para enmascarar viejas formas de explotación bajo discursos modernos y estéticas aparentemente liberadoras. Uno de los fenómenos más emblemáticos de esta dinámica es la transformación de la prostitución y la exhibición del cuerpo en un producto digitalizado, comercializado a través de plataformas como OnlyFans, Patreon o incluso Instagram. A primera vista, estas plataformas parecen representar una evolución hacia la autonomía y el empoderamiento individual, especialmente para las mujeres. Sin embargo, un análisis más profundo revela que, lejos de ser una ruptura con el pasado, este fenómeno es una continuación de prácticas históricas de explotación, ahora adaptadas a las lógicas del capitalismo neoliberal y la economía digital.
Para comprender plenamente esta transición, es necesario remontarse a los orígenes de la mercantilización del cuerpo, que no es un invento de la modernidad, sino una práctica que ha acompañado a la humanidad desde sus primeras civilizaciones. En la antigua Grecia, por ejemplo, las hetairas —cortesanas de alto estatus— eran figuras que combinaban la prostitución con roles intelectuales y artísticos, gozando de un nivel de respeto y autonomía que las diferenciaba de las prostitutas comunes. Sin embargo, incluso en este contexto, su valor social estaba intrínsecamente ligado a su capacidad para satisfacer los deseos masculinos. En la Edad Media, como se mencionó anteriormente, la prostitución era un oficio regulado y tolerado, pero profundamente estigmatizado. Las mujeres que se dedicaban a esta actividad eran consideradas moralmente inferiores y socialmente marginales, a pesar de que su existencia era funcional para el orden patriarcal de la época.
El salto a la era digital no ha eliminado estas dinámicas, sino que las ha reformulado. En lugar de burdeles, ahora existen plataformas en línea donde el cuerpo se exhibe y se vende bajo la apariencia de contenido creativo. La narrativa dominante insiste en que estas mujeres son “empresarias” o “creadoras de contenido”, términos que sugieren autonomía y agencia. Sin embargo, esta retórica oculta una realidad más compleja y menos halagüeña. En primer lugar, la economía digital ha creado un mercado laboral altamente precarizado, en el que muchas mujeres —y también hombres— recurren a estas plataformas no por una elección genuina, sino por la falta de alternativas viables. Según un informe de 2022, el 70% de las creadoras de contenido en OnlyFans declararon que se unieron a la plataforma debido a dificultades económicas, y no como una opción preferida entre un abanico de posibilidades laborales.
Además, la lógica del mercado digital intensifica la explotación al convertir la intimidad en un producto de consumo masivo. A diferencia de la prostitución tradicional, donde la transacción era generalmente privada y limitada a un número reducido de clientes, las plataformas digitales exponen a las creadoras a una audiencia global. Esto no solo aumenta la presión para mantener una imagen constantemente atractiva y disponible, sino que también las somete a un escrutinio público sin precedentes. Los comentarios, las críticas y las demandas de los consumidores se convierten en una forma de control social que perpetúa la objetificación del cuerpo femenino. En este sentido, la supuesta libertad que ofrecen estas plataformas es, en gran medida, una ilusión. Las creadoras pueden tener más control sobre las condiciones de su trabajo que las prostitutas tradicionales, pero siguen operando dentro de un sistema que las reduce a su valor como objetos de deseo.
Otro aspecto crucial es la manera en que el capitalismo neoliberal ha cooptado el lenguaje del empoderamiento para justificar y normalizar estas prácticas. En las últimas décadas, términos como “autonomía”, “empoderamiento” y “elección” han sido despojados de su contenido político original y reutilizados como herramientas de marketing. Las plataformas digitales promueven la idea de que vender imágenes del propio cuerpo es un acto de liberación y autodeterminación, ignorando las estructuras económicas y sociales que limitan las opciones reales de las mujeres. Esta narrativa no solo beneficia a las empresas que obtienen ganancias de estas transacciones, sino que también sirve para silenciar las críticas. Cualquier cuestionamiento de estas prácticas es rápidamente descalificado como “moralista” o “retrógrado”, lo que dificulta un debate serio sobre las implicaciones éticas y sociales de la mercantilización del cuerpo.
Es importante destacar que esta dinámica no se limita a las plataformas de contenido adulto. La lógica de la exhibición del cuerpo como mercancía se ha extendido a otros ámbitos de la cultura digital, desde los influencers de Instagram hasta los streamers de Twitch. En todos estos casos, el éxito depende de la capacidad para atraer y retener la atención de una audiencia, lo que a menudo implica la sexualización del propio cuerpo. Este fenómeno no es exclusivo de las mujeres, pero afecta de manera desproporcionada a las creadoras femeninas, que enfrentan mayores presiones para ajustarse a estándares de belleza irreales y para mantener una imagen constantemente atractiva.
La intersección entre género, tecnología y capitalismo también plantea preguntas incómodas sobre el futuro del trabajo y la intimidad en la era digital. A medida que las plataformas digitales continúan expandiéndose, es probable que veamos una mayor normalización de la mercantilización del cuerpo y la intimidad. Esto no solo tiene implicaciones para las personas que participan en estas prácticas, sino también para la sociedad en su conjunto. Al normalizar la idea de que el cuerpo es una mercancía, estas plataformas contribuyen a una cultura en la que el valor de las personas —especialmente de las mujeres— se reduce cada vez más a su capacidad para generar ingresos a través de su apariencia física.
En este contexto, es crucial cuestionar las narrativas dominantes que presentan estas prácticas como un signo de progreso y liberación. Si bien es cierto que las plataformas digitales han creado nuevas oportunidades para algunas personas, también han perpetuado y, en algunos casos, intensificado formas de explotación que tienen raíces profundas en la historia humana. La mercantilización del cuerpo, ya sea en un burdel medieval o en una plataforma digital, sigue siendo un síntoma de una sociedad que valora a las personas no por su humanidad, sino por su capacidad para satisfacer los deseos de otros.
Hasta que no enfrentemos esta realidad, cualquier discurso sobre empoderamiento y libertad seguirá siendo, en el mejor de los casos, una ilusión bien intencionada.
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