En el crisol de la historia lingüística de la península ibérica, el valenciano emerge como un enigma fascinante. Su origen ha sido debatido intensamente, oscilando entre las teorías mozarabista, de la repoblación y occitanista. Más allá de las fronteras lingüísticas, el valenciano se convierte en un reflejo de la identidad cultural de la Comunidad Valenciana, un testimonio vivo de cómo la lengua se configura y transforma bajo la influencia de diversas corrientes históricas y sociopolíticas.


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El origen del valenciano: un análisis lingüístico e histórico


El debate sobre el origen y la naturaleza del valenciano es uno de los temas más apasionantes y controvertidos dentro de la filología románica. La cuestión de si el valenciano constituye una lengua propia, una variante del catalán o un miembro de un grupo más amplio de lenguas occitanas ha generado discusiones que trascienden lo puramente lingüístico para adentrarse en los ámbitos de la identidad cultural, la política y la historia. Para abordar esta cuestión de manera exhaustiva y académica, es necesario analizar las tres teorías principales que intentan explicar su génesis —la mozarabista, la de la repoblación y la occitanista—, evaluar las evidencias históricas y lingüísticas que las sustentan, y considerar los factores sociolingüísticos que han moldeado su desarrollo hasta el presente.

Comencemos con la teoría mozarabista, que plantea que el valenciano evolucionó directamente del latín vulgar hablado en la región de Valencia, con influencias significativas del árabe y del castellano, independientes de la órbita catalana. Esta hipótesis se basa en la idea de una continuidad lingüística en el territorio valenciano desde la época romana, interrumpida pero no reemplazada por la dominación musulmana entre los siglos VIII y XIII. Los defensores de esta teoría argumentan que el sustrato mozárabe —es decir, el romance hablado por los cristianos bajo el dominio islámico— habría dado lugar a una lengua romance diferenciada, que luego se enriqueció con préstamos árabes (como “alqueria” o “safanòria”) y que mantuvo rasgos fonéticos y léxicos distintivos frente al catalán estándar. Por ejemplo, se señala la conservación de ciertas formas arcaicas en el valenciano, como el uso de la “-o” final en lugar de la “-u” catalana en algunos contextos (e.g., “carro” frente a “carru”), o la presencia de vocablos que no tienen paralelos exactos en el catalán normativo. Sin embargo, esta teoría enfrenta críticas importantes: la falta de documentación escrita del supuesto romance valenciano pre-reconquista debilita su fundamento, ya que los textos más antiguos en valenciano datan de después de la conquista de Jaime I en 1238, y estos muestran una clara afinidad con el catalán medieval. Además, los rasgos diferenciadores del valenciano podrían explicarse como evoluciones dialectales posteriores o como influencias del contacto con el castellano, más que como evidencias de un origen independiente.

La teoría de la repoblación, por su parte, es la más aceptada entre los lingüistas académicos y sostiene que el valenciano es una variante del catalán introducida por los repobladores catalanes y aragoneses tras la conquista cristiana del Reino de Valencia en el siglo XIII. Este planteamiento se apoya en una combinación de evidencias históricas y lingüísticas contundentes. Históricamente, la conquista de Jaime I, rey de Aragón y conde de Barcelona, trajo consigo un contingente significativo de pobladores provenientes de Cataluña, especialmente del área de Lérida y Tarragona, quienes habrían impuesto su lengua romance —el catalán medieval— sobre un sustrato mozárabe debilitado y una población arabófona mayoritaria. Los documentos más antiguos en lengua romance de la región, como los Furs de València (siglo XIII), están escritos en un catalán arcaico que apenas difiere del empleado en otras partes del dominio catalano-aragonés. Lingüísticamente, el valenciano comparte con el catalán un núcleo gramatical, fonológico y léxico que incluye rasgos como el sistema vocálico de siete fonemas (en contraste con las cinco vocales del castellano), el uso de artículos definidos derivados del latín ille (el, la, els, les), y una morfología verbal prácticamente idéntica. Las diferencias entre el valenciano y el catalán estándar —como la aspiración de la “h” inicial en ciertas palabras valencianas (e.g., “hòmens” por “homes”) o el uso de formas como “eixe” en lugar de “aquest”— se explican como evoluciones dialectales dentro de un continuo lingüístico, influenciadas por el contacto con el castellano y el aislamiento relativo de Valencia respecto a los centros catalanes de normativización. Esta teoría, aunque sólida, no está exenta de controversia, especialmente entre quienes ven en ella una negación de la identidad valenciana como entidad cultural diferenciada.

Finalmente, la teoría occitanista propone que el valenciano no es ni una lengua aislada ni una mera variante del catalán, sino parte de un grupo más amplio de lenguas occitanorromances interrelacionadas, que incluirían el occitano, el catalán y otros dialectos históricos del sur de Francia y el este de la península ibérica. Esta hipótesis parte de la similitud estructural entre el valenciano, el catalán y el occitano medieval, como el uso compartido de formas verbales como el pretérito perfecto con “haber” (e.g., “he vist” en valenciano/catalán, frente a “ai vist” en occitano) y un léxico con raíces comunes que se apartan del castellano. Los defensores de esta teoría argumentan que las fronteras lingüísticas entre el catalán, el valenciano y el occitano son artificiales y reflejan divisiones políticas más que realidades filológicas. Sin embargo, esta postura es minoritaria y carece de un respaldo documental sólido: el valenciano no muestra rasgos exclusivos del occitano (como el uso sistemático de diptongos decrecientes o la nasalización vocálica) que lo separen claramente del catalán, y su desarrollo histórico está más vinculado a la Corona de Aragón que al ámbito occitano propiamente dicho.

A la luz de las evidencias, mi posición es que el valenciano debe entenderse como una variante histórica del catalán, con un desarrollo propio que lo dota de características distintivas, pero sin que estas sean suficientes para clasificarlo como una lengua completamente independiente. Desde un punto de vista filológico, el valenciano y el catalán forman parte del mismo sistema lingüístico, originado en el romance hablado en el noreste de la península ibérica durante la Alta Edad Media y consolidado tras la expansión de la Corona de Aragón. La teoría de la repoblación ofrece la explicación más coherente con los datos históricos y lingüísticos disponibles: la llegada masiva de catalanohablantes tras la reconquista, combinada con el sustrato local y las influencias posteriores del castellano y el árabe, dio lugar a un dialecto diferenciado pero no divergente del catalán. Esto no implica una subordinación cultural o lingüística del valenciano; al contrario, su riqueza dialectal —evidente en obras literarias como las de Ausiàs March o Joanot Martorell— y su estandarización moderna por parte de instituciones como la Acadèmia Valenciana de la Llengua refuerzan su estatus como una manifestación legítima y autónoma dentro del continuum catalán.

No obstante, es crucial reconocer que la discusión trasciende lo académico y se entrelaza con cuestiones de identidad. Para muchos valencianos, afirmar que su lengua es una variante del catalán puede percibirse como una amenaza a su singularidad cultural, mientras que para los catalanes, negar esta relación puede interpretarse como un rechazo a una herencia compartida. Este dilema refleja una tensión inherente a las lenguas romances, cuya diversidad surge de procesos históricos complejos y no de fronteras lingüísticas absolutas. En última instancia, el valenciano es un testimonio vivo de la interacción entre continuidad y cambio: una lengua que, independientemente de su clasificación taxonómica, encarna la historia y la creatividad de un pueblo.

Desde una perspectiva estrictamente científica, su parentesco con el catalán es innegable; desde una perspectiva humana, su valor como emblema de la identidad valenciana es igualmente incuestionable.


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