Entre oscuridad y luz artificial, la vida nocturna transforma nuestra energía. En este espacio de impulsos y caos, nuestras vibraciones pueden verse alteradas, afectando tanto lo físico como lo espiritual, y abriendo la puerta a influencias que drenan nuestra vitalidad.


Imágenes CANVA Al
La Vida Nocturna como un Fenómeno de Baja Vibración: Un Análisis Energético y Social
La noción de que la vida nocturna representa un buffet astral de baja vibración plantea una crítica fascinante y multidimensional al comportamiento humano contemporáneo. Este ensayo explora cómo las actividades nocturnas, desde salir a bares y clubes hasta participar en conciertos masivos, podrían estar intrínsecamente ligadas a una disminución de la frecuencia energética personal y colectiva. Antes de la invención de la luz artificial, los humanos seguían un ritmo circadiano natural, descansando al caer el sol. La disrupción de este ciclo, según esta perspectiva, ha dado lugar a un entorno donde las entidades de baja vibración prosperan, alimentándose de la energía de quienes participan en la vida nocturna moderna.
Históricamente, la ausencia de luz artificial limitaba las actividades humanas nocturnas al uso del fuego, un elemento que, según tradiciones ancestrales, poseía una cualidad purificadora. Con la llegada de la electricidad, la noche se transformó en un espacio de actividad constante, rompiendo la sincronía con los ciclos naturales. Estudios circadianos, como los de la Universidad de Harvard (2022), confirman que la exposición a la luz artificial nocturna altera la producción de melatonina, afectando el descanso y la salud mental. Este desajuste no solo tiene implicaciones físicas, sino que, según la tesis aquí explorada, abre una puerta a influencias energéticas negativas, como los demonios astrales, que se dice que dominan la oscuridad.
La vida nocturna, en este contexto, se describe como un campo de alimentación para entidades parasitarias, tanto físicas como astrales. Los parásitos físicos, como los intestinales, son más activos por la noche, un fenómeno respaldado por investigaciones parasitológicas que indican picos de actividad nocturna en ciertas especies. Paralelamente, se postula que los parásitos astrales manipulan el subconsciente humano, incitando anhelos hacia alcohol, drogas y sexo de baja vibración. Esta conexión entre lo físico y lo metafísico sugiere una simbiosis perversa: el consumo de sustancias reduce la frecuencia vibracional, facilitando la posesión energética por parte de estas entidades, un concepto que resuena con tradiciones esotéricas como las de la teosofía.
Los entornos de la vida nocturna, como clubes de striptease o bares abarrotados, se presentan como epicentros de esta dinámica. La densidad de personas, combinada con el consumo de sustancias tóxicas, crea un ambiente de caos energético. Estudios sociológicos recientes, como los de la Universidad de Londres (2023), destacan que los espacios nocturnos fomentan comportamientos impulsivos y desconexión emocional, lo que podría interpretarse como una baja en la energía del chakra corazón. Quienes mantienen una alta frecuencia y permanecen sobrios en estos lugares reportan una sensación de alienación, un indicio de que su vibración no resuena con el entorno, reforzando la idea de que la normalización del comportamiento demoníaco es un fenómeno cultural.
Desde una perspectiva energética, la participación en la vida nocturna implica un intercambio involuntario con entidades de baja vibración. La teoría sugiere que estas presencias drenan la energía kundalini —asociada a la vitalidad sexual— y el chakra corazón, generando sensaciones físicas como dolor en la columna o impulsos irrefrenables. Aunque carece de validación científica directa, esta hipótesis encuentra eco en prácticas como el yoga, donde se advierte que la disipación de la energía sexual en contextos de baja intención abre portales energéticos negativos. Así, la vida nocturna no solo agota al individuo, sino que contamina sus relaciones al regresar a casa con estas entidades adheridas, manifestándose en emociones densas como el malhumor.
La crítica se extiende a la intención detrás de estas actividades. La gratificación instantánea, un sello distintivo de la vida nocturna moderna, se opone a las conexiones de alta vibración que requieren tiempo y autenticidad. En lugar de buscar el Divino Femenino o el Inmutable Masculino —arquetipos de equilibrio y profundidad—, los participantes se sumergen en interacciones superficiales. Esto contrasta con las tradiciones diurnas de muchas culturas, como los rituales solares de los pueblos indígenas, que priorizan la conexión espiritual bajo la luz del día, cuando la energía humana está naturalmente alerta y receptiva.
Para quienes buscan preservar su energía pura, la vida nocturna representa una trampa energética. La presencia de fuego purificador, como una fogata intencionada, podría mitigar estos efectos, según prácticas chamánicas que lo consideran un escudo contra influencias negativas. Sin embargo, en ausencia de tales elementos, entrar en un bar podría resultar en la adhesión de cientos de entidades parasitarias, un concepto que, aunque metafórico, ilustra el caos potencial en la vida de quien no protege su frecuencia espiritual. La alternativa radica en actividades diurnas que nutran el espíritu, como la meditación o el contacto con la naturaleza, alineadas con el ritmo circadiano natural.
El impacto social de esta dinámica es igualmente revelador. La vida nocturna se ha convertido en un refugio para llenar vacíos emocionales, un fenómeno estudiado en psicología social que vincula el consumo nocturno con la soledad moderna. La ausencia de conversaciones de alta vibración en estos espacios refleja una intoxicación colectiva, no solo por sustancias, sino por la desconexión del propósito superior. Quienes elevan su frecuencia sienten esta disonancia como un rechazo instintivo, una señal de que su energía divina no pertenece a esos entornos de baja unión vibracional.
La paradoja reside en nuestra naturaleza social. Anhelamos conexión, pero la vida nocturna ofrece un sustituto ilusorio que las entidades astrales explotan. En lugar de la tribu del alma —conexiones profundas formadas con paciencia—, se nos presentan encuentros fugaces que agotan en lugar de sanar. La búsqueda del amor verdadero o la intimidad auténtica se ve frustrada en un contexto donde el chakra corazón ha sido absorbido, dejando solo ecos de deseo y vacío.
Así pues, la vida nocturna, descrita como un buffet astral de baja vibración, plantea una advertencia sobre cómo los entornos y elecciones afectan nuestra energía espiritual. Lejos de ser un espacio de diversión inocente, se perfila como un terreno donde parásitos astrales y físicos conspiran para reducir la frecuencia humana al estado más primal. La solución no radica en demonizar la noche, sino en elegir actividades que eleven, como las realizadas bajo el sol o cerca de un fuego purificador. Al proteger nuestra frecuencia divina, nos alineamos con un propósito superior, encontrando lugares y personas de alta vibración que nutren el espíritu. Este camino, aunque más lento, promete una sanación energética y una vida en armonía con nuestra esencia más elevada.
El CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES
#VidaNocturna
#BajaVibración
#EnergíaEspiritual
#FrecuenciaEnergética
#ProtecciónEnergética
#EntidadesAstrales
#DespertarEspiritual
#Chakras
#Melatonina
#RitmoCircadiano
#ParásitosEnergéticos
#SanaciónEnergética
Descubre más desde REVISTA LITERARIA EL CANDELABRO
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
