Entre la bruma de la desinformación y la búsqueda incesante de la verdad, se erige un legado filosófico que desafía nuestra comprensión actual. La lucha entre lo verdadero y lo falso no es solo un dilema intelectual, sino una batalla que define nuestra existencia y nuestra moralidad. En un mundo saturado de narrativas construidas, la sabiduría de Epicteto resuena con fuerza, recordándonos que la verdad, aunque a menudo ignorada, es un faro de autenticidad. ¿Cómo podemos cultivar la veracidad en nuestras vidas diarias? ¿Qué papel juega la ética en nuestra percepción de la realidad?
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Imágenes DeepAI
“La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad”.
Epicteto
La Supremacía de la Verdad sobre la Mentira: Una Reflexión Filosófica
La máxima atribuida a Epicteto, “La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad”, constituye una de las reflexiones más penetrantes sobre la naturaleza ontológica de la verdad y la falsedad en el discurso humano. Esta sentencia, procedente del pensamiento estoico, trasciende su contexto histórico para erigirse como un axioma epistemológico de relevancia perenne. La afirmación del filósofo frigio del siglo I d.C. establece una diferenciación fundamental entre estos dos conceptos antagónicos: mientras la verdad posee una cualidad autosustentable que le confiere autonomía y persistencia, la mentira se caracteriza por su dependencia intrínseca de agentes externos que, consciente o inconscientemente, participen en su propagación y mantenimiento. Esta asimetría esencial entre ambos fenómenos revela profundas implicaciones para la ética, la política, la comunicación social y la búsqueda del conocimiento objetivo.
En el contexto de la filosofía clásica, donde se origina el pensamiento de Epicteto, la verdad —o aletheia— se concebía no meramente como correspondencia entre enunciados y realidad, sino como un desvelamiento o revelación de lo que es. La escuela estoica, a la que pertenecía este pensador nacido en Hierápolis de Frigia, enfatizaba la importancia de vivir conforme a la naturaleza, lo que implicaba necesariamente una adhesión inquebrantable a la verdad como principio rector. Para los estoicos, la virtud suprema consistía precisamente en esta conformidad con el logos universal, concepto que englobaba simultáneamente la razón cósmica, el orden natural y la verdad misma. Bajo esta perspectiva, la mentira representa necesariamente una desviación del orden natural y, por tanto, un acto contrario a la virtud y la sabiduría. Esta concepción establece un vínculo indisoluble entre la ética personal y la veracidad, elevando la honestidad intelectual a requisito fundamental para la vida filosófica.
La afirmación sobre la autosuficiencia de la verdad encuentra resonancias en diversas tradiciones filosóficas posteriores. La filosofía medieval cristiana, particularmente en el pensamiento de Tomás de Aquino, desarrolló la noción de la verdad como adaequatio intellectus et rei (adecuación del intelecto a la cosa), sugiriendo que la verdad mantiene una correspondencia natural con la realidad que no requiere artificios para sostenerse. En la modernidad temprana, Spinoza argumentaría que “la verdad es norma de sí misma y de lo falso”, estableciendo la autodeterminación de lo verdadero como principio fundamental. Inclusive en la epistemología contemporánea, encontramos ecos de este pensamiento en la teoría de la verdad como coherencia, que sostiene que los enunciados verdaderos tienden naturalmente a formar sistemas consistentes, mientras que las falsedades generan inevitablemente contradicciones que revelan su naturaleza espuria. Este desarrollo histórico evidencia la persistencia transversal de la intuición expresada por Epicteto a través de diversas épocas y tradiciones filosóficas.
Por contraste, la mentira requiere de una arquitectura de soporte constantemente mantenida. Las falsedades no subsisten en aislamiento; precisan una red de complicidades, omisiones selectivas, elaboraciones adicionales y refuerzos continuos para mantener su apariencia de verosimilitud. Esta característica hace que los sistemas basados en engaños sean inherentemente inestables y energéticamente costosos de mantener, lo que explica por qué, eventualmente, tienden al colapso por su propio peso. La mentira exige un estado constante de vigilancia y ajuste de narrativas para evitar inconsistencias delatoras. Como observó Hannah Arendt en su análisis sobre la mentira en política, los fabricantes de falsedades frecuentemente acaban atrapados en sus propias redes, incapaces de distinguir entre lo que han inventado y lo que realmente ocurrió, cayendo víctimas de su propia manipulación. Este fenómeno ilustra perfectamente la naturaleza parasitaria del engaño respecto a la verdad, confirmando la intuición epictetiana.
En el ámbito de la psicología social, numerosos estudios contemporáneos sobre la disonancia cognitiva ofrecen respaldo empírico a la observación de Epicteto. Cuando los individuos mantienen creencias falsas o participan en la difusión de información incorrecta, experimentan un estado de tensión psicológica que requiere mecanismos compensatorios como la racionalización, la negación selectiva de evidencia contradictoria, o la búsqueda activa de confirmación en grupos afines. Estos mecanismos constituyen precisamente las “complicidades” necesarias para el sostenimiento de la mentira. Por el contrario, la alineación con hechos verificables reduce considerablemente esta tensión interna, facilitando una economía cognitiva más eficiente. Los trabajos seminales de Leon Festinger han demostrado cómo las personas que mantienen creencias contrarias a la evidencia disponible deben invertir considerable energía psíquica en preservar estas creencias, mientras que aquellas alineadas con información precisa pueden proceder con mayor economía atencional y menor desgaste emocional.
Las implicaciones de esta asimetría entre verdad y mentira adquieren particular relevancia en la era contemporánea de la información digital y las denominadas “posverdad“. La proliferación de noticias falsas, manipulación mediática y propaganda política en plataformas de comunicación masiva ha generado ecosistemas informacionales donde la verdad frecuentemente aparece desplazada por narrativas emocionalmente atractivas pero factualmente incorrectas. No obstante, incluso en estos contextos, puede observarse cómo los sistemas basados en falsedades requieren infraestructuras cada vez más complejas para mantenerse: algoritmos que filtren información contradictoria, cámaras de eco que refuercen preconcepciones, y constantes campañas de deslegitimación contra fuentes confiables. Esta sofisticada arquitectura de soporte confirma paradójicamente la debilidad intrínseca de la mentira señalada por Epicteto: su dependencia fundamental de sistemas externos para sostener lo que carece de fundamento propio.
En el terreno de la ética aplicada y la deontología profesional, la máxima epictetiana cobra especial importancia en campos como el periodismo, la ciencia y la jurisprudencia, donde la búsqueda de la verdad constituye un imperativo categórico. La integridad académica, la honestidad intelectual y la objetividad periodística no representan meras convenciones profesionales sino reconocimientos prácticos de la naturaleza autosustentable de la verdad. El método científico, con su énfasis en la verificabilidad, la falsabilidad y la reproducibilidad, constituye quizás la expresión institucionalizada más sofisticada de este principio: la verdad científica, aunque provisional y perfectible, tiende a consolidarse progresivamente mediante su resistencia a intentos sistemáticos de refutación, mientras que las hipótesis incorrectas eventualmente sucumben bajo el peso de evidencia contradictoria, independientemente de cuántos defensores inicialmente las respalden.
Las tecnologías de verificación desarrolladas en diversos campos profesionales —desde el fact-checking periodístico hasta los mecanismos de revisión por pares en la ciencia— pueden interpretarse como instrumentos diseñados no tanto para “construir” la verdad sino para permitir que ésta emerja naturalmente mediante la eliminación sistemática de falsedades. Esta perspectiva refleja precisamente la intuición epictetiana: no necesitamos elaborados sistemas para hacer que la verdad prevalezca, sino principalmente mecanismos que eliminen los obstáculos artificiales que la ocultan. En palabras del filósofo contemporáneo Harry Frankfurt, especialista en el estudio de la mentira y autor del célebre ensayo “On Bullshit”, “la verdad es demasiado compleja para ser manipulada fácilmente; las falsedades, en cambio, pueden diseñarse específicamente para satisfacer cualquier agenda”, observación que resuena perfectamente con la advertencia de Epicteto hace casi dos milenios.
El legado filosófico de este principio se extiende también a la ética individual y las prácticas de autenticidad personal. Los estoicos como Epicteto consideraban la honestidad no meramente como una virtud social sino como requisito para la salud psicológica y espiritual del individuo. La mentira, incluso cuando no es descubierta externamente, genera fragmentación interna y disociación, mientras que la verdad permite una integración coherente de la experiencia. Pensadores contemporáneos como Charles Taylor han desarrollado esta intuición al elaborar teorías sobre la autenticidad como condición necesaria para una vida significativa. La necesidad de “complicidad” para sostener la mentira aplica también internamente: mentirse a uno mismo requiere complejos mecanismos de autoengaño, compartimentalización y negación que comprometen la integridad psicológica y consumen valiosos recursos cognitivos y emocionales que podrían dedicarse al crecimiento personal y la realización auténtica.
La profundidad de la máxima epictetiana radica precisamente en su aparente simplicidad que, sin embargo, captura una verdad fundamental sobre la naturaleza de la realidad y nuestro acceso epistémico a ella. En última instancia, la observación de que “la verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad” no constituye meramente una observación pragmática sobre estrategias comunicativas, sino una penetrante intuición metafísica sobre la estructura misma del conocimiento y su relación con la realidad objetiva.
Como tal, trasciende su origen en la filosofía estoica para ofrecernos una herramienta conceptual de excepcional utilidad en la navegación de los complejos paisajes informacionales del mundo contemporáneo, donde la distinción entre verdad y falsedad resulta simultáneamente más crucial y más desafiante que nunca.
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