En el vasto universo de la filosofía antigua, una figura enigmática desafía los cimientos del conocimiento humano: Agripa, maestro del escepticismo pirrónico. Con solo cinco argumentos, desató un vendaval que aún sacude la epistemología contemporánea. Sus célebres tropos cuestionan toda certeza, desnudan la fragilidad de la justificación racional y revelan el dilema eterno del pensar. ¿Es posible alcanzar una verdad definitiva? ¿O habitamos para siempre la duda como único refugio?
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Agripa y los Cinco Tropos del Escepticismo Pirrónico
En la tradición filosófica occidental, pocos pensadores han logrado ejercer una influencia tan perdurable y profunda con tan escasa información biográfica disponible como Agripa. Este enigmático filósofo escéptico, que vivió aproximadamente en el siglo I d.C., representa una figura fundamental en el desarrollo del escepticismo pirrónico, principalmente por su sistematización de los denominados cinco tropos o modos, que constituyen una de las formulaciones más sofisticadas de la crítica epistemológica en la filosofía antigua. A diferencia de otros filósofos contemporáneos, la relevancia de Agripa no radica en un corpus textual extenso ni en una biografía detallada, sino en la agudeza y precisión de sus argumentos contra la posibilidad del conocimiento certero.
La escuela escéptica a la que pertenecía Agripa surgió como continuación del legado intelectual de Pirrón de Elis (c. 360-270 a.C.), quien estableció las bases del escepticismo radical en el pensamiento griego. El pirronismo, como corriente filosófica, sostenía que ante la imposibilidad de determinar verdades absolutas, la suspensión del juicio (epochē) constituía la única postura racional, conduciendo eventualmente a la imperturbabilidad del alma (ataraxia). Dentro de esta tradición, Sexto Empírico, prominente escéptico del siglo II d.C., nos ha transmitido en sus obras los argumentos de Agripa, particularmente en su obra “Esbozos Pirrónicos”, donde expone sistemáticamente los cinco tropos que revolucionaron el pensamiento crítico antiguo y que continúan siendo objetos de análisis en la epistemología contemporánea.
Los cinco tropos de Agripa representan una formulación metódica y rigurosa de las dificultades fundamentales que enfrenta cualquier intento de justificación del conocimiento. El primer tropo, denominado “el desacuerdo” o “discrepancia“, señala que ante cualquier cuestión filosófica relevante, existen posiciones contradictorias sostenidas por diferentes escuelas o pensadores, sin que pueda establecerse un criterio definitivo para determinar cuál es la correcta. El segundo tropo, “la regresión infinita“, sostiene que cualquier justificación de una creencia requiere, a su vez, de otra justificación para esa justificación, generando una secuencia potencialmente infinita de razones que hace imposible establecer un fundamento sólido para el conocimiento.
El tercer tropo, conocido como “la relatividad“, argumenta que todo juicio o percepción es relativo al sujeto que percibe y a las circunstancias específicas de la percepción, imposibilitando así un conocimiento objetivo independiente del observador. El cuarto tropo, “la hipótesis“, critica la estrategia de asumir ciertas premisas sin demostración como punto de partida de un sistema de conocimiento, señalando que tales suposiciones son arbitrarias y carecen de fundamento racional. Finalmente, el quinto tropo, “la circularidad” o “dialelo“, revela que muchos intentos de justificación terminan incurriendo en razonamientos circulares, donde una proposición se utiliza para justificar otra, y esta última, directa o indirectamente, se emplea para justificar la primera.
La estructura argumentativa de los tropos de Agripa constituye un sistema coherente y entrelazado que forma lo que en la epistemología moderna se ha denominado el “trilema de Agripa” o “trilema de Münchausen“. Este trilema señala que cualquier intento de justificación del conocimiento inevitablemente desemboca en uno de tres problemas fundamentales: una regresión infinita de justificaciones, un razonamiento circular, o una interrupción dogmática de la cadena de justificaciones mediante la aceptación de premisas no demostradas. Esta formulación trilemática ha demostrado una extraordinaria resistencia al análisis crítico a lo largo de la historia de la filosofía, convirtiéndose en uno de los desafíos más persistentes para las teorías del conocimiento fundamentalistas.
La influencia del pensamiento agripiano resulta particularmente significativa cuando se considera su capacidad para trascender el contexto histórico-filosófico del escepticismo antiguo. Los argumentos formulados por Agripa anticiparon problemas epistemológicos que serían centrales para filósofos modernos como René Descartes, David Hume e Immanuel Kant. La crítica escéptica agripiana resuena claramente en la duda metódica cartesiana, en el escepticismo humeano respecto a las conexiones causales y en la distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno. Más contemporáneamente, filósofos analíticos como Hans Albert, Keith Lehrer y Peter Klein han rehabilitado los tropos de Agripa como herramientas conceptuales fundamentales para abordar problemas de justificación epistémica.
El legado intelectual de Agripa se caracteriza no solo por su agudeza crítica, sino también por su sofisticación metodológica. A diferencia de otras formas de escepticismo que simplemente cuestionaban la posibilidad del conocimiento apelando a la falibilidad de los sentidos o a ejemplos particulares de error perceptual, los tropos de Agripa apuntan hacia problemas estructurales en la noción misma de justificación racional. Su análisis no se limita a señalar la posibilidad del error en ciertos casos específicos, sino que cuestiona la viabilidad de cualquier sistema epistemológico que pretenda ofrecer certezas absolutas, exponiendo las contradicciones inherentes a tales aspiraciones.
Una de las interpretaciones más influyentes de los tropos agrípicos ha sido desarrollada por el filósofo contemporáneo Robert J. Fogelin, quien en su obra “Pirronismo neoclásico” utiliza los argumentos de Agripa como base para formular una versión actualizada del escepticismo que denomina “neopirronismo”. Según Fogelin, los tropos de Agripa conservan su fuerza argumentativa incluso frente a las teorías epistemológicas más sofisticadas de la filosofía contemporánea, planteando un desafío que no ha sido satisfactoriamente superado por las tradiciones fundacionalistas, coherentistas o pragmatistas del conocimiento.
La recepción histórica de los tropos de Agripa muestra un patrón interesante de periodos de olvido relativo seguidos por renacimientos de interés. Tras su formulación inicial y su documentación por Sexto Empírico, estos argumentos influyeron significativamente en el pensamiento filosófico de la antigüedad tardía y, a través de traducciones árabes, en la filosofía islámica medieval. Durante el Renacimiento, la recuperación de los textos de Sexto Empírico y la traducción de sus obras al latín propiciaron un renovado interés por el escepticismo pirrónico, influyendo notablemente en pensadores como Michel de Montaigne, Pierre Bayle y posteriormente en el desarrollo del escepticismo moderno.
La relevancia contemporánea de Agripa en el ámbito de la epistemología analítica resulta indiscutible. Los debates actuales sobre fundacionalismo, coherentismo, fiabilismo y otras teorías de la justificación continúan, en gran medida, estructurados como respuestas a los desafíos planteados por el trilema agripiano. Filósofos como Laurence BonJour, Ernest Sosa, Alvin Plantinga y Timothy Williamson han desarrollado sofisticadas teorías epistemológicas que, explícita o implícitamente, intentan superar las objeciones formuladas por Agripa hace aproximadamente dos milenios, demostrando la extraordinaria vigencia de su pensamiento en la discusión filosófica actual.
A modo de conclusión, puede afirmarse que la figura de Agripa representa uno de los ejemplos más notables de cómo un conjunto relativamente conciso de argumentos puede ejercer una influencia decisiva y persistente en la historia del pensamiento. Los cinco tropos atribuidos a este enigmático filósofo constituyen no solo una de las formulaciones más refinadas del escepticismo antiguo, sino también un desafío perdurable para cualquier teoría que aspire a fundamentar la posibilidad del conocimiento humano. La capacidad de estos argumentos para conservar su relevancia y fuerza persuasiva a lo largo de casi dos milenios testifica tanto la agudeza intelectual de su creador como la naturaleza perenne de los problemas fundamentales de la epistemología.
En este sentido, Agripa no es simplemente una figura histórica del escepticismo pirrónico, sino un interlocutor permanente en el diálogo filosófico sobre la posibilidad y los límites del conocimiento humano.
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