En los albores del pensamiento humano, cuando el misterio del cosmos aún palpitaba en las sombras del fuego sagrado, nació una visión sublime del universo: la cosmogonía zoroástrica. Entre ecos de eternidad y símbolos de luz, esta ancestral sabiduría reveló la lucha titánica entre Ahura Mazda y Angra Mainyu, fuerzas arquetípicas que dieron forma al destino del mundo. El zoroastrismo, con su fulgor místico, es una joya filosófica que aún ilumina las sendas del conocimiento espiritual.
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Cosmogonía y Dualidad en el Pensamiento Zoroástrico
La cosmogonía zoroástrica representa uno de los sistemas teológicos más influyentes y antiguos de la humanidad, cuya estructura metafísica ha permeado numerosas tradiciones espirituales posteriores. En el centro de esta elaborada teogonía se encuentra Zarvan (también denominado Zurván), la deidad primordial que personifica el tiempo infinito, un principio trascendente más allá de cualquier cualificación moral o existencial. Este concepto de divinidad suprema no es simplemente una abstracción filosófica, sino el fundamento ontológico de toda la cosmología mazdeísta, representando la unidad primigenia anterior a toda manifestación. Las escrituras avésticas describen a Zarvan como “akarana” (ilimitado), sugiriendo una dimensión de existencia que trasciende las categorías temporales convencionales y constituye el telón de fondo cósmico sobre el cual se desarrolla el drama de la creación.
Del seno insondable de Zarvan emerge la primera gran polarización cósmica, estableciendo la dualidad fundamental que caracteriza el pensamiento iranio antiguo. Por un lado, Ahura Mazda (también conocido como Ormuzd u Ohrmazd), encarna la inteligencia luminosa, la sabiduría creativa y el orden constructivo del universo. Por otro, Angra Mainyu (Ahriman) representa el principio de negación, la fuerza disgregadora y la oscuridad primordial. Esta polaridad no debe entenderse como un simple maniqueísmo moral, sino como una tensión cosmogónica necesaria para la manifestación de la existencia diferenciada. Los textos del Bundahishn, compilación cosmológica del zoroastrismo tardío, describen este momento primordial como una separación necesaria que permite la creación del espacio intermedio (menog) donde se desarrollará posteriormente el mundo material (getig).
El pensamiento zoroástrico desarrolla una sofisticada jerarquía de entidades espirituales que median entre la divinidad suprema y el mundo manifestado. Los Amesha Spenta constituyen las primeras emanaciones de Ahura Mazda, siete inteligencias arcangélicas que personifican aspectos fundamentales del ser divino y gobiernan las diversas dimensiones de la realidad manifestada. Vohu Manah (Buen Pensamiento) representa la mente divina y la inteligencia creativa; Asha Vahishta (Verdad Suprema) encarna el orden cósmico y la justicia universal; Khshathra Vairya (Dominio Deseable) simboliza el poder divino y la autoridad legítima; Spenta Armaiti (Devoción Benefactora) personifica la tierra y la piedad reflexiva; Haurvatat (Integridad) y Ameretat (Inmortalidad) representan la perfección y la trascendencia temporal respectivamente; finalmente, Spenta Mainyu (Espíritu Benefactor) actúa como la energía vivificante que anima toda la creación.
La compleja angelología zoroástrica se extiende más allá de los Amesha Spenta para incluir numerosas categorías de seres celestiales. Los Yazatas (“dignos de veneración”) constituyen una amplia clase de divinidades menores asociadas a fenómenos naturales y conceptos abstractos. Entre estos destacan Mithra, divinidad de los contratos y la luz solar; Anahita, regente de las aguas primordiales; Rashnu, juez de las almas; y Sraosha, mensajero divino y guía psicopompo. Esta elaborada jerarquía celestial encuentra paralelos significativos en otras tradiciones místicas como la angelología semítica y las estructuras sefiróticas de la Cábala, sugiriendo la existencia de un sustrato común de experiencia espiritual que trasciende las fronteras culturales específicas del mazdeísmo iranio.
La antropología zoroástrica ofrece una visión particularmente rica del ser humano como entidad compuesta por diversos elementos espirituales. El concepto de Fravashi representa la dimensión preexistente y trascendente del alma individual, similar a la noción platónica del alma eterna o al concepto cabalístico de Neshamá. Cada ser humano posee un Fravashi que elige voluntariamente participar en la batalla cósmica entre el bien y el mal, descendiendo al mundo material como aliado consciente de Ahura Mazda. Esta dimensión superior del alma convive con el urvan (alma consciente), el baodah (facultad perceptiva), el kehrp (cuerpo sutil) y el tanu (cuerpo físico), constituyendo una antropología multidimensional que reconoce la complejidad estructural del ser humano como microcosmos que refleja la totalidad del universo manifestado.
El propósito existencial humano en la cosmología mazdeísta se conceptualiza como una participación activa en el conflicto cósmico mediante la tríada ética de humata (buenos pensamientos), hukhta (buenas palabras) y hvarshta (buenas acciones). Esta estructura tripartita de la virtud refleja la comprensión zoroástrica de la naturaleza humana como vehículo de manifestación consciente del orden cósmico (asha) en el plano material. El ser humano, a través de sus elecciones morales y prácticas espirituales, contribuye activamente a la transformación del mundo y a la eventual victoria de las fuerzas de la luz. Los textos pahlavíes describen esta participación consciente como frashkart o frashokereti, término que designa la renovación final del cosmos mediante la acción conjunta de las fuerzas espirituales y los seres humanos iluminados.
La dimensión ritual del zoroastrismo se centra particularmente en el culto del fuego sagrado (atash), considerado como la manifestación visible de la presencia divina. Los diferentes grados de fuego ritual (Atash Dadgah, Atash Adaran y Atash Behram) corresponden a distintos niveles de potencia espiritual y requieren elaborados procedimientos de consagración y mantenimiento. El Yasna, ceremonia central del culto mazdeísta, constituye una recapitulación ritual de la creación cósmica y una regeneración del orden universal a través de la recitación de textos sagrados, especialmente el Gathas, considerados como revelación directa del profeta Zaratustra. Estos himnos sagrados, compuestos en avéstico antiguo, representan el núcleo doctrinal de la tradición y revelan una sofisticada teología que anticipa conceptos como el juicio final (Frashkart), la resurrección corporal (Tan-Pasin) y la transfiguración final del cosmos (Arezur).
La escatología zoroástrica desarrolla una visión cíclica-lineal del tiempo cósmico estructurada en grandes edades (hazara) de mil años cada una. Según textos como el Bundahishn y el Denkard, la historia universal comprende doce mil años divididos en cuatro grandes períodos. El primero corresponde a la creación arquetípica en estado espiritual; el segundo marca la irrupción de Angra Mainyu y el inicio del conflicto cósmico; el tercero comprende la mezcla actual de bien y mal; mientras que el cuarto culminará con la aparición del Saoshyant (Salvador), la derrota definitiva de las fuerzas del mal y la reconstitución del mundo en un estado de perfección (Frashkart). Esta compleja visión escatológica ejerció profunda influencia en las concepciones apocalípticas del judaísmo tardío, el cristianismo primitivo y diversas corrientes gnósticas.
Las prácticas contemplativas del zoroastrismo incluyen diversos métodos de recitación sagrada y meditación visual. La repetición rítmica de mantras como el Ahuna Vairya (considerado la fórmula creativa primordial) y el Ashem Vohu (invocación de la verdad cósmica) constituye un método para armonizar la consciencia individual con las frecuencias vibracionales del orden universal. Estas prácticas invocatorias se complementan con la visualización de símbolos sagrados como el faravahar (representación del Fravashi) y la contemplación del fuego sagrado como puerta de acceso a las dimensiones superiores de la realidad. La combinación de estos elementos constituye un completo sistema de teúrgia o comunicación consciente con las jerarquías celestiales, comparable a las prácticas invocatorias de otras tradiciones místicas como la teúrgia neoplatónica o la cábala práctica.
La influencia histórica del pensamiento zoroástrico se extiende mucho más allá de sus fronteras culturales originales. Conceptos como la batalla cósmica entre luz y oscuridad, la jerarquía angélica, el juicio final y la resurrección corporal fueron transmitidos a través de complejos procesos de intercambio cultural, influenciando profundamente el desarrollo del judaísmo post-exílico, el cristianismo apocalíptico y diversas corrientes gnósticas. El encuentro entre la élite intelectual judía y la cosmología irania durante el exilio babilónico (siglo VI a.C.) resultó particularmente significativo, introduciendo elementos que transformarían la escatología hebrea. Posteriormente, movimientos como el maniqueísmo, fundado por Mani en el siglo III d.C., desarrollarían elaboradas síntesis entre elementos zoroástricos, cristianos y budistas, propagando concepciones dualistas por amplias regiones de Eurasia y ejerciendo profunda influencia en movimientos heterodoxos medievales como el bogomilismo y el catarismo.
El legado contemporáneo del zoroastrismo incluye no solo las comunidades tradicionales de parsis en India y zoroastrianos en Irán, sino también su profunda influencia en diversas corrientes de esoterismo occidental. La integración de conceptos mazdeístas en sistemas como la teosofía de H.P. Blavatsky, el antroposofismo de Rudolf Steiner y diversas escuelas de hermetismo moderno evidencia la persistente relevancia de esta antigua tradición como fuente de inspiración metafísica. La cosmología zoroástrica, con su sofisticada comprensión de la polaridad cósmica, su elaborada jerarquía de seres espirituales y su visión del ser humano como participante activo en la transformación cósmica, continúa ofreciendo valiosas perspectivas para la comprensión de la realidad espiritual y el desarrollo de prácticas contemplativas en el mundo contemporáneo, demostrando la vitalidad perdurable de uno de los sistemas teológicos más antiguos y profundos de la humanidad.
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