Entre los susurros del deseo y el eco del silencio interior, se gesta una lucha que no se ve, pero se siente en cada fibra del alma femenina. La infertilidad no solo es una condición médica, es un laberinto emocional, un duelo sin cuerpo, una espera sin promesa. En una sociedad que glorifica la maternidad como cima del ser, ¿qué ocurre cuando esa cima se vuelve inalcanzable? La mujer, portadora ancestral del mito de la fecundidad, carga con una herida que rara vez se reconoce: la del anhelo frustrado, la del vacío psicológico que deja el diagnóstico. ¿Puede la ciencia comprender el peso del silencio uterino? ¿Y puede la sociedad abrazar a quienes caminan con un dolor que no se nota, pero duele más que mil palabras?


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Infertilidad y emociones: el lado invisible del camino a ser madre


La infertilidad representa una realidad silenciosa que afecta profundamente la vida de millones de personas en todo el mundo. Según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente una de cada seis personas experimenta problemas de fertilidad a lo largo de su vida reproductiva, lo que equivale al 17,5% de la población adulta global. Esta condición, definida como la incapacidad para lograr un embarazo tras 12 meses o más de relaciones sexuales regulares sin protección, trasciende fronteras geográficas y socioeconómicas, constituyéndose como un problema de salud pública de magnitud considerable. Detrás de las estadísticas y definiciones clínicas se esconde una dimensión frecuentemente invisibilizada: el profundo impacto emocional que la infertilidad genera en quienes la experimentan, especialmente en las mujeres que anhelan convertirse en madres.

El diagnóstico de infertilidad desencadena una compleja constelación de emociones que raramente reciben la atención adecuada en los contextos médicos tradicionales. La frustración emerge como respuesta inicial ante la imposibilidad de concretar un proyecto vital tan significativo como la maternidad, especialmente en una sociedad donde la capacidad reproductiva continúa estrechamente vinculada a la identidad femenina. Esta frustración inicial frecuentemente evoluciona hacia sentimientos más profundos de culpa y vergüenza, particularmente cuando la causa de la infertilidad se relaciona con factores femeninos. Las mujeres suelen cuestionarse obsesivamente sus decisiones pasadas, desde el momento elegido para intentar concebir hasta hábitos de vida que podrían haber comprometido su fertilidad, generando un ciclo de autoculpabilización extremadamente perjudicial para su bienestar psicológico.

La ansiedad constituye otra manifestación emocional predominante en el contexto de la infertilidad femenina. Un estudio publicado en Archives of Gynecology and Obstetrics (2024) revela que el 78,8% de las mujeres sometidas a tratamientos de fertilidad experimenta niveles elevados de estrés durante el proceso. Esta ansiedad se intensifica particularmente ante la incertidumbre inherente a los procedimientos médicos, cuyos resultados nunca pueden garantizarse plenamente. Como señala la psicóloga especializada Olivia de Prado, “lo más difícil de gestionar es la incertidumbre, ya que la medicina reproductiva es relativamente nueva y no es una ciencia exacta”. Esta permanente sensación de falta de control sobre el propio cuerpo y el futuro reproductivo constituye un terreno fértil para el desarrollo de trastornos psicológicos más severos.

La depresión representa una consecuencia frecuente del proceso de infertilidad prolongado. Según datos recientes, el 22,9% de las mujeres con diagnóstico de infertilidad desarrolla un cuadro de depresión mayor, mientras que más del 31% presenta síntomas depresivos significativos. Este deterioro del estado anímico se relaciona no solo con la imposibilidad de concebir, sino también con el desgaste físico, emocional y económico que implican los sucesivos intentos fallidos y tratamientos invasivos. La experiencia de infertilidad puede conceptualizarse como un duelo ambiguo, caracterizado por la pérdida de un hijo que nunca llegó a existir pero que fue intensamente deseado y proyectado en la imaginación y expectativas de la mujer o la pareja.

El impacto social de la infertilidad constituye otra dimensión fundamental de esta experiencia. En numerosas culturas, la capacidad reproductiva continúa siendo un elemento central en la valoración social de las mujeres, lo que genera un intenso estigma hacia quienes no logran concebir. Como señala la OMS, “las mujeres corren un mayor riesgo de violencia, divorcio, estigmatización social, estrés emocional, depresión, ansiedad y baja autoestima” como consecuencia de la infertilidad. Este estigma se manifiesta frecuentemente a través de comentarios aparentemente inocuos pero profundamente dolorosos, como “relájate y ya verás” o “yo me quedé embarazada a la primera”, que implícitamente responsabilizan a la mujer de su condición y trivializan su sufrimiento.

La relación de pareja constituye otro ámbito significativamente afectado por la experiencia de infertilidad. Según el psicólogo Sebastián Girona, especializado en vínculos de pareja, “la paternidad es uno de esos proyectos compartidos, y cuando una pareja no puede cumplir con este deseo tan importante, experimenta una profunda frustración”. Esta situación puede desencadenar dinámicas disfuncionales como la búsqueda de culpables, el distanciamiento emocional o la sexualidad instrumentalizada exclusivamente hacia la concepción. La comunicación se deteriora progresivamente, dificultando la expresión adecuada de emociones y necesidades, mientras que la intimidad sexual se ve comprometida por la presión y la programación estricta de las relaciones en función del ciclo ovulatorio.

Los factores económicos representan otra dimensión frecuentemente invisibilizada del proceso de infertilidad. Los tratamientos de reproducción asistida implican costos considerables que, en la mayoría de los países, recaen principalmente sobre los propios afectados. Según la OMS, “los habitantes de los países más pobres gastan una proporción relativa de sus ingresos en terapias contra la infertilidad superior a la de los países más ricos”. Esta realidad genera profundas inequidades en el acceso a soluciones médicas, como evidencia un estudio de la Universidad de Copenhague que concluye que “las mujeres con mayores ingresos tienen el doble de probabilidades de éxito en tratamientos de fertilidad”. La presión económica añade una capa adicional de estrés al ya complejo proceso emocional que atraviesan las personas con infertilidad.

La dimensión temporal constituye otro factor determinante en la experiencia de infertilidad. El llamado “reloj biológico” ejerce una presión considerable, especialmente sobre las mujeres que postergan la maternidad por motivos profesionales o personales. Según datos de la Sociedad Española de Fertilidad, “la probabilidad de que una mujer se quede embarazada con 30 años es de un 20% cada mes, porcentaje que baja hasta el 5% cuando tiene 40 años”. Esta realidad biológica contrasta con las tendencias sociales actuales, como evidencia el hecho de que en España la edad media de la maternidad se acerca a los 33 años. La conciencia del tiempo como factor limitante genera una ansiedad adicional que puede interferir paradójicamente con las posibilidades de concepción.

La experiencia masculina de la infertilidad constituye otra dimensión frecuentemente desatendida. Aproximadamente un tercio de los casos de infertilidad tiene causa masculina, una realidad que desafía estereotipos tradicionales que vinculan la fertilidad con la masculinidad. Según la psiquiatra Maria Robles, “los hombres, al ser más callados, más reservados, hacen más clínica depresiva que ansiosa” en respuesta a la infertilidad. Resulta significativo que “cuando la infertilidad es de causa femenina, las mujeres se sienten culpables, pero lo cuentan. Cuando es de causa masculina, muchas veces las mujeres no lo cuentan, para proteger a la pareja”, evidenciando cómo los mandatos de género influyen en la gestión emocional y social de esta experiencia.

El abordaje psicológico de la infertilidad resulta fundamental para mitigar su impacto emocional. Los profesionales de la salud mental especializados en esta área enfatizan la importancia de normalizar las emociones asociadas al proceso, desarrollar estrategias de afrontamiento adaptativas y fortalecer los recursos personales y relacionales. Como señala la psicóloga Olivia de Prado, “sería ideal poder prevenir el desgaste emocional antes de que estalle. Pero todavía nos cuesta mucho verlo como una parte esencial del proceso”. La intervención psicológica no solo contribuye al bienestar emocional, sino que puede influir positivamente en las posibilidades de concepción al reducir los niveles de estrés que potencialmente interfieren con la fertilidad.

La visibilización social de la infertilidad constituye un paso fundamental para desestigmatizar esta experiencia y promover un abordaje más integral. Como señala la psiquiatra Maria Robles, “es necesario hablar más del tema en espacios públicos, en los medios, en las consultas médicas y en la educación afectivo-sexual”. Esta visibilización contribuiría a generar mayor conciencia sobre la prevalencia real del problema, desmitificar creencias erróneas y promover políticas públicas que garanticen un acceso más equitativo a los tratamientos. La infertilidad no constituye un fracaso personal sino una condición médica que merece ser abordada desde una perspectiva biopsicosocial que contemple tanto sus dimensiones físicas como emocionales y relacionales.


Índice temático del artículo:

infertilidad, emociones y fertilidad, impacto psicológico, depresión por infertilidad, ansiedad y tratamientos, duelo por no concebir, estigma social, relación de pareja, reproducción asistida, factores económicos, presión del reloj biológico, infertilidad masculina, apoyo psicológico, visibilización social, salud reproductiva femenina.

Referencias

  1. Organización Mundial de la Salud. (2023). Infertilidad. https://www.who.int/es/health-topics/infertility
  2. Organización Mundial de la Salud. (2023). La OMS alerta de que una de cada seis personas padece esterilidad. https://www.who.int/es/news/item/04-04-2023-1-in-6-people-globally-affected-by-infertility
  3. Doyle, M., & Carballedo, A. (2014). Infertilidad y salud mental. Advances in Psychiatric Treatment, 20, 297-303. https://www.cambridge.org/core/services/aop-cambridge-core/content/view/5BA5CCCB178C61F0C1F7D5502094BC5E/S1355514600018800a.pdf/infertilidad_y_salud_mental_translation_of_infertility_and_mental_health_by_rodolfo_zaratiegui.pdf
  4. Pérez, N. (2024). Infertilidad: el dolor del que nadie habla. Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/clinica/infertilidad-y-emociones-el-lado-invisible-del-camino-a-ser-madre
  5. ABC. (2023). El impacto emocional de la infertilidad en la relación de pareja y cómo abordarlo. https://www.abc.es/familia/parejas/impacto-emocional-infertilidad-relacion-pareja-abordarlo-20230604162411-nt.html

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