Entre los ecos del pensamiento clásico y el surgimiento del escepticismo, Pirrón de Elis irrumpe como fundador de una corriente que desafió la certeza y abrazó la duda radical. Influido por sabios orientales y por su experiencia en la expedición de Alejandro Magno, propuso la suspensión del juicio como vía hacia la ataraxia o tranquilidad del alma. Su legado transformó la filosofía occidental. ¿Puede la incertidumbre guiarnos a la sabiduría? ¿Hasta dónde llega el poder de la duda?
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Pirrón de Elis: Fundador del Escepticismo Filosófico
En los albores del período helenístico, cuando la filosofía griega experimentaba profundas transformaciones tras la muerte de Aristóteles, emergió una figura cuyo pensamiento revolucionaría la epistemología occidental: Pirrón de Elis. Nacido aproximadamente en el año 360 a.C. en la región occidental del Peloponeso, este filósofo estableció las bases del escepticismo pirrónico, una corriente de pensamiento que cuestionaría los fundamentos mismos del conocimiento humano. Su legado intelectual perduraría durante siglos, influyendo en pensadores como Sexto Empírico, Montaigne, Descartes y Hume, convirtiéndose en una referencia ineludible para comprender la evolución del pensamiento filosófico occidental.
La biografía de Pirrón se encuentra envuelta en cierta nebulosa histórica, ya que no dejó escritos propios. Lo conocemos principalmente a través de los testimonios de su discípulo Timón de Fliunte y de compiladores posteriores como Diógenes Laercio. Sabemos que en su juventud se dedicó a la pintura, profesión que abandonaría para consagrarse al estudio de la filosofía. El acontecimiento determinante en su formación intelectual fue su participación en la expedición de Alejandro Magno a Oriente, donde acompañó al filósofo Anaxarco. Durante este viaje, que se extendió aproximadamente entre el 334 y el 323 a.C., Pirrón entró en contacto con diversas tradiciones de pensamiento, particularmente con los gimnosofistas indios y los magos persas.
El encuentro con estas tradiciones orientales ejercería una influencia decisiva en la configuración de su filosofía escéptica. De los sabios indios, posiblemente asimiló técnicas de meditación y concepciones sobre la impermanencia de la realidad que guardan cierto paralelismo con el budismo primitivo. Esta experiencia intercultural provocó en él una profunda crisis epistemológica, llevándolo a cuestionar la posibilidad de un conocimiento verdadero y definitivo sobre la naturaleza de las cosas. A su regreso a Grecia, Pirrón comenzó a desarrollar su particular visión filosófica, caracterizada por la renuncia a cualquier pretensión de certeza absoluta.
El núcleo del pensamiento pirrónico se articula en torno a tres interrogantes fundamentales: ¿cuál es la naturaleza de las cosas?, ¿qué actitud debemos adoptar ante ellas? y ¿qué resultados obtendremos de esta actitud? Respecto a la primera cuestión, Pirrón sostenía que la realidad es esencialmente indeterminada e indeterminable (adēla). Las cosas no son en sí mismas ni verdaderas ni falsas, ni buenas ni malas; estas cualificaciones dependen de nuestras percepciones y juicios, que son inherentemente subjetivos y variables. Por tanto, cualquier afirmación categórica sobre la naturaleza última de la realidad resulta injustificable.
Frente a esta indeterminación fundamental, la actitud recomendada por Pirrón era la suspensión del juicio (epochē), consistente en abstenerse de emitir pronunciamientos definitivos sobre la verdad o falsedad de las proposiciones. Esta abstención no implica la negación sistemática de toda posibilidad de conocimiento, como erróneamente se ha interpretado en ocasiones, sino más bien la constatación de los límites de nuestras capacidades cognoscitivas. El escéptico pirrónico no afirma que sea imposible conocer la verdad, sino que reconoce honestamente que no la ha encontrado y permanece en constante investigación (skepsis).
La consecuencia natural de esta suspensión del juicio sería, según Pirrón, la consecución de un estado de imperturbabilidad (ataraxia) o tranquilidad anímica. Al liberarse de la angustia generada por la búsqueda de verdades absolutas y certezas inapelables, el ser humano puede alcanzar una serenidad interior comparable a la que Epicuro y los estoicos perseguían por otros caminos. Esta dimensión práctica y terapéutica del escepticismo pirrónico revela que, más allá de sus implicaciones epistemológicas, constituía fundamentalmente una propuesta ética orientada hacia la consecución de la felicidad (eudaimonia).
Las anécdotas transmitidas sobre la vida de Pirrón ilustran la coherencia entre su filosofía y su conducta personal. Se cuenta que mantenía una extraordinaria impasibilidad ante las circunstancias externas, hasta el punto de que sus amigos debían protegerlo de los peligros cotidianos, como carros o precipicios, pues su indiferencia lo volvía aparentemente ajeno a tales amenazas. Aunque estos relatos probablemente contienen elementos hiperbólicos, reflejan la radical consecuencia con que Pirrón aplicaba su principio de suspensión del juicio a la esfera práctica, absteniéndose incluso de valorar como adversas situaciones potencialmente perjudiciales.
A diferencia de otros filósofos helenísticos que instituyeron escuelas formales, Pirrón no estableció una estructura académica definida. Su enseñanza se transmitía principalmente a través del ejemplo personal y de conversaciones informales con sus seguidores, entre los que destacaba el poeta y filósofo Timón. Esta peculiaridad organizativa explica en parte por qué el pirronismo original fue gradualmente perdiendo visibilidad después de la muerte de su fundador, ocurrida hacia el 270 a.C. No obstante, su influencia persistiría latente, experimentando un significativo renacimiento en el siglo I a.C. con la figura de Enesidemo de Cnosos.
El legado filosófico de Pirrón fue sistematizado y desarrollado varios siglos después por Sexto Empírico, cuyas obras “Esbozos Pirrónicos” y “Contra los Matemáticos” constituyen la exposición más completa del escepticismo antiguo que ha llegado hasta nosotros. En estos textos, Sexto elabora una sofisticada metodología argumentativa basada en la contraposición equilibrada de opiniones opuestas (isostheneia), destinada a conducir al interlocutor hacia la suspensión del juicio. También formula los célebres tropos o modos escépticos, esquemas argumentativos que evidencian la relatividad de nuestras percepciones y juicios.
Durante el Renacimiento, la recuperación y traducción de las obras de Sexto Empírico propiciaron un renovado interés por el escepticismo pirrónico, que tuvo en Michel de Montaigne a uno de sus más brillantes exponentes. Los “Ensayos” de Montaigne constituyen una magistral actualización del espíritu pirrónico, adaptado al contexto intelectual de la Europa del siglo XVI, marcado por las guerras de religión y la crisis de las certezas tradicionales. La célebre pregunta “¿Qué sé yo?” (Que sais-je?), que Montaigne adoptó como lema personal, sintetiza admirablemente la actitud de humildad epistémica característica del pirronismo.
La modernidad filosófica también está profundamente marcada por la herencia pirrónica. La duda metódica cartesiana, aunque finalmente orientada hacia la consecución de certezas indubitables, parte de premisas claramente escépticas. Posteriormente, David Hume desarrollaría una versión sofisticada de escepticismo que, especialmente en lo concerniente a la crítica de la causalidad y la inducción, evidencia significativas afinidades con las tesis pirronianas. En épocas más recientes, corrientes como el pragmatismo de William James o el falibilismo de Karl Popper han incorporado elementos del escepticismo pirrónico en sus planteamientos epistemológicos.
En el panorama filosófico contemporáneo, el legado de Pirrón adquiere renovada relevancia en un contexto caracterizado por la crisis de los grandes paradigmas explicativos y el cuestionamiento de las pretensiones totalizadoras de la razón. Filósofos como Richard Rorty han reivindicado explícitamente la tradición escéptica como antídoto frente a los diversos dogmatismos que amenazan el pensamiento libre. El escepticismo pirrónico no constituye, desde esta perspectiva, una renuncia a la racionalidad, sino más bien su purificación mediante la crítica constante de sus propios presupuestos y límites.
La figura de Pirrón de Elis emerge así como un referente fundamental del pensamiento crítico occidental. Su propuesta filosófica, lejos de representar un callejón sin salida, configura un fecundo horizonte de reflexión sobre las condiciones y posibilidades del conocimiento humano. El desafío pirrónico continúa interpelándonos con la misma fuerza que hace veinticuatro siglos, invitándonos a ejercitar la duda como instrumento de liberación intelectual y a cultivar una saludable modestia epistemológica que constituye, paradójicamente, la forma más elevada de sabiduría.
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