Entre las sombras de la historia europea, una mujer tejió en silencio una red de muerte con frascos disfrazados de fe y belleza. Giulia Tofana, la envenenadora más temida del siglo XVII, desafió el orden patriarcal con un brebaje tan discreto como letal: el infame Acqua Tofana. No fue una bruja, ni una alquimista: fue una estratega del crimen. ¿Qué revela su historia sobre la desesperación de las mujeres oprimidas? ¿Y qué sociedad permite que el veneno se vuelva esperanza?


Imágenes realizadas con IA, por ChatGPT para el Candelabro.

Giulia Tofana, el veneno de la libertad: historia secreta de la asesina más letal del siglo XVII


La historia de Giulia Tofana se enmarca entre la alquimia y el feminicidio invertido. En la Europa del siglo XVII, donde el matrimonio era una cárcel sin llave para muchas mujeres, Giulia emergió como una figura tan sombría como fascinante. Aunque fue una de las mayores asesinas en serie de la historia, su nombre rara vez figura en las crónicas principales. Fue vista por muchas como un ángel vengador, una especie de partera de la viudez voluntaria.

Nacida en Palermo alrededor de 1600, su historia comienza tras la muerte de su esposo. Lo que pudo ser una tragedia personal se transformó en un cambio de rumbo. Convertida en viuda, encontró una libertad que no estaba permitida a las esposas obedientes de la época. Observó que muchas otras mujeres compartían esa ansia de escape, y así nació su empresa criminal: ofrecer una salida rápida y letal a los matrimonios forzados.

La situación de las mujeres en aquella época era precaria. El divorcio era imposible y los matrimonios eran arreglos económicos y políticos. Muchas sufrían abusos, humillaciones y represión sexual. En este contexto, Giulia no fue solo una criminal; fue también una síntesis de su tiempo. Si bien el acto de matar no es justificable, la demanda masiva del Acqua Tofana revela un síntoma social profundo: mujeres al borde del colapso emocional y sin otra vía para cambiar su destino.

Giulia era conocida por su belleza y elegancia. Tras enviudar, comenzó a frecuentar perfumerías. Allí no solo olía esencias, sino que estudiaba pociones y fórmulas químicas. Se adentró en el mundo de los cosméticos, pero con una intención más oscura. Abrió un negocio de belleza que era, en realidad, una fachada para la distribución de uno de los venenos más letales y discretos de la historia.

El famoso Acqua Tofana era una sustancia insípida, incolora e inodora, compuesta por arsénico, plomo y belladona. La belladona, una planta utilizada desde la antigüedad como narcótico, le otorgaba a la mezcla su letalidad progresiva. Bastaban unas gotas para iniciar un proceso de muerte lento, similar a una enfermedad natural, lo que permitía a las mujeres asesinas simular un cuadro clínico convincente y evitar sospechas.

El frasco del Acqua Tofana era discreto. Se vendía como una especie de “pomada sagrada”, adornado con la imagen de San Nicolás de Bari, y era apodado “Maná de San Nicolás”. El camuflaje era perfecto. Las mujeres lo aplicaban en sopas, vinos o infusiones. En cuestión de días, el marido moría con síntomas semejantes a los de una enfermedad digestiva o pulmonar. Fue un “divorcio químico” que revolucionó la dinámica conyugal de muchas casas italianas.

La distribución del veneno fue tan exitosa que se mantuvo activa durante casi cinco décadas. Desde 1633 hasta 1651, Giulia habría ayudado a asesinar a más de 600 hombres. El número real es desconocido, ya que la red de distribución era clandestina, y muchos crímenes no fueron registrados como tales. Era un negocio silencioso, alimentado por la desesperación y sostenido por la impunidad que brindaba el ingenio químico.

Su caída fue tan humana como irónica. Una de sus clientas, al punto de verter el veneno en la sopa de su esposo, se arrepintió y lo detuvo. Le confesó el plan, y este la denunció a las autoridades. Durante el interrogatorio, la mujer reveló el nombre de Giulia Tofana. Consciente de que su arresto era inminente, Giulia buscó refugio en una iglesia, apelando al derecho de asilo. Pero la paranoia se desató cuando se rumoreó que había envenenado el agua bendita.

Una turba irrumpió en el santuario y entregó a Giulia a las autoridades. Su juicio y condena no tardaron en llegar. Fue ejecutada en julio de 1659, junto a su hija, Girolama Spera, conocida como “la astróloga de la Lungara”. Ellas no eran las únicas involucradas; también murieron tres cómplices, y tiempo después, su madre, Thofania d’Adamo, fue ejecutada en Palermo en 1663. La red tenía una escala familiar y empresarial que operó con eficacia durante años.

El caso conmocionó a la sociedad italiana. Entre sus clientas figuraban nobles, aristócratas y burguesas. Una de las más notorias fue Maria Aldobrandini, duquesa de Ceri, quien, a pesar de las pruebas, jamás fue procesada. La nobleza impuso silencio, y el escándalo se apagó en la superficie, aunque su eco continuó en los márgenes de la memoria histórica. La noble duquesa vivió hasta 1703, lejos del banquillo, pero con la sombra del Acqua Tofana sobre su conciencia.

La fama de este veneno fue tal que incluso Mozart, dos siglos después, creyó haber sido víctima de él. En su lecho de muerte, mientras trabajaba en su Réquiem, sus palabras fueron: “Estoy seguro de que he sido envenenado. Alguien me ha dado Acqua Tofana y ha calculado la hora exacta de mi muerte”. Aunque los médicos modernos atribuyen su muerte a causas naturales, la sola mención del veneno prueba que su leyenda sobrevivió a la Inquisición y al paso del tiempo.

Más allá del número de muertes, lo que hace de Giulia Tofana una figura histórica tan inquietante es su papel como empresaria del crimen en una época donde las mujeres no podían siquiera administrar una herencia sin la tutela de un hombre. Su negocio ofrecía un producto que respondía a una demanda real: el deseo de libertad. Y aunque lo hizo a través de un medio brutal, es imposible entender su éxito sin analizar la opresión estructural que la precede.

El debate sobre si fue una criminal o una heroína de su tiempo sigue abierto. Lo cierto es que creó una red que burló al sistema legal, religioso y médico durante medio siglo. Su método no era impulsivo ni emocional. Era sistemático, químico y silencioso. Esa frialdad, combinada con el contexto histórico, es lo que la convierte en un caso único en la historia criminal y en la lucha desesperada de las mujeres contra su sometimiento.

Giulia Tofana representa una paradoja: fue al mismo tiempo una amenaza y una liberación. Su historia nos obliga a repensar la forma en que la violencia puede volverse estructural, incluso cuando surge desde los márgenes. No se trató simplemente de venenos, sino de contextos. Cada gota de Acqua Tofana fue, para muchas mujeres, una súplica convertida en sentencia. Para los historiadores, fue la cristalización de un sistema podrido que encontró su punto de fuga en el crimen.

Aunque fue ejecutada hace siglos, su legado resuena como una advertencia silenciosa. Giulia Tofana no fue simplemente una envenenadora. Fue un símbolo de los extremos a los que puede llegar la desesperación cuando no hay justicia. Su historia no debe glorificarse, pero tampoco olvidarse. Nos recuerda que cuando las instituciones fallan, incluso el veneno puede parecer redención.


Referencias (formato APA):

  • Bell, R. (2019). Poisonous Women: Gender and Crime in Early Modern Europe. Oxford University Press.
  • Garrido, L. (2014). Crímenes célebres del Renacimiento. Editorial Crítica.
  • Muir, E. (1998). Ritual in Early Modern Europe. Cambridge University Press.
  • Ruggiero, G. (2007). Crime and Punishment in Early Modern Venice. University of California Press.
  • Walker, D. P. (1990). Unclean Spirits: Possession and Exorcism in France and England in the Late Sixteenth and Early Seventeenth Centuries. University of Pennsylvania Press.

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