Entre las huellas más fascinantes del Tahuantinsuyo, las acllas destacan como un símbolo de poder femenino, disciplina y refinamiento cultural. Su existencia no solo refleja la organización de un imperio, sino también la manera en que el arte, el trabajo y la política podían entrelazarse en una sola institución. Fueron parte de una maquinaria invisible que sostenía alianzas y prestigio. ¿Qué secretos guardan estas mujeres escogidas? ¿Y qué nos revelan sobre la verdadera naturaleza del poder inca?


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Acllas del Tahuantinsuyo: trabajo, rito y poder


Las acllas, conocidas como “mujeres escogidas”, fueron un engranaje clave del Tahuantinsuyo. Más que un conjunto de vírgenes reclusas, constituyeron un cuerpo especializado con formación rigurosa en textilería, cocina ceremonial y ritos. Su prestigio no derivaba solo del culto, sino del trabajo altamente calificado que sostenía la economía estatal. Entender su organización ilumina la lógica política y productiva del imperio inca y desmonta visiones simplistas heredadas de crónicas coloniales. Claves: mujeres incas, casas de las escogidas. .

La selección de las jóvenes respondía a un doble canal: tributo forzoso de los pueblos incorporados y cesión “voluntaria” de familias de élite, deseosas de prestigio. El apupanaca, funcionario del Inca, recorría provincias para elegir niñas “de buena traza”, práctica descrita por Cobo y contrastable con Garcilaso y Murra. Este filtro no buscaba belleza por sí misma: procuraba destrezas, obediencia y capacidad de aprendizaje para fines estatales. En suma. Asimismo. En efecto. En síntesis. En conjunto.

El acllahuasi, literalmente “casa de las escogidas”, operaba como internado y taller. Allí se impartían técnicas de hilado, tejido y teñido con estándares de calidad admirados por cronistas y arqueólogos. Estas casas, ubicadas junto a templos del Sol o de la Luna, permitían articular culto y producción: la devoción legitimaba el régimen laboral, y la pericia textil nutría almacenes estatales, ejército y diplomacia, donde las telas finas eran capital político de alta circulación. En efecto. En conjunto.

La textilería inca fue una industria de escala. Desde fibras de camélidos hasta tintes minerales y vegetales, las acllas manufacturaban cumbi y prendas rituales que condensaban valor simbólico y económico. Los tejidos servían como salario en especies, don, tributo y medio de redistribución. En una economía que priorizaba trabajo y prestigio, el control estatal de la producción textil masiva garantizaba cohesión imperial, abastecimiento militar y negociación con curacazgos fronterizos. En suma. Asimismo.

La dimensión religiosa coexistía con la laboral. Al participar en ofrendas, procesiones y calendarios agrícolas, las acllas reforzaban el orden cósmico y el calendario estatal. Pero el énfasis en su supuesta pureza no debe confundir: el ritual era infraestructura moral para sostener la productividad. La sacralidad del trabajo textil legitimaba jornadas, cuotas y disciplina. De este modo, piedad y eficiencia se entrelazaban en un mismo dispositivo de poder material y simbólico. Además. En síntesis. En efecto.

Otra especialidad crucial fue la preparación de alimentos y bebidas, en particular la chicha de maíz. En festividades, ascensos militares y pactos políticos, la chicha lubricaba la reciprocidad. Las acllas dominaban la molienda, malteado, fermentación y servicio ceremonial. Iconografía y queros coloniales muestran su rol en el “brindis con el Sol”. La bebida, más que recreación, era un vehículo de integración, jerarquía y memoria colectiva, inscrita en rituales de redistribución. Asimismo. En efecto. En conjunto.

Los acllahuasis funcionaban también como reservorios demográficos. El Inca podía obsequiar esposas a curacas leales o a oficiales meritorios, tejiendo alianzas y asegurando lealtades locales. No todas, sin embargo, eran transferibles: algunas permanecían de por vida, dedicadas al culto y a la manufactura de bienes suntuarios. Esta administración del parentesco institucionalizaba la política a través de matrimonios concertados, con las mujeres como nodos de redes interétnicas. Además. En conjunto. En efecto.

La ideología del “halago” operaba con eficacia. Al convertir la selección en honor, el Estado reducía resistencias y transformaba la extracción de mano de obra en aspiración. Familias entregaban hijas para ascender simbólicamente y asegurar beneficios. Esta lógica performaba un consenso práctico: el prestigio compensaba la separación del hogar y la disciplina del internado. Así, la dominación se revestía de mérito y destino sagrado, sin prescindir de coerción cuando era necesario. Asimismo. En suma.

El sistema articuló género y trabajo sin borrar agencia. Algunas acllas alcanzaron posición influyente como maestras de taller, intendentes de depósitos o mediadoras rituales. No eran simples objetos pasivos, aunque su movilidad dependía de normas estatales. Silverblatt y Rostworowski muestran que el orden andino admitía poderes femeninos vinculados a la Luna, el agua y la fertilidad. Esa energía sacra fue canalizada por el Estado para fines económicos y políticos concretos. Además. En conjunto.

Desde la arqueología, la distribución de acllahuasis en centros provinciales revela correlación entre expansión territorial y densificación institucional. Donde el imperio extendía mitimaes, tambos y colcas, proliferaban casas de escogidas. La red permitía estándares productivos homogéneos y circulación rápida de bienes finos. Esta malla, equivalente a una cadena de valor premoderna, aseguraba calidad, tiempos y volúmenes, condiciones imprescindibles para sostener campañas y rituales anuales. En conjunto.

La formación técnica incorporaba control de calidad y diseño. Motivos, urdimbres y calibres obedecían a semióticas de rango, etnia y función. Tejidos para el Inca, para el Sol o para obsequios diplomáticos seguían protocolos distintos. La innovación era reglada, no inexistente: las variaciones se acomodaban a iconografías reconocibles que aseguraban lectura política. Así, la estética operaba como gramática de poder, legible a larga distancia por aliados y subordinados. En suma. Asimismo.

En términos económicos, Murra explicó la “complementariedad vertical” andina; las acllas añadieron una especialización femenina con alto valor agregado. Su trabajo convertía fibras en capital político portátil y divisible. Frente a metales pesados de difícil fraccionamiento, el textil resolvía logística, almacenamiento y reparto. Además, resistía mejor el clima seco de los Andes en depósitos ventilados. La tela fue, por tanto, una moneda de prestigio y una contabilidad del favor imperial. Asimismo.

La memoria colonial distorsionó su imagen al subrayar virginidad y clausura como exotismos. Una lectura crítica distingue entre discurso moralizador y práctica administrativa. Las fuentes de Cobo, Betanzos y Garcilaso, cotejadas con estudios modernos, permiten reconstruir un cuadro más complejo: disciplina laboral, educación técnica, control del parentesco y centralización simbólica. El resultado es un perfil institucional moderno en sus fines, aunque anclado en cosmologías locales. En conjunto.

Para la historia de las mujeres, las acllas muestran cómo el trabajo cualificado femenino fue motor de Estado. No se trató de un “harem” ornamental, sino de una burocracia artesanal que sostuvo la redistribución. Reconocer su rol corrige sesgos androcéntricos y reubica a las mujeres andinas como protagonistas de la economía y del culto. Esta relectura aporta claves comparativas sobre género, tecnología y poder en sociedades sin moneda fiduciaria pero con sofisticación organizativa. Asimismo.

Hoy, el estudio de las acllas conecta con debates sobre cadenas productivas, valor simbólico y gobernanza cultural. Comprender su sistema ayuda a pensar sostenibilidad, formación técnica y diseño con identidad. La textilería inca no fue folclor, sino política pública del pasado. Mirarla con lentes de economía política, arqueología y estudios de género ofrece una síntesis fecunda: trabajo, rito y prestigio como tres hilos de un mismo telar que sostuvo, por siglos, la urdimbre imperial. En conjunto.


Referencias:

  1. Cobo, B. (1964). Historia del Nuevo Mundo (F. Mateos, Ed.). Atlas. (Obra original publicada en 1653).
  2. Garcilaso de la Vega, I. (2009). Comentarios reales de los Incas. Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1609).
  3. Murra, J. V. (1980). The economic organization of the Inka state. JAI Press.
  4. Rostworowski, M. (1988). Historia del Tahuantinsuyo. Instituto de Estudios Peruanos.
  5. Silverblatt, I. (1987). Moon, sun, and witches: Gender ideologies and class in Inca and colonial Peru. Princeton University Press.

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